EBAL → Gerizim.
EBED-MELEC (siervo del rey). Categoría de oficiales (mercenarios) de palacio, que llegó a ser nombre propio. Es probable que David la instituyera en Israel.
Una persona de ese nombre, eunuco etíope, al servicio del rey Sedequías, rescató a → Jeremías del calabozo al que lo arrojaron (Jer 38.7–13), y por ello se le prometió protección para el momento de la caída de Jerusalén (Jer 39.15–18).
EBEN-EZER Nombre del sitio donde se libró una gran batalla entre Israel y los filisteos, fatal para Israel, pues no solo lo derrotaron, sino también lo despojaron del arca de Dios (1 S 4.1; 5.1). Más tarde, reconquistada el arca, se libró una batalla contra los filisteos donde se vencieron a estos. Samuel tomó una piedra y le dio, en memoria de la victoria, el nombre de Eben-ezer, que significa «piedra de auxilio» (1 S 7.12). Aunque no se sabe el lugar exacto de Eben-ezer, generalmente se afirma que se encontraba frente a → Afec, en la ladera de una montaña. Afec estaba situada en el extremo norte de los territorios que dominaban los filisteos.
Foto de Howard Vos
Restos de casas israelitas excavados en Ebenezer, donde los filisteos capturaron el arca del pacto de Israel (1 S 4.1–22).
ECBATANA → Acmeta.
ECLESIASTÉS, LIBRO DE (nombre de origen griego; el nombre hebreo es Cohelet; ambos significan «predicador»). Libro del Antiguo Testamento que en el canon hebreo era el cuarto de los cinco rollos. Se usaba en la liturgia de la Fiesta de los Tabernáculos, y forma parte de la literatura hebrea de «Sabiduría».
Autor Y Fecha
Aunque la descripción del «predicador» parece indicar que fue Salomón (1.1; cf. 1 R 3.12 y Ec 1.16), el nombre de este rey no aparece en la obra. En Eclesiastés se ha encontrado cierta influencia fenicia, lo que podría indicar que se escribió en tiempos de Salomón. No obstante, ciertos rasgos lingüísticos hacen creer que lo escribió alguien del poscautiverio basado en la experiencia de Salomón.
Bajo la influencia de cierta diversidad de estilo y vocabulario, algunos opinan que el libro se debe a varios autores, pero es más probable que sea de uno solo. El tema no es muy evidente. El autor busca el significado de su existencia y examina la vida «debajo del sol», desde todo punto de vista, para ver dónde se encuentra la felicidad.
El libro quizá se escribió en un período de 40 años, del 970 al 931 a.C.
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Un bosquejo para el estudio y la enseñanza
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I. Introducción: Todo es vanidad 1.1–3
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Primera parte: «Todo es vanidad» (1.1–11)
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II. Ilustraciones de la vanidad 1.4–11
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Segunda parte: La prueba de que «Todo es vanidad» (1.12—6.12)
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I. Prueba experiencial de que «Todo es vanidad» 1.12—2.26
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A. Vanidad de la sabiduría 1.12–18
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B. Vanidad del placer 2.1–3
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C. Vanidad de los grandes logros 2.4–17
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D. Vanidad de la ardua labor 2.18–26
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II. Prueba de que «Todo es vanidad» basada en la observación 3.1—6.12
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A. Naturaleza inalterable del programa de Dios 3.1–22
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1. Dios predetermina los sucesos de la vida 3.1–8
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2. Dios predetermina las condiciones de la vida 3.9–15
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3. Dios lo juzga todo 3.16–22
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B. Desigualdades de la vida 4.1–16
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1. Opresión malvada 4.1–3
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2. La idiotez de la ardua labor 4.4–12
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3. Naturaleza pasajera de la popularidad 4.13–16
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C. Insuficiencias de la religión humana 5.1–7
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D. Insuficiencias de la riqueza 5.8–20
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1. La riqueza no satisface 5.8–12
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2. La riqueza ocasiona dificultades 5.13–17
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3. La riqueza definitivamente viene de Dios 5.18–20
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E. La vanidad inescapable de la vida 6.1–12
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1. No hay satisfacción en la riqueza 6.1–2
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2. No hay satisfacción en los niños 6.3–6
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3. No hay satisfacción en el trabajo 6.7–8
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4. No hay satisfacción en el futuro 6.9–12
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I. Cómo lidiar en un mundo malvado 7.1—9.18
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Tercera parte: El consejo para vivir con la vanidad (7.1—12.14)
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A. Se contrasta la sabiduría y la necedad 7.1–14
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B. Sabiduría de la moderación 7.15–18
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C. Fortaleza de la sabiduría 7.19–29
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D. Sumisión a la autoridad 8.1–9
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E. Incapacidad para entender lo que Dios está haciendo 8.10–17
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F. El juicio le llega a todos 9.1–6
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G. Disfruta la vida mientras la tengas 9.7–12
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H. Valor de la sabiduría 9.13–18
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II. Consejo para las incertidumbres de la vida 10.1—12.8
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A. Características de la sabiduría 10.1–15
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B. Sabiduría relacionada con el rey 10.16–20
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C. Sabiduría relacionada con los negocios 11.1–6
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D. Sabiduría relacionada con la juventud 11.7—12.8
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1. Regocijaos en la juventud 11.7–10
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2. Recuerda a Dios en la juventud 12.1–8
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III. Conclusión: Teme a Dios y guarda Sus mandamientos 12.9–14
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Tema Del Libro
Pese al estado imperfecto de la revelación en aquel tiempo y la consiguiente incapacidad del autor para comprender a plenitud el concepto de la vida de ultratumba, reconoce que el significado de su existencia va más allá de la vida terrenal. No es del todo negativo (2.24; 3.12, 13; 9.7). La clave que busca se halla en 12.13, 14: «Teme a Dios y guarda sus mandamientos». Hay tanta vanidad porque «Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones» (7.29).
Aporte a La Teología
Eclesiastés puede considerarse una apología dirigida a las personas cuya visión no va más allá de lo que está «debajo del sol». El autor les demuestra la vanidad de la filosofía que abrazan, y subraya la futilidad del materialismo y de una vida sin Dios. Visto así, Eclesiastés resulta ser una viva crítica del secularismo y pretende combatir la tendencia a relegar la religión a la categoría de simple instrumento del secularismo. Si el hombre concibe el mundo como un fin en sí, la vida se vuelve vanidad; pero si lo considera como un medio por el que Dios se nos revela y nos muestra su sabiduría y justicia, la vida tiene significado (2.24; 5.18–20).
Una importante verdad que hallamos en Eclesiastés es que la vida hay que disfrutarla. El Predicador repite esta verdad varias veces como para que se escape de nuestra atención: «Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida; y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor» (3.12–13; véase también 2.24–25; 5.18; 8.15; 9.7–10). La aceptación con agradecimiento de las bendiciones cotidianas puede traer gozo y sentido de realización a la vida.
Otros Puntos Importantes
Uno de los más conmovedores pasajes de la Biblia es el el poema de Eclesiastés sobre el momento adecuado para cada actividad (3.1–8). Este pasaje, si se toma con seriedad, puede devolver equilibrio a nuestra vida. Otro pasaje contundente en la descripción en sentido figurado del envejecimiento (12.1–7). El Predicador comprende que la vejez con todas sus aflicciones aguarda a toda persona. Por lo tanto aconseja: «Acuérdate de tu creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos» (12.1).
ECLESIÁSTICO → Apócrifos del Antiguo Testamento.
ECRÓN Ciudad filistea (Jos 13.3) situada a unos 15 km al este de la costa mediterránea de Palestina del Sur. Es la más norteña de las cinco ciudades principales de los filisteos. Se le asignó a la tribu de Judá (Jos 15.11, 45, 46) o a la de Dan (Jos 19.43). Cuando los filisteos capturaron el arca del pacto, la llevaron luego a Ecrón donde causó grande consternación (1 S 5.8–10).
Entre otros, el reinado de Roboam (ca. 910 a.C.) fue un período de extensa práctica en Judá de la religión de Baal, dios de Ecrón (1 R 14.25).
EDÉN Región o territorio dentro del cual Yahveh plantó un «huerto» de árboles (Gn 2.8) para morada de → Adán y → Eva.
No se sabe el significado de la palabra hebrea, pero su pronunciación sugiere otra parecida que significa «delicia», «abundancia», «gozo». Esto explica la traducción → Paraíso en Gn 2.8ss de la LXX (donde el hebreo gan significa «huerto»), y en Is 51.3 de la RV (donde el original reza «Edén»). Sin embargo, hoy muchos comentaristas niegan que Edén sea nombre propio; lo derivan más bien del sumerio «estepa» y afirman que el huerto estaba ubicado en medio de un llano. La historia posterior del vocablo, no obstante, indica una identificación geográfica precisa. Por su situación en Edén, al huerto real que Dios plantó se le dio el nombre de «huerto de Edén» (Gn 2.15; 3.23s; Ez 36.35; Jl 2.3). También se le ha llamado «huerto de Dios» (Ez 28.13; 31.8s) y «huerto de Jehová» (Is 51.3).
Foto de Howard Vos
El río Tigris (visto aquí desde las cercanías de Bagdad, Irak) es el Hidekel que se menciona en el relato del huerto del Edén (Gn 2.14).
Aunque parece que Gn 2.10–14 procede de una tradición diferente de la de su contexto, la descripción de cuatro ríos que se originan en una sola fuente que brota del Edén no discrepa de los demás detalles del capítulo. Resulta difícil identificar con precisión dos de los ríos (→ Pisón; Gihón), aunque es evidente que el autor considera el huerto de Edén como un lugar real, determinado (además de un estado o condición de vida), que se encuentra sobre esta tierra. No hay duda que el tercer río, → Hidekel, designa al Tigris; el cuarto, → Éufrates, es bien conocido. Los territorios (→ Havila; Cus; Asiria) regados por estos ríos sugieren que Edén estaba ubicado o en el sur de Mesopotamia (Calvino, Delitzch) o en la región de Armenia. Otras teorías presuponen que el autor tenía nociones vagas e incorrectas de la geografía. Pero, en realidad, es muy difícil interpretar con exactitud lo que dice el autor. Por ejemplo, ¿qué quiere decir «al oriente» (Gn 2.8)? Algunos entienden que el huerto se plantó en la parte oriental de Edén; otros le atribuyen a la expresión un sentido temporal (por ejemplo, Jerónimo: «al principio»); pero la mayoría sostiene que Edén se hallaba al oriente con respecto al escritor. Sin embargo, Gn 3.24 parece indicar que Edén estaba al occidente (Dios pone la guardia al lado oriental). En fin, lo esencial no es el sitio preciso; el huerto fue una región que abundaba en luz y agua, la mejor parte del mundo y su centro ideal eternamente atractivo al hombre.
En el huerto, lleno de árboles hermosos y fructíferos (Gn 2.9), el hombre debía trabajar (2.15, contrástese 3.17ss). También había ganado, aves y animales domésticos (2.19s; 3.1). Había en medio del huerto dos árboles misteriosos: el de la «vida» y el de «ciencia del bien y del mal». Al hombre se le prohibió el segundo. Cuando este desacató la prohibición, perdió también el derecho al primero, así como al resto del huerto (3.22ss). Edén simboliza el compañerismo entre Dios y el hombre, interrumpido por la desobediencia cuyo castigo es la mortalidad.
EDOM (tierra roja). Tierra habitada por los descendientes de → Esaú. Se extendía, en forma rectangular, desde el mar Muerto y el arroyo de → Zered en el norte, hasta Elat y Ezión-geber por el golfo de Aqaba en el sur, incluyendo ambos lados del → Arabá (Dt 2.8–12). Era tierra montañosa y quebrada. Parte del Arabá está bajo el nivel del mar y a sus lados hay montañas que tienen una altura de mil quinientos metros sobre el nivel del mar. Las ciudades de Edom que más se mencionan en la Biblia son → Bosra, → Sela (Petra) y → Temán.
El Pueblo
Los edomitas eran parientes de los israelitas (Gn 25.19–26). Descendían de Esaú, a quien según el relato bíblico se le llamó Edom cuando decidió cambiar su primogenitura por un guiso rojo. Habitaban la tierra del mismo nombre de su predecesor.
Antes de llegar los edomitas, esta tierra la habitaban los → Horeos. Según parece, las dos razas se fundieron porque en Gn 36.2 se dice que Esaú se casó con → Aholibama, mujer horea.
Los edomitas eran agricultores y comerciantes. A su tierra la atravesaban numerosas caravanas, a las que cobraban peaje y alojamiento. También les vendían el cobre y hierro que extraían de sus minas. Quizás hablaban hebreo. Practicaban el politeísmo. El gobierno era monárquico, aunque parece que los reyes los elegía el pueblo (Gn 36.31–39).
Foto de Gustav Jeeninga
Petra, situada en la antigua Edom, es el lugar de numerosos edificios que los nabateos labraron en los desfiladeros de piedra caliza roja más o menos en el 300 a.C.
Su Historia
Los faraones egipcios, Mer-ne-Pta (1225–1215 a.C.) y Ramsés (1198–1167 a.C.), afirmaban que Edom y Seir estaban sujetos a ellos. Más tarde, algunos israelitas se casaron con edomitas y surgió una pequeña raza mestiza.
Después del éxodo, Edom prohibió a los israelitas pasar por su tierra para entrar en la tierra prometida (Nm 20.14–21; 21.4; Dt 23.7, 8; Jue 11.17, 18).
Durante el reinado de Saúl hubo guerra entre Israel y Edom (1 S 14.47). David mató a dieciocho mil edomitas en el Valle de la Sal (2 S 8.13; cf. 1 R 11.15). En días de Salomón surgió de nuevo el conflicto con los edomitas e Israel los subyugó. No obstante, a veces se rebelaban y recobraban temporalmente su independencia. Asiria los conquistó en 732 y los dominó durante varios años.
Cuando Nabucodonosor sitió a Jerusalén, los edomitas colaboraron con él y se regocijaron en la destrucción de la ciudad, lo cual indignó grandemente a los judíos (Sal 137.7; Lm 4.21; Ez 25.12; 35.3ss; Abd 10ss).
Idumea
Después del cautiverio los edomitas invadieron la parte sur de Judá y se establecieron allí, por lo que la parte sur de Judea llegó a llamarse Idumea después del cautiverio.
En el siglo III a.C. los nabateos (→ Naboteos) invadieron la tierra de Edom y levantaron un reino con → Sela como capital.
En 165 a.C. Judas Macabeo capturó a Hebrón (1 Mac 4.29, 61; 5.65) y en 126 Juan Hircano, el sumo sacerdote macabeo, obligó a los edomitas a convertirse en judíos, imponiéndoles la circuncisión.
Cuando llegaron los romanos a dominar a Palestina, Idumea y los edomitas desaparecieron de la historia.
EDREI Nombre de dos ciudades.
1. Ciudad de Og, rey amorreo de Basán (Dt 1.4), situada en el límite sur de Basán. Moisés y los israelitas invadieron Basán y derrotaron a Og en Edrei (Nm 21.33–35; Dt 3.1–3; Jos 12.4). Más tarde la ciudad se le asignó a la tribu de Manasés.
2. Ciudad de Neftalí (Jos 19.37) cerca de Cedes.
EFA Medida de capacidad de origen egipcio pero de uso común entre los hebreos. Según Josefo (Antigüedades VIII, ii, 9), contenía unos veintidós litros y equivalía al bato, medida de capacidad líquida. En Éxodo 16.36 se nota que el efa contenía diez gomeres. Así que un gomer representa la décima parte de un efa. El efa fue una norma para la medida de granos y cosas semejantes, puesto que se clasifica con balanza y pesas en Dt 25.14, 15. De acuerdo con Zac 5.6–10, en un efa cabía una persona.
EFA Nombre de tres personas y una tribu mencionadas en el Antiguo Testamento:
1. Hijo de Madián y nieto de Abraham y su concubina Cetura (Gn 25.4).
2. Concubina de Caleb (1 Cr 2.46).
3. Hijo de Jahdai (1 Cr. 2.47).
EFAI Residente de Netofa en Judá cuyos hijos estuvieron entre los que se unieron a → Gedalías en Mizpa (Jer 40.8–13). A Efa y a sus hijos se les ofreció protección, pero Ismael los mató después (Jer 41.3).
EFATA Palabra aramea que quiere decir «ábrete» (Mc 7.34).
EFER (gacela). Nombre de tres hombres en el Antiguo Testamento.
1. Segundo hijo de Madián y nieto de Abraham y Cetura (Gn 25.4).
2. Descendiende de Judá a través de Esdras (1 Cr 5.23, 24).
3. Jefe de una familia de la media tribu de Manasés que se estableció al este del Jordán (1 Cr 5.23, 24).
EFES-DAMIN Lugar entre Soco y Azeca, en Judá, donde David mató al gigante → Goliat (1 S 17.1). En 1 Crónicas 11.13 se le llama Pas-damim.
EFESIOS, EPÍSTOLA A LOS Más que una epístola simplemente, este escrito es un tratado epistolar, quizás dirigido a los creyentes de toda el Asia Menor, especialmente a los gentiles (2.11, 19; 5.7s). Se escribió si no juntamente, al menos muy cerca de la Epístola a los → Colosenses, y es muy probable que la llevara un mismo correo, Tíquico (6.21, 22; cf. Col 4.7–9). A diferencia de las demás cartas paulinas, no contiene exhortaciones de carácter personal ni soluciones para problemas concretos, indicio de su carácter encíclico.
Autor Y Fecha
Desde los primeros años del siglo II, la tradición concuerda en que esta carta la escribió Pablo quizás entre 50–60 d.C. Sin embargo, durante los últimos años, la alta → Crítica ha puesto en tela de duda tal tradición. Los argumentos en contra de la paternidad paulina tienen carácter subjetivo y se relacionan con el estilo, el vocabulario, la doctrina y los paralelos íntimos con otras cartas de Pablo. Según Barth, Efesios contiene 80 palabras que no se encuentran en otras cartas paulinas, además del aumento en el uso de verbos en proporción con los sustantivos; además, contiene 231 verbos y 158 sustantivos, mientras que → Gálatas 139 verbos y 202 sustantivos. También ciertas palabras típicamente paulinas (misterio, servicio, herencia, plenitud, por ejemplo) parecen tener un sentido diferente en Efesios. En ningún momento estos han sido argumentos decisivos. Las diferencias internas, comparadas con las otras cartas, pudieron deberse a que fueron distintas las circunstancias que dieron motivo a la epístola.
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I. Alabanza por la redención 1.1–14
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Un bosquejo para el estudio y la enseñanza
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B. Elegido por el Padre 1.3–6
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C. Redimidos por el Hijo 1.7–12
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D. Sellados por el Espíritu 1.13–14
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II. Oración por revelación 1.15–23
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III. Posición del cristiano 2.1—3.13
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Primera parte: La posición del cristiano (1.1—3.21)
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A. La posición individual del cristiano 2.1–10
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1. Condición antigua: Muertos a Dios 2.1–3
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2. Condición moderna: Vivos para con Dios 2.4–10
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B. La posición corporativa del cristiano 2.11—3.13
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1. Reconciliación de judíos y gentiles 2.11–22
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2. Revelación del misterio de la Iglesia 3.1–13
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IV. Oración por la realización 3.14–21
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I. Unidad en la iglesia 4.1–16
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Segunda parte: La práctica del cristiano (4.1—6.24)
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A. Exhortación a la unidad 4.1–3
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B. Explicación de la unidad 4.4–6
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C. Medios para la unidad: Los dones 4.7–11
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D. Propósito de los dones 4.12–16
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II. Santidad en la vida 4.17—5.21
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A. Quitaos la vieja naturaleza 4.17–22
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B. Vestíos de la nueva naturaleza 4.23–29
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C. No contristéis al Espíritu Santo 4.30—5.12
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D. Caminen como hijos de la luz 5.13–17
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E. Llenaos del Espíritu Santo 5.18–21
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III. Responsabilidades en el hogar y en el trabajo 5.22—6.9
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A. Esposas: Someteos a sus maridos 5.22–24
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B. Esposos: Amad a vuestras esposas 5.25–33
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C. Hijos: Obedezcan a sus padres 6.1–4
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D. Siervos: Someteos a vuestros amos 6.5–9
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IV. Conducta en el conflicto 6.10–24
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A. Vestíos de la armadura de Dios 6.10–17
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B. Oren por valor 6.18–20
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Marco Histórico
Tradicionalmente la iglesia ha aceptado que la carta se escribió en un inicio para la iglesia de → Éfeso. De los escritores de los primeros siglos solo Marción, Orígenes y Basileo daban cabida a otra tradición; a saber, que la carta era la mencionada en Col 4.16, «la de Laodicea», o bien que no tenía destinatarios fijos. Y es cierto que las palabras «en Éfeso» no se hallan en los tres manuscritos griegos más importantes (aunque en su lugar se deja un espacio en blanco), y que en el contexto de Efesios 1.1 causan problemas gramaticales. Además, la evidencia interna (la falta total de saludos personales, por ejemplo) pareciera negar que se escribiera a una iglesia con la que Pablo convivió casi tres años (Ef 1.15; 3.2; 4.21; cf. Hch 19; 20.31).
La mayoría de los eruditos concluyen que debiera encontrarse otra explicación. Se han sugerido las siguientes:
1. La epístola se envió a Laodicea, una iglesia que Pablo no conocía personalmente.
2. Se envió como carta circular a varias iglesias a través de Tíquico (Ef 6.21; Col 4.7s). Esta teoría presupone que el nombre de las iglesias destinatarias no aparecía en el manuscrito original, sino que se añadía en cada caso cuando la epístola llegaba a ellas.
3. Tenía como propósito ser el mensaje póstumo del anciano apóstol a la iglesia universal. Así se explican las diferentes referencias a personas y la amplitud de la visión cósmica (1.10, 14, 20–23; 2.14–16; 3.14–21; etc.).
4. Se envió para impedir que se extendiese la herejía combatida en la Epístola a los Colosenses.
No se puede, pues, precisar con seguridad ni los destinatarios ni el propósito original de la carta, pero es posible sugerir que se escribió inmediatamente después de Colosenses. Constituye una meditación sobre la grandeza del misterio de Cristo (1.9; 3.4s) y la responsabilidad de la Iglesia en Él (2.10; 4.17ss), temas ya analizados en Colosenses, y se envió a varias iglesias, quizás al mismo tiempo que Colosenses (61–62 d.C., durante la cautividad del apóstol en Roma).
Estructura Del Libro
La Epístola desarrolla muchas de las doctrinas contenidas en Colosenses y las recapitula. Se puede decir que la forma es más bien homilética que epistolar. Matiza con tonos especiales las más fundamentales doctrinas cristianas:
A. La predestinación divina de los santos antes de la fundación del mundo (1.3–6, 11s).
B. La redención en Cristo (1.7; 2.1–10; 5.2).
C. La recapitulación de todas las cosas en Cristo (1.10).
D. El Espíritu Santo (1.13s; 2.18, 22; 3.16; 4.30; 5.18; 6.17).
E. El poder de Dios operante en la resurrección de Cristo (1.19s; 3.20s).
F. Cristo la cabeza de la Iglesia (1.22s; 5.23).
1. Unida en un solo cuerpo (2.11–22; 3.1–9; 4.3–6).
2. Fundamentada sobre los apóstoles y profetas (2.20).
3. Edificada como templo del Señor (2.21s).
4. Dotada con todos los recursos necesarios para su crecimiento y perfeccionamiento (4.7–16).
5. La Esposa de Cristo (5.25–33).
G. El modelo de la nueva vida en Cristo (4.17–6.9).
H. Los requisitos para estar firmes en el Señor (6.10–20)
Aporte a La Teología
La naturaleza de Efesios hace difícil determinar las circunstancias específicas que llevaron a escribir la epístola. Está claro, sin embargo, que los destinatarios eran principalmente gentiles (3.1) que antes estaban alejados de la ciudadanía de Israel (2.11). Ahora, gracias al don de Dios, disfrutaban de las bendiciones espirituales que proporciona Cristo.
El tema de Efesios es la relación entre el Jesucristo celestial y su cuerpo aquí en la tierra, la Iglesia. Cristo ahora reina «sobre todo principado y autoridad y poder y señorío» (1.21), «y sometió todas las cosas bajo sus pies» (1.22). En su estado de exaltación, no se ha olvidado de su pueblo. Al contrario, se indentifica plenamente con la Iglesia que considera su Cuerpo y la llena de su presencia (1.23; 3.19; 4.10).
La relación de esposo a esposa es una bella analogía que expresa el amor, el sacrificio y el señorío de Cristo por la Iglesia (5.22–32). El Cristo entronizado habita por la fe en el corazón de los creyentes (3.17) para que puedan disfrutar de su amor. No hay absolutamente nada que esté fuera de su alcance redentor (1.10; 3.18; 4.9).
La unión de Cristo con su Iglesia se expresa también en la unidad de los creyentes. Los que antes andaban lejos, «apartados» y separados de Dios han sido «hechos cercanos por la sangre de Cristo» (2.13). Es más, los creyentes ahora son llevados por Cristo a sentarse con Él en los lugares celestiales (2.5–6). Como los creyenbtes están con Él, procuran ser como Él y están «solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (4.3). Él mismo «es nuestra paz» (2.14), dice Pablo, y derriba las paredes y barreras que antes separaban a los judíos de los gentiles, y los une en un Espíritu ante el Padre (2.14–22).
Después de expresar estas maravillosas bendiciones espirituales, Pablo exhorta a los creyentes a que anden como es digno de los que han sido llamados (4.1). Este llamamiento es una útil demostración de ética cristiana. En vez de presentar leyes y regulaciones, Pablo dice, en efecto, que nuestra manera de vivir debe honrar al que nos llamó. Cristo libera al cristiano, pero este tiene que dar cuenta a Cristo. Pablo hace varias declaraciones sobre cómo los creyentes pueden honrar a Cristo (4.17–5.9), pero la meta no es ganar mérito por medio de la moralidad. En vez de buscar personas buenas, Pablo quiere personas nuevas, el «varón perfecto», reedificado según «la estatura de la plenitud de Cristo» (4.13). Esta madurez puede referirse a la deseada y todavía no alcanzada unidad de la iglesia.
ÉFESO Ciudad del occidente de Asia Menor, y centro importante en la historia de la iglesia primitiva. Estaba situada entre Mileto y Esmirna, en el valle del río Caistro, a 5 km del mar Egeo y entre las montañas de Koresos. Su excelente acceso al mar la convirtió en el principal puerto de Asia durante el Imperio Romano. Compartió con Alejandría y Antioquía la supremacía en el Mediterráneo oriental, y llegó a ser la más importante gracias a su posición geográfica y actividad industrial.
Historia General
Como ciudad, probablemente Éfeso se fundó en el siglo XII a.C., cuando los colonizadores griegos se mezclaron con los indígenas de la región, descendientes de habitantes de Anatolia en el centro de Asia Menor. En 560, Creso, rey de Lidia, conquistó a Éfeso. Este restauró el famoso templo de Artemisa y benefició de gran manera a la ciudad. Tres años después la capturaron los persas. Lisímaco, uno de los sucesores de Alejandro Magno, la reconstruyó más tarde (322) y además de embellecerla la inundó con la influencia helenista.
En 133 a.C., Atalo III, rey de Pérgamo, entregó la ciudad a Roma y así se mantuvo hasta el 262 d.C., cuando los godos destruyeron tanto al templo como a la ciudad. En la era apostólica, Éfeso era el centro administrativo y religioso de la provincia romana de Asia; algunos de sus oficiales se llamaban asiarcas (Hch 19.31).
El templo de → Diana, considerado una de las siete maravillas del mundo, estaba situado al nordeste de la ciudad. Se terminó al principio del siglo III a.C. Daba renombre a Éfeso y esta se jactaba de ser «guardiana del templo de la gran diosa Diana» (Hch 19.35). Fueron impresionantes la superstición y el ocultismo que florecieron a la sombra del culto a esta diosa, cuyas características eran semejantes a las de la diosa oriental de la fertilidad.
Foto de Gustav Jeeninga
Una calle de mármol con columnas en la antigua Éfeso.
Historia Sagrada
Según Hechos, Pablo visitó a Éfeso dos veces: a finales de su segundo viaje misionero, cuando iba de prisa hacia Jerusalén (18.19–21), y durante el tercero (19.1–41). Había en Éfeso una numerosa colonia judía donde Pablo y sus compañeros, → Aquila y Priscila, fueron bien acogidos al llegar por primera vez. El apóstol deseaba estar en Jerusalén para cierta fiesta y esto acortó su visita, pero sus compañeros permanecieron allí. Sin duda, fundaron la iglesia ayudados por → Apolos (Hch 18.24–26).
La segunda visita de Pablo duró tres años (19.8, 10; 20.31), pero esta vez la situación fue diferente. Al principio, los judíos lo recibieron bien, pero después de predicar tres meses en la sinagoga surgió la oposición (quizás por desacuerdo en cuanto a lo que es el «reino de Dios», 19.8, 9). Por tanto, trasladó su centro de actividades a la «escuela de uno llamado → Tiranno».
Con este punto como cuartel, Pablo llevó a cabo una obra extensa, ayudado por sus compañeros y convertidos como → Tíquico, → Epafras y → Filemón (Hch 19.10). Seguramente durante esta época nacieron «las siete iglesias ... en Asia» (Ap 1.11) y otras como → Colosas y → Hierápolis (Col 4.13). Su ministerio lo acompañaron «milagros extraordinarios» (Hch 19.11). Tantos se convirtieron, que los fabricantes de ídolos vieron en peligro su negocio y provocaron el tremendo alboroto relatado en Hch 19.23–41.
Foto de Ben Chapman
El gran teatro de la ciudad de Éfeso, mostrando la avenida de mármol que llevaba al puerto cercano ahora relleno debido a la erosión.
Éfeso llegó a ser un centro importante de la iglesia primitiva. Timoteo permaneció allí para cuidar de la iglesia después de la ida de Pablo (1 Ti 1.3). La tradición (escritos postapostólicos) afirma que el apóstol Juan se trasladó a Éfeso a finales del siglo I para supervisar y ayudar a las iglesias de Asia. Esto explica por qué les dirigió los mensajes escritos en Ap 2 y 3 durante su destierro en la isla de → Patmos.
Desde la época postapostólica hasta la invasión musulmana, Éfeso fue un centro eclesiástico importante. Aquí se celebró, en 431, el tercer concilio ecuménico donde se condenó la cristología nestoriana.
EFOD Parte decorativa de la vestidura sagrada, usada tanto por los sacerdotes hebreos como por sacerdotes de otras religiones de la época. En su forma más antigua probablemente se trataba de una simple faja de lino. Los sacerdotes de Nob se conocían como «varones que vestían efod de lino» (1 S 22.18).
Samuel (1 S 2.18) y David (2 S 6.14) usaban un sencillo efod de lino. Pero conviene distinguir este efod sencillo del que formaba parte del vestido del sumo sacerdote y que estaba ricamente bordado con hilos de «oro, azul, púrpura y carmesí». Tenía broches de oro y anillos para sujetar el racional que tenía las piedras preciosas en las que estaban grabados los nombres de los hijos de Israel. Consistía en dos piezas sin mangas, una delantera y otra posterior que llegaban hasta la mitad del muslo. Se aseguraba con un cinturón entretejido y tirantes (Éx 28.6, 12; 29.5). Se menciona también un efod que se colgaba en el templo y se usaba para los oráculos (1 S 21.9).
Los judíos veían con singular reverencia el efod y lo empleaban en cultos idolátricos. El efod de Gedeón, hecho de mil setecientos siclos de oro (alrededor de 20 kg), «fue tropezadero» para él (Jue 8.27). Micaía hizo uno para que se reverenciara a su ídolo como era debido (Jue 17.5).
EFRAÍN (doblemente fructífero). Hijo de José y Asenat, hermano de Manasés y patriarca de una de las tribus de Israel. Nació en Egipto cuando su padre ocupaba el cargo de primer ministro de la nación (Gn 41.50). Por la línea materna los hijos de José pertenecían a una familia distinguida. Asenat era hija de Potifera, sacerdote de On. El matrimonio de José y Asenat se realizó con el beneplácito del rey (Gn 41.45), lo cual dio a José fama y gloria en tierra extranjera.
José dio a su hijo el nombre de Efraín «porque Dios me ha hecho fructificar en la tierra de mi aflicción» (Gn 41.52). En efecto, José conoció la esclavitud y el encarcelamiento en Egipto. De ahí subió para ser el segundo en el país. Esto, junto con su feliz matrimonio, fueron triunfos que José supo apreciar. Por eso dijo que Dios lo había hecho «fructífero» en tierra de dolor, experiencia que perpetuó en el nombre de uno de sus hijos.
Jacob, ya en su vejez, se gozó al ver a sus nietos, los hijos de José, a quienes adoptó como hijos suyos (Gn 48.5, 11). En esta ocasión memorable Jacob bendijo a Efraín dándole cierta preferencia sobre Manasés su hermano (Gn 48.17–19). José vivió hasta ver la tercera generación (Gn 50.23). En 1 Cr 7.22 se dice que algunos hijos de Efraín murieron en combate, por lo cual Efraín lloró amargamente. Nada más se sabe de la vida de este distinguido patriarca.
Los descendientes de Efraín llegaron a formar una de las tribus del pueblo de Israel. En la división de la tierra prometida, después de la conquista, correspondió a la tribu de Efraín una rica y extensa región al centro del país. Tenía a Dan y a Benjamín al sur, Gad al este y Manasés al norte (Jos 16.1–10). Entre los varones famosos, descendientes de Efraín, se cuentan → Josué (Nm 13.8, 16) y Jeroboam, rey de Israel (1 R 12.20, 25). En el territorio de Efraín estuvo la ciudad de Ramataim, cuna del profeta Samuel (1 S 1.1).
Al parecer, fue una tribu dominante y en su regionalismo llegó a poseer su propio dialecto (Jue 12.5, 6). Fue tanto el predominio de esta tribu, que en muchos pasajes bíblicos se cita el reino del norte como reino de Efraín (Os 4.17). El profeta Oseas habla de la caída de Efraín (Os 11.1–12), dejando ver la ingratitud de esta gente ante el permanente y cuidadoso amor de Dios.
El nombre de Efraín también designaba la región habitada por los descendientes de este y una puerta en el muro de Jerusalén (2 Cr 25.23). En tiempos novotestamentarios Jesús visitó una ciudad del mismo nombre (Jn 11.54).
EFRATA (fructífera). Nombre empleado indistintamente con Belén para referirse a un mismo lugar (Gn 35.16, 19; 48.7). Algunos suponen que fue la segunda esposa de Caleb (la madre de Ur) la que dio su propio nombre a ese lugar (1 Cr 2.50, 51; 4.4). El rey → David y su padre Isaí eran efrateos (1 S 17.12).
El profeta Miqueas exalta a la «pequeña» Efrata o Belén por el histórico destino que se le dio como lugar del nacimiento del Salvador (Miq 5.2–4).
EFRÓN Nombre de una persona y tres lugares en el Antiguo Testamento
1. Heteo de quien Abraham compró una parcela en donde se encontraba la cueva de → Macpela (Gn 23.8, 9). Esta pasó a ser la tumba de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, así como de sus respectivas esposas: Sara, Rebeca y Lea (Gn 23.8–17; 25.9; 49.29–30; 50.13).
2. Zona montañosa que servía de límite a Juda, entre Neftoa y Quiriat-jearim, diez kilómetros al noroeste de Jerusalén (Jos 15.9; → Efraín).
3. Ciudad que Abías arrebató a Jeroboam I (2 Cr 13.19).
4. Fortaleza del sudeste de Galilea que Judas Macabeo capturó. Estaba situada entre Astoret Karnaim y Bet-sán (1 Mac 5.46–52; 2 Mac 12.27–29). Algunos identifican este lugar con et-Taiyibeh.
EGIPTO Región al nordeste de África. Por la variación de sus límites en diferentes épocas, en ocasiones se ha denominado Egipto solo a la cuenca del Nilo, y a veces a las regiones áridas que se encuentran al este y al oeste de dicha cuenca, hacia el este hasta el mar Rojo, y hacia el oeste a una distancia indeterminada cuyas fronteras con la región de Libia son imprecisas. Como es natural, el límite norte de Egipto es el Mediterráneo. Al sur, el límite se ha fijado en distintos lugares, pero por lo general en una de las varias cataratas que forma el Nilo en su descenso hacia el mar.
El nombre castellano «Egipto» se deriva del griego, pero se ignora su significado original. Los egipcios llamaban al país «Kimet», lo cual probablemente quería decir «negro», refiriéndose al contraste entre la arena roja de la región circundante y la fértil tierra negra del valle del Nilo. También lo llamaban «las dos tierras», aludiendo a la unión del Alto y el Bajo Egipto. En el Antiguo Testamento, al sur del país se le llama → Mizraim y → Patros. En el Nuevo Testamento se le da el nombre griego de Aigyptos.
Foto de Willem A. VanGemeren
Ramsés II de Egipto le ordenó a sus artesanos que tallaran estas enormes estatuas en la roca sólida en el siglo XIII a.C.
Geografía
Desde tiempos antiguos un autor llamó a Egipto «don del → Nilo». En efecto, toda la geografía, la economía y la historia del país las han dominado siempre el Nilo. Este río, que nace en las regiones tropicales de África, corre hacia el norte y cae en una serie de seis cataratas, hasta llegar al Mediterráneo, a varios miles de kilómetros de su nacimiento. Los egipcios no conocían las regiones ecuatoriales del Nilo ni sabían que sus inundaciones periódicas se debían al carácter periódico y torrencial de las lluvias en la región. Solo sabían que una vez al año, a principios del verano, el río se desbordaba y que unos tres meses después sus aguas descendían al nivel acostumbrado. Puesto que a tales inundaciones se debía la fertilidad del valle, buena parte de la religión del país giraba en torno al Nilo, según veremos más adelante.
En sentido estricto, Egipto se extendía desde la desembocadura del río hasta la primera catarata (tradicionalmente, las cataratas se han contado de norte a sur, en sentido inverso a la corriente del río). Desde allí hasta la tercera catarata se hallaba la región de → Nubia, en la cual los egipcios tenían intereses económicos y por tanto la invadieron repetidamente. Más arriba, en las regiones de la cuarta y quinta cataratas, se encontraba → Etiopía. Más allá, desde el punto de vista egipcio, el Nilo se perdía en las penumbras de la leyenda.
Debido a las inundaciones del río, Egipto era una franja fértil en medio de una región desértica. El ancho de esta franja variaba de región en región, según el alcance normal de las inundaciones del río. Allí donde las colinas a ambos lados del Nilo se acercaban a este, la zona fértil era estrecha. Donde se alejaban, había varios kilómetros de tierra cultivable. Cerca de la desembocadura, en la región del delta, la tierra depositada por el río alcanzaba unos 200 km de ancho.
A todo lo largo del país la agricultura fue siempre la principal ocupación de los egipcios, que se dedicaban en especial al cultivo de cereales. En algunos oasis que se encontraban más apartados del río se cultivaban uvas. En las regiones pantanosas se cosechaba el papiro, de enorme importancia como medio de escritura. El Nilo y sus inundaciones determinaban también el modo y lugar de vida de los egipcios. A fin de no desperdiciar la tierra cultivable, la población se congregaba en pequeñas aldeas densamente pobladas y de allí salían a trabajar en los campos. Por la misma razón las tumbas se construían fuera de la tierra cultivable, en las regiones del desierto, y esta es una de las causas por las que han perdurado hasta el día de hoy.
Puesto que las inundaciones periódicas obligaban a remarcar los linderos, se desarrolló la ciencia de la geometría. Además, a fin de retener las aguas de la inundación por mayor tiempo y poderlas emplear de nuevo según fuese necesario, se construyó toda una serie de canales que obligaron a los egipcios a practicar la ingeniería.
La flora del país no era muy rica. Aparte del cultivo de cereales, viñedos y papiro, el resto de la flora tenía muy poca importancia económica. El país era particularmente pobre en árboles, de modo que tenían que importar maderas de otras regiones, sobre todo de Fenicia y Nubia. También se importaba el aceite de oliva.
La fauna del país era abundante. En el río había cocodrilos, hipopótamos y peces, y estos últimos contribuían a la alimentación de la población, la hiena, los lobos y los antílopes, además de varias clases de aves, muchas de las cuales eran domesticables. El principal animal doméstico era el ganado vacuno; el lanar parece haber sido escaso y despreciado (Gn 46.34). El asno se empleaba como bestia de carga desde los tiempos más remotos y mucho más tarde se introdujo el camello. Los caballos se desconocían en los primeros años del desarrollo histórico de la nación, y fue después de la invasión de los hicsos cuando su uso se propagó aunque no para montarlo, sino para tirar de los carros de guerra.
Foto de Howard Vos
Estas dos columnas heráldicas de Tutmosis III entre las ruinas de un antiguo edificio egipcio representaban al Bajo Egipto (izquierda) y al Alto Egipto (derecha).
Historia
Puesto que la historia de Egipto abarca unos cinco mil años, solo podemos dar aquí una breve idea de su desarrollo, destacando los períodos importantes para la historia bíblica. Tradicionalmente, la historia de Egipto se ha dividido en treinta dinastías. La primera, fundada por el legendario Menes, data de alrededor del año 3000 a.C. y marca la unificación del país. El período que va de la tercera a la sexta dinastías recibe comúnmente el nombre de «Imperio Antiguo». Dentro de este fue la cuarta dinastía, el período de mayor gloria. En esta se construyeron las famosas tres grandes pirámides.
Ya durante la quinta y sexta dinastías comenzó a descentralizarse el poder y los nobles fueron adquiriendo cada vez más independencia. Esto trajo un «período intermedio», o de confusión y fragmentación, que duró hasta la duodécima dinastía. Esta se centraba en la ciudad de Tebas, que anteriormente había tenido poca importancia en el país. A este período se le llama «Imperio Medio». Sin embargo, este nuevo resurgimiento no pudo sostenerse, pues pronto el caos reinó de nuevo en el país y se produjo la invasión de los hicsos.
Lo que se sabe a ciencia cierta sobre los hicsos es poco. Baste decir que eran de origen semita, que se establecieron principalmente al norte de Egipto y que no trataron de conquistar a Tebas, sino que se contentaron con imponerle tributo. Los hicsos fueron los que introdujeron los caballos y los carros de guerra en Egipto, además de otros implementos y tácticas militares. Se ha sugerido que fue durante este período cuando José y los israelitas se trasladaron a Egipto, pues es posible que los gobernantes semitas estuvieran más dispuestos a dar a José el alto cargo que llegó a ocupar. Sin embargo, esta hipótesis no está del todo exenta de dificultades.
Tras el período de los hicsos, la decimoctava dinastía trajo un despertar que se conoce como «Imperio Nuevo». Fue entonces, quizás en reacción a la conquista por parte de fuerzas exteriores, cuando Egipto comenzó a desarrollar una política imperialista. Esta nueva época de expansión terminó cuando diversas facciones en Egipto, sobre todo los sacerdotes por una parte y el faraón por otra, entraron en conflictos de poder. El conflicto llegó a una ruptura total entre el faraón y los sacerdotes de Tebas, cuya consecuencia fue la desaparición de la dinastía y del Imperio Asiático que creó. Ese imperio quedó en parte supeditado al Imperio Nuevo, de origen tebano, que florecía al norte.
Los documentos egipcios no mencionan el → éxodo, y por ello es difícil precisar su fecha con relación a los gobernantes del país. Pero una inscripción del sucesor de Ramsés II menciona a Israel e insinúa que se trataba de un pueblo nómada al este de Egipto. Durante la vigésima dinastía, Egipto volvió a perder sus posesiones en Palestina. Fue entonces cuando cayó en el período de decadencia que les permitió a los israelitas las glorias que la Biblia narra entre la época de Samuel y la caída de Samaria. Durante ese período el faraón más importante, desde nuestro punto de vista, es → Sisac, fundador de la vigesimosegunda dinastía. Después, una dinastía etíope logró establecerse en el país, a la que pertenece el faraón → Tirhaca. Fue durante el gobierno de esta dinastía, la vigesimoquinta, que Asiria tomó a Israel e hizo sentir su poderío sobre Judá, para después invadir el propio Egipto y llegar hasta tomar la ciudad de Menfis.
Aprovechando un momento de debilidad asiria, Samético, que pertenecía a una familia poderosa de origen saíta, estableció la vigesimosexta dinastía. Se produjo entonces un renacimiento durante el cual Egipto volvió a extender su poderío hasta la segunda catarata, y trató de restaurar su hegemonía sobre la región de Siria Palestina. También a esa dinastía pertenecieron → Necao y Hofra, faraones que trataron de restablecer su poderío en Palestina. El resultado neto de las gestiones de Hofra, tratando de erigirse en campeón del reino de Judá frente a Babilonia, fue la destrucción de ese reino, la caída de Jerusalén y el cautiverio en Babilonia.
Sin embargo, el propio Egipto era ya una nación débil, y a fines del siglo VI a.C. cayó en poder de los persas que gobernaron, aunque con breves interrupciones cuando algunos gobernantes nacionales lograban independizarse, hasta que → Alejandro Magno conquistó el país en 332. Este fundó la primera ciudad egipcia junto a la costa del Mediterráneo: → Alejandría. Tras su muerte, Egipto quedó en manos de → Tolomeo, quien fundó una nueva dinastía que logró mantenerse en el poder, con altas y bajas, hasta que su última reina, Cleopatra, sucumbió ante el avance del Imperio Romano.
Bajo los tolomeos, Alejandría llegó a ser uno de los principales centros económicos y culturales de la cuenca del Mediterráneo, y siguió siéndolo aun después de incorporarse al Imperio Romano en 30 a.C. Allí vivió Filón y floreció más tarde una gran escuela de enseñanza cristiana, cuyos principales maestros fueron Clemente y Orígenes. En el siglo VII d.C., los musulmanes conquistaron a Egipto. Estos destruyeron lo que quedaba de la pasada gloria de Alejandría.
Foto de Howard Vos
La Esfinge y la gran Pirámide, símbolos eternos de la tierra de Egipto y su pueblo.
Religión
Para el egipcio, todo cuanto sucedía era intervención de poderes divinos. Había, por tanto, dioses de ciudades o lugares específicos, de astros y fenómenos astronómicos, tales como el sol y la esfera celeste, de animales y plantas, y también de diversos aspectos de la vida, tales como el amor y la guerra. Estos dioses no estaban siempre bien definidos, y a menudo se fundían los unos con los otros. Pero lo importante para los egipcios, especialmente en los primeros períodos de su historia, era el hecho de que toda la realidad la gobernaban los dioses. El faraón reinante era el dios Horus, alrededor del cual giraba toda la vida del país. Después de su muerte, se convertía en el dios Osiris y gozaba de vida eterna. En algunos períodos, se acostumbraba enterrar junto al faraón a los sirvientes de este para que le acompañaran y sirvieran en la vida futura. Con el correr de los años, la religión egipcia fue evolucionando de tal modo que la inmortalidad estaba al alcance, no solo del faraón, sino de los poderosos de la tierra.
El desarrollo de la clase sacerdotal pronto comenzó a limitar el poder absoluto del faraón. En el siglo XIV a.C., el faraón Amenhotep IV trató de remediar esta situación enfrentando a los sacerdotes, al tiempo que promulgaba la religión monoteísta del dios Aton, el disco solar. Amenhotep se cambió el nombre y tomó el de Ak-en-aton, y además abandonó la capital de Tebas, donde existía una poderosa casta sacerdotal. Sin embargo, su reforma fracasó y su yerno Tutankamen se rindió ante el poder de los sacerdotes. A partir de entonces, el poder de esta clase fue cada vez mayor.
Los últimos siglos de la independencia de Egipto trajeron períodos desastrosos, en los que el pueblo perdió mucha de su fe en el dios faraón al mismo tiempo que los antiguos dioses le resultaron demasiado lejanos para creer en ellos y adorarlos. De esta manera la religión tomó un giro cada vez más personal y profundo, que subrayaba la necesidad de una vida justa a fin de lograr la inmortalidad futura.
El triunfo del cristianismo en Egipto fue sorprendente. No sabemos cómo llegó allí la nueva religión, pero el hecho es que ya a mediados del siglo II había en Alejandría una iglesia lo bastante fuerte como para tener una famosa escuela catequística. Poco después, los cristianos se contaban en gran número, y en el siglo V eran casi la totalidad de la población. Tras las conquistas musulmanas, sin embargo, el número de cristianos disminuyó hasta quedar reducido a una pequeña minoría.
Foto de Howard Vos
La Esfinge y la gran Pirámide, símbolos eternos de la tierra de Egipto y su pueblo.
Egipto En El Antiguo Testamento
Debido a la enorme importancia que tuvo Egipto en todo el desarrollo histórico del Cercano Oriente, era de esperarse que se mencionara repetidamente en la Biblia. En la «tabla de las naciones» de Gn 10 se menciona a Mizraim como hijo de Cam (Gn 10.6). En época de escasez, Abraham recurrió a Egipto en busca de alimentos (Gn 12.10). Agar, la esclava de Sara, era egipcia (Gn 21.9) y también lo fue la mujer de Ismael (Gn 21.21). Una narración paralela sobre Isaac afirma que él también acudió a Egipto en tiempos de escasez (Gn 26.2). La historia de José narra cómo él, su padre Jacob y toda su familia llegaron a vivir en Egipto, y también le atribuye a la administración de José la estructura social de Egipto, según la cual todas las tierras y las personas pertenecían al faraón (Gn 47.13–26).
El gran acto redentor de Dios en pro de su pueblo en el Antiguo Testamento es el → éxodo o salida de Egipto. A partir de entonces, Egipto aparece a menudo en el Antiguo Testamento como símbolo de opresión y se alaba frecuentemente al Dios de Israel como «el que te sacó de la tierra de Egipto».
Salomón se casó con una princesa egipcia (1 R 3.1). Sin embargo, ya en tiempos de su hijo Roboam, el faraón Sisac invadió a Judá y el reino quedó sometido a Egipto (2 Cr 12.1–9). Desde esa fecha, Egipto fue una potencia preponderante en Palestina y los hebreos unas veces fueron subyugados o aliados y otras combatieron contra él. Esta situación perduró hasta que el auge del Imperio Asirio puso fin a la hegemonía de Egipto sobre Palestina, que desde entonces estaría casi continuamente sujeta a influencias procedentes de Mesopotamia y Persia.
Egipto En El Nuevo Testamento
Tanto en el Nuevo Testamento, como en el Antiguo Testamento, Egipto es símbolo de esclavitud, y la salida de allí es señal de la acción redentora de Dios. Así hacen referencia a él en sus discursos Esteban (Hch 7) y Pablo (Hch 13.17). Lo mismo se hace en Judas 5. En Ap 11.8 se coloca a Egipto junto a Sodoma como señal de perdición.
Puesto que la salida de Egipto es el gran acto redentor de Dios en el Antiguo Testamento, no es extraño que en el Nuevo Testamento nuestro Señor Jesucristo se presente en cierto modo como la culminación de Egipto (1 Co 10.1–4; Heb

. Esta es quizás la importancia teológica de la huida a Egipto narrada en Mateo 2, pues así el Señor que antaño sacó a Israel de Egipto, viene ahora del propio Egipto para obrar la redención final del nuevo Israel (Mt 2.14, 15).
EGLÓN (novillo). En la Biblia, nombre de un rey y una ciudad.
1. Rey moabita, en el período de los jueces, que conquistó la ciudad de Jericó y oprimió a los hebreos. Fue asesinado en su propio palacio por Aod, hijo de Gera (Jue 3.12–30).
2. Ciudad cananea en el desierto de Judá. Su rey, Debir, formó una alianza con otros gobernantes cananeos para pelear contra Josué (Jos 10.1–35). En Jos 15.39 se menciona como perteneciente a Judá, junto a Laquis y Boscat en la llanura (cf. 15.1–12).
Foto de Howard Vos
El rey Senaquerib de Asiria bajo escolta de su guardia real, en un relieve del palacio de Senaquerib en Nínive.
EJÉRCITO Término que aparece con mucha frecuencia en las Escrituras y se usa en por lo menos cuatro sentidos diferentes.
Designa a la multitud de los israelitas organizados en tribus para marchar a través del desierto (Éx 7.4; Nm 1.52).
Algunas veces se usa para referirse a la hueste de los cuerpos celestes (Gn 2.1; Sal 33.6). El culto al «ejército de los cielos» era común entre los paganos y lo practicaron los israelitas en tiempos de decadencia espiritual (Dt 17.3; 2 R 17.16; 21.3; Jer 19.13).
El conjunto de los seres celestiales, los ángeles, se llama «ejército». Dios se llama «Jehová de los ejércitos», frase que aparece casi trescientas veces en el Antiguo Testamento (Sal 24.10; 46.7). El Señor es jefe de las huestes angelicales, y estas son ministros a su disposición para pelear sus batallas y servir a su pueblo en la tierra (1 S 17.45; Is 31.4; Heb 1.13).
El uso más común de la palabra, sin embargo, es militar. Hasta los días de Saúl no hubo un ejército profesional entre los israelitas (1 S 13.2; 14.52). Antes de la monarquía los ejército se levantaban improvisadamente (Jue 6.32–35). David aumentó el ejército y lo organizó en doce divisiones de infantería (1 Cr 27). Salomón desarrolló aun más la milicia. Su ejército tenía caballería y → Carrozas (1 R 9.19; 10.26).
En la época del Nuevo Testamento se hallaban contingentes del ejército romano en todas las partes del imperio. Por eso hay tanta mención de soldados y se emplean tan a menudo figuras de la milicia desde Mateo hasta Apocalipsis (Mt 8.5–10; Mc 5.9; 2 Co 10.4; Ef 6.11–17; 1 Ti 1.18; 2 Ti 2.4; Ap 12.7). Las divisiones principales del ejército romano eran: legión, cohorte y centuria. Una → Legión (Mt 26.53; Mc 5.9) solía contar de seis mil soldados, aunque el número variaba. Se dividía en diez cohortes («compañías» en la RV, Hch 10.1; 21.31; 27.1). Una se hallaba acantonada en Jerusalén para mantener el orden. La cohorte se dividía en grupos de cien, que por tanto se llamaban «centurias». El jefe de una legión se llamaba legatus, el de una cohorte, quiliarcos, que en griego significa «jefe de mil», pero en la RV se traduce → Tribuno (Hch 21.31; 24.7), y el de una centuria → Centurión (Mt 8.5; Hch 10.1; 27.1).
ELA (roble). Nombre veterotestamentario.
1. Príncipe de Edom (Gn 36.41; 1 Cr 1.52).
2. Hijo de Baasa y rey de Israel durante dos años (ca. 886–885). Mientras estaba embriagado en casa de su mayordomo Arsa, vino uno de sus oficiales, Zimri, y lo mató (1 R 16.6–10).
El valle de Ela, lugar de la batalla entre David y Goliat (1 S 17; 21.9).
3. Padre de Oseas, último rey de Israel (2 R 15.30; 17.1; 18.1, 9).
4. Hijo de Caleb, quien con Josué sobrevivió al peregrinaje en el desierto (1 Cr 4.15).
5. Benjamita que vivió en Jerusalén después del cautiverio (1 Cr 9.8).
6. Valle que los filisteos utilizaban para penetrar hasta la parte central de Palestina. Fue aquí donde David dio muerte a Goliat (1 S 17.2ss; 21.9). Quizás fue el mismo lugar donde hoy se encuentra Wadi es-Sant, unos 24 km al sudoeste de Belén.
ELAM (alto). En el Antiguo Testamento, nombre de siete u ocho hombres y una región.
1. Nombre de uno de los hijos de Set (Gn 10.22), y de varios otros personajes y familias del Antiguo Testamento (1 Cr 8.24; 26.3; Esd 2.7, 31; 8.7; 10.2, 26; Neh 7.12, 34; 10.14).
2. Región montañosa al este de → Mesopotamia, habitada por un pueblo cuyo idioma parece no tener relación con otras lenguas. Su principal ciudad era Susa (Dn 8.2).
Puesto que Elam era una zona montañosa cerca de las fértiles llanuras del sur de Mesopotamia, los elamitas cruzaron el Tigris repetidamente a través de su historia y libraron campañas contra los diversos reinos de Mesopotamia. Por tanto, la historia de Elam se relaciona estrechamente con la de Mesopotamia.
En el siglo XII a.C., a → Babilonia, que en esa época pasaba por un período de crisis, la conquistaron los elamitas. Por otra parte, en el siglo VII a.C., en época de la hegemonía asiria, los asirios invadieron a Elam, tomaron a Susa y la destruyeron completamente. Sin embargo, pocos años después el profeta Jeremías se refirió a «los reyes de Elam» (25.25), y más adelante profetizó contra la región (49.35–39).
Hechos 2.9 da a entender que todavía en el siglo I de nuestra era existía un grupo de personas a las que se daba el nombre distintivo de «elamitas». Otros escritores posteriores se refieren a la existencia en la región de Elam de un pueblo que hablaba una lengua distinta de las demás y cuya existencia parece haber continuado a lo menos hasta el siglo X d.C.
EL AMARNA Antiguas ruinas de Ahetatón, capital egipcia construida por Amenhotep IV (ca. 1365 a.C.), situadas en la orilla del Nilo a unos 300 km al sur del Cairo.
La dinastía XVIII de Egipto (1570–1308) conquistó gran parte del Asia Occidental, incluyendo toda Siria Palestina. En los últimos días de Amenhotep III, sin embargo, el rey hitita Suppiluliumas (1375–1340) cambió el equilibrio de poder anexando partes de Siria, con lo cual el poderío egipcio disminuyó. Amenhotep IV heredó esta situación cuando a los once años de edad llegó al trono de Egipto. No tenía interés en las posesiones exteriores, le importaba más la teología. Repudió el culto a Amón y demandó que todos adoraran a Atón. Para honrar a este dios, limbo del sol, cambió su propio nombre por el de Akenatón y construyó su nueva capital Aketatón. Esta política religiosa chocó con el poderoso sistema sacerdotal de → Amón. Después de la muerte de Amenhotep (1340) se suscitó una reacción contra la religión de Atón y sus monumentos fueron desfigurados.
La importancia de El Amarna para el estudio de la Biblia reside en las tablillas de arcilla encontradas allí. Son textos de la oficina de relaciones exteriores en acádico, la lengua franca de la época. Ocho son textos escolares con que los escribas aprendían a leer y a escribir el cuneiforme. Otras son cartas diplomáticas de países lejanos: Babilonia (13), Asiria (2), Mitanni (13), Chipre (8), los hititas (1). La mayoría (de las casi cuatrocientas cartas) fueron enviadas por reyes de las pequeñas ciudades de Canaán.
Los textos de El Amarna indican las condiciones en Canaán durante el siglo XIV a.C. Había mucha rivalidad entre los reyes de las ciudades-estado, situación que observó bastante avanzada y había excelente comunicación con todo el Cercano Oriente.
Las cartas de El Amarna señalan la importancia de la escritura en aquella época. Reyes de muchos pueblos escribían a Egipto en el idioma diplomático originario de Mesopotamia. Los escribas egipcios practicaban el acádico con escritos de cuentos mesopotámicos. Saber leer y escribir en aquellos tiempos era mucho más importante que lo que corrientemente se ha pensado, como demuestra también Jue 8.14, donde un joven escribe para Gedeón los nombres de setenta y siete ancianos de Sucot.
Los datos de El Amarna arrojan luz sobre el antecedente bíblico. El nombre del rey de Jerusalén sugiere el culto a una diosa adorada por los hititas, indicación de que en épocas remotas había hititas al sur de Palestina (cf. Gn 23). En Egipto, con el nombre de Yarhamu se designaba al encargado de la distribución de granos, un puesto semejante al de José (Gn 42.1–7) y con nombre semítico.
ELAT → Ezión-geber.
ELCANA En el Antiguo Testamento, nombre de varios hombres.
1. Hijo de Coré, familia levita (Éx 6.24). El nombre es frecuente en las listas de levitas (1 Cr 6; 9; 15).
2. Padre de → Samuel, esposo de → Ana y Penina, hombre consagrado a Dios y comprensivo en el hogar (1 S 1). Aunque la genealogía de 1 Cr 6.27, 34 le atribuye ascendencia levita, la fuente primaria, 1 S 1, lo identifica como efrateo.
3. Guerrero del ejército de Saúl que se pasó al bando de David (1 Cr 12.6).
4. Oficial del rey Acaz (2 Cr 28.7).
ELEALE Ciudad de los amorreos y de los moabitas que fue conquistada por la tribu de Rubén. Siempre se menciona junto con Hesbón, que se hallaba al norte de Moab, directamente al este de Jerusalén (Nm 32.3, 37). La amenazaron los profetas como ciudad de Moab (Is 15.4; 16.9; Jer 48.34).
ELEAZAR (Dios es auxilio).
1. Hijo de Aarón y Elisabet (Éx 6.23; Nm 3.2). Casado con una hija de Futiel y padre de Finees (Éx 6.25). Consagrado al sacerdocio con tres hermanos y su padre (Éx 28.1; Lv 9), más tarde sucedió a este último como sumo sacerdote (Nm 20.25–28; Dt 10.6). Encargado de los levitas, del cuidado del santuario y de otros deberes sacerdotales (Nm 3.32; 4.16; 16.37, 39; 19.3ss). Tomó parte en el censo de Moab (Nm 26.1, 3, 63). Tuvo lugar prominente en la historia y distribución del territorio de Canaán (Nm 32.2ss; 34.17; Jos 14.1; 17.4; 19.51; 21.1). Participó en la ceremonia en la que Josué fue nombrado sucesor de Moisés y sirvió como su consejero (Nm 27.15–23). Estuvo presente en la repartición del botín después de la guerra contra los madianitas (Nm 31.21ss). Lo enterraron en territorio de su hijo (Jos 24.33).
2. Hijo de Abinadab encargado del arca del pacto mientras esta permaneció en su casa (1 S 7.1).
3. Uno de los valientes de David. Venció a los filisteos (2 S 23.9; 1 Cr 11.10–19).
4. Levita que no tuvo hijos, sino hijas casadas entre primos (1 Cr 23.21, 22; 24.28).
5. Sacerdote que sirvió en el templo después del cautiverio. Acompañó a Esdras desde Babilonia (Esd 8.33).
6. Descendiente de Paros, casado con extranjera en tiempo de Esdras (Esd 10.25).
7. Sacerdote, cantor en tiempo de Nehemías; participó en la dedicación del muro de Jerusalén (Neh 12.42).
8. Ascendiente de José, el esposo de María (Mt 1.15).
ELECCIÓN Acto eterno de Dios por el cual, según su gracia y su soberana voluntad y no a base de ningún mérito en el escogido o elegido, escoge a su → Pueblo para tener una relación especial con Él y un ministerio específico dentro de su → Pacto. Dicha elección puede ser de carácter nacional (Dt 7.6–8; cf. Ro 11.28s), personal en función de la vocación y el ministerio de determinados individuos (1 S 10.24; Hch 1.24), o personal con referencia al destino final del individuo (Ro 8.28s; Ef 1.4–14).
El concepto afín «predestinación» expresa la soberanía de Dios en la historia y en la vida de cada hombre. Dios reina soberanamente sobre los acontecimientos (Lc 22.22; Hch 2.23; 4.27), los tiempos y lugares (Hch 17.26, 31; Heb 4.7), las cosas (Mt 17.25; 21.2, 3; 26.18) y las personas, tanto creyentes como incrédulos (Is 41.25; 42.1–13; 44.28–45.7; Hch 4.27; Ro 9.10–13), para cumplir sus designios en la naturaleza y la humanidad (Sal 115.3; Dn 4.34s), lograr la → Redención y la liberación de los hombres (Is 42.1–7; 61.1–4), y dar gloria y honra a su santo nombre (42.8–13).
Del estudio de las diversas palabras que tanto en hebreo como en griego significan «elegir» o «predestinar» se desprenden varias implicaciones significativas:
1. El concepto y los términos de la elección tienen mucha más importancia en la Biblia que los de la predestinación, especialmente en el Antiguo Testamento.
2. Mientras la predestinación se refiere solo muy contadas veces a la salvación personal como tal, la elección se refiere típicamente a la redención del pueblo de Dios y (en el Nuevo Testamento) de los individuos.
3. Ambos conceptos son mucho más amplios de lo que tradicionalmente, partiendo de San Agustín y Calvino, se ha creído; su horizonte de referencia es siempre el plan redentor de Dios en toda su envergadura; su contexto vital es siempre el pueblo de Dios (dentro del cual se ubica al individuo); y su centro y corazón es Jesucristo, electo y predestinado para ser el Salvador conforme al pacto eterno de Dios.
4. En ambos casos, el énfasis cae casi exclusivamente sobre la acción de Dios mismo al predisponer el plan redentor y al escoger a su pueblo; prueba de esto es el muy frecuente empleo de las formas verbales en diversos tiempos y el poco uso (nada en el Antiguo Testamento) de participios pasivos o de sustantivos derivados (por ejemplo, «los electos», «la predestinación», etc.).
5. En sentido teológico la doctrina de la elección es una expresión concreta de la → Gracia soberana de Dios, y la predestinación representa una de las expresiones de su soberanía en toda la historia conforme a los designios de su misericordia.
En En El Antiguo Testamento
Es significativo que la terminología de la elección (bakhir) aparezca por primera vez en el libro de → Deuteronomio, en una interpretación teológica de un decisivo acontecimiento histórico: el éxodo. El autor no pudo entender la liberación de su pueblo débil y esclavizado, superando obstáculos imposibles y conquistando la tierra de Canaán, excepto en términos de la gracia electiva de Jehová y de su pacto con su pueblo. Es constante la relación entre el éxodo y la elección en el pensamiento deuteronómico (Dt 4.37; 7.6–8; 10.15–22).
Además de la elección del pueblo (cinco veces), Deuteronomio habla mucho más a menudo de «el lugar elegido por vuestro Dios» (12.5; veintiuna veces en total, aunque Dt nunca menciona el nombre de Jerusalén), y de la elección del rey (17.15) y de los levitas (18.5; 21.5). Todos estos son elementos de la teología particular del deuteronomista, en torno al acontecimiento central del éxodo.
En El Pentateuco
Sin usar el término «elegir», los escritos anteriores a Deuteronomio, y especialmente los relatos patriarcales de Génesis, señalan el hecho mismo de la elección con otros términos: llamar, apartar, conocer, prometer, etc. Es más, parece interpretar la historia premosaica a la luz del éxodo y del concepto más claro de la elección que provocó este.
La vocación de Abraham, Isaac y Jacob, y las promesas que Dios les extendió, incluyen en cada paso una separación (Abraham de Ur y su parentela, Isaac de Ismael, Jacob de Esaú), pero afirman a la vez que Dios los usará para bendición a todas las naciones, en una forma única y especial que implica una elección divina (Gn 12.1–3; 15.1–21; 17.1–22; 18.17–19; 22.15–18; 26.2–5, 24; 28.13–15). Si todos los pueblos podrán usar el nombre de ellos para bendecirse, la elección de Abraham reviste un significado redentor para todos.
Los relatos patriarcales revelan que Dios juró un → Pacto con Abraham, el cual constituyó en esencia una elección y la base de toda exposición subsecuente de la elección (Gn 15.18; 17.2–21). Por cierto, tanto el relato de éxodo (Éx 2.24; 6.4) como muchos pasajes deuteronómicos sobre la elección (Dt 4.31–37; 7.6–9, etc.) hacen una referencia retrospectiva a este pacto. Como Dios del pacto, Jehová es «celoso» (Éx 20.5; 34.14; cf. Dt 4.24; 5.9; 6.5) del pueblo que le pertenece como «posesión particular» (Éx 19.5; 23.22, LXX; cf. Dt 4.20; 7.6; 14.2; 26.18). Su amor es exigente y exclusivo, tanto como selectivo.
Aunque Génesis solo habla de «un pueblo» que Dios le concedería a Abraham, ya en Éxodo se introduce el término «mi pueblo», el pueblo de Dios (Éx 3.7, 10; 5.1; 6.6–8; etc.). El muy antiguo canto triunfal de Moisés celebra el «pueblo ... que rescataste» y «redimiste» (15.13, 16). Este pueblo se describe en Éx 19.5s como «nación santa», «mi propiedad personal entre los pueblos», y «reino de sacerdotes» (BJ). Dios «conoció» a Abraham (Gn 18.19, BJ: «Me he fijado en él», «lo he escogido» [RSV]) y a Moisés (Éx 33.12, 17; cf. 31.2, «yo he llamado por nombre a → Bezaleel»; 35.30). Esto es de hecho lenguaje de elección (cf. Am 3.2; Ro 8.29) y significa que Jehová los había escogido para su tarea especial dentro de sus planes salvíficos.
Teológicamente, dos notas caracterizan desde el principio al concepto de la elección en el Pentateuco: la gracia y el propósito universal de Dios al elegir a su pueblo. Desde el principio, la elección se atribuyó exclusivamente a la pura gracia de Dios. En contraste con documentos de pueblos contemporáneos, que atribuyen su «elección» a su superioridad nacional, el deuteronomista se halla perplejo frente al misterio: ¿por qué Jehová escogió a Israel para redimirlo de Egipto y entregarle la tierra de Canaán? No fue porque eran más numerosos, poderosos ni importantes (Dt 7.7; cf. 7.1), ni más justos y piadosos (Dt 9.4–7), sino a pesar de ser «pueblo duro de cerviz» (9.6–8, 13; cf. 4.21). Fue por el puro amor y el favor inexplicable de Jehová (Dt 4.37s; 7.6–8; cf. Éx 33.19), confirmado por su juramento y pacto (Dt 7.8; 9.4s). Vista así, la elección de Israel implica la exigencia de compasión hacia el extranjero y el oprimido (Dt 10.15, 22; 15.13–15) y una misión a los demás pueblos.
En Los Libros Históricos
Los libros de → Josué hasta → Nehemías no suelen hablar de la elección del pueblo (pero cf. 1 R 3.8; 1 Cr 16.13) ni de los patriarcas (en Neh 9.7 solo se menciona a Abraham). En cambio, cita muy a menudo la elección divina del rey (1 S 10.24; 16.8–12; un total de nueve veces), y aun más la de la ciudad de Jerusalén (Jos 9.27; 1 R 8.44, 48, un total de dieciséis veces). Esta última, según Deuteronomio y Josué en «el lugar que Jehová había de elegir» (Jos 9.27), pero no se estableció hasta los días de → David (1 R 8.16); se define realmente con la dinastía davídica (1 R 8.44, 48). Crónicas menciona también la elección de los levitas (1 Cr 15.2; cf. 1 S 2.28).
En Los Profetas
Estrictamente, nunca se habla de la elección de los profetas a la manera que se hace con los reyes y sacerdotes; pero muchos otros términos expresan en efecto el mismo concepto («siervo», «llamado desde el vientre», «Dios le puso nombre», etc.; por ejemplo, Is 49.1–6). La elección se fundamenta en la acción de Jehová. Mientras los profetas del precautiverio la refieren al éxodo, sin mencionar a los patriarcas (Os 11.1; cf. 9.10; 13.4; Am 3.1, 2; cf. 2.10; 9.7–10, etc.), los profetas del cautiverio y del poscautiverio remontan la teología de la elección hasta el período patriarcal (Is 41.8s; 51.2; Miq 7.20; cf. Sal 105.6, 9, 26, 42, 43).
Los profetas también enfatizan en que la elección y el pacto nacen del amor y de la gracia de Dios (Jer 31.1–3; Ez 16.2ss; Os 1.2; 3.1; 11.5). Sin embargo, la decadencia de la monarquía y la amenaza de destrucción y cautiverio dificultaron para el pueblo la comprensión de la fidelidad de Dios y la elección. Frente a esa crisis, los falsos profetas se apoyaban en el concepto tradicional del «pueblo escogido» y la doctrina acrítica de la elección para tranquilizar la conciencia del pueblo ante el inminente juicio divino (Is 48.1s; Jer 7.4–15; 14.13s; Am 5.14; Miq 3.11). Los profetas fieles en cambio, contra toda opinión oficial y popular pero guiados por el Espíritu de Dios, entendieron desde el principio que la elección del pueblo era tanto responsabilidad como privilegio, juicio como amor (Am 3.2) y también vocación. La elección implicaba responsabilidades que, de no cumplirse, acarreaban el juicio y la ira de Dios (Jer 9.2; 11.22s; Ez 9.4–10; 16.27–43; 20.36–38; Os 2.13; 8.1–14; 9.7–10). Además, los profetas del cautiverio y del poscautiverio elaboraron una profunda teología de la historia como horizonte del concepto de la elección (véase especialmente Is 40–66). Jehová conoce desde la eternidad todos los acontecimientos y los anuncia de antemano (Is 41.21–26; 44.7, 26; cf. Dt 18.21s; Jer 28.8s); es el Señor del pasado (Is 43.9; 45.21) y del futuro (Is 48.3–8; Am 3.7). En su soberanía, Él escoge y llama a pueblos que tienen otras religiones (→ Asiria; Babilonia; Persia) y a personas que no creyeron en Jehová (→ Senaquerib; Nabucodonosor; Ciro) para juzgar a su pueblo y realizar sus propósitos en la historia.
Si Dios usa a naciones que no participan de la fe de Israel para juzgar a su propio pueblo, a fortiori Dios también juzgará a aquellos pueblos. Dios es, histórica y políticamente, el Señor y Juez redentor de todas las naciones. En la catástrofe nacional los profetas descubren «una universalización totalmente decisiva del obrar de Dios ... Al morir políticamente, Israel toma de la mano a esos pueblos y los introduce en el futuro de Dios» (Moltmann, Esperanza, pp. 167s). El único individuo llamado «electo» entre Salomón y Jesús es → Zorobabel, en cuanto es presunto restaurador de la dinastía davídica (Hag 2.23); sin embargo, a ciertos líderes y pueblos vecinos de Israel se aplica, igual que a los profetas, casi toda la terminología eleccionista. Por ejemplo, Jehová envía a los babilonios y pone las tierras en manos de «Nabucodonosor, mi siervo» (Jer 25.9; 27.6; 43.10; cf. Is 7.18ss; 10.5ss); despierta a Ciro, «mi pastor, mi ungido» (Is 41.1–5; 44.29–45.7) y los ejércitos liberadores de Ciro son «mis consagrados, mis valientes» y «los instrumentos de mi ira» (Is 13.1–5). En el pensamiento profético, la acción «interina» de Dios entre el cautiverio y la venida del Mesías se concentra en los profetas (dentro de Israel) y los paganos (fuera de Israel).
En algunos pasajes, esto llega al punto de cuestionar la distinción absoluta y cualitativa entre Israel y las naciones. Amós, el mismo profeta que declara «a vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra» (3.2), termina diciendo: «¿No me sois vosotros como hijos de etíopes?», y sugiere que Jehová dio un «éxodo» también a los filisteos y a los arameos (9.7–10). Jeremías anuncia la ira de Dios sobre todos los circuncidados (israelitas, egipcios, árabes, todos juntos), y sobre todo incircunciso, «porque todas las naciones son incircuncisas, y toda la casa de Israel es incircuncisa de corazón» (Jer 9.25; cf. 7.12–15; 13.23). Sin embargo, también esta «acción secular» de Dios es «por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido» (Is 45.4), para el juicio y la salvación de Israel, y de las naciones todas (Sal 47.9s).
Esta profundización del concepto de la elección recalcó su carácter intensamente misionero (cf. Is 2.2–4; Miq 4.1–4; etc.). Especialmente en Isaías 40–66, la elección («mi escogido») aparece en constante paralelismo con vocación («mi llamado») y misión («mi siervo»), aplicada a todas las etapas del pacto Abraham, Isaac y Jacob, el pueblo, el → Remanente y el → Siervo sufriente, escogido de Dios. Los falsos profetas, y después mucho del judaísmo tardío, tergiversó la elección en odio a los gentiles, en privilegio egoísta y elitista: «el mundo existe a favor del pueblo de Dios» (Asunción de Moisés 1.12; 1 Esdras 6.55). Según los profetas, el pueblo de Dios existe a favor del mundo (Is 49.6; 60.3, 21; 61.3). (Cf. Newbigen, Familia de Dios, pp. 100ss.)
Ya que la infidelidad y el egocentrismo de Israel le han privado de los privilegios de su elección, los profetas introducen otra novedad radical: el verbo «elegir» aparece en tiempo futuro, y se promete que Jehová volverá a escoger a su pueblo (Is 14.1; Zac 1.17; 2.12; 3.2; cf. Jer 31.1). En el contexto de la esperanza profética y escatológica, esto condujo también a pensar por primera vez en una elección para salvación eterna y personal (Sal 139.15s; Dn 12.3; cf. «el libro de la vida», Éx 32.32; Dn 12.1; Lc 10.20; Ap 3.5).
En El Nuevo Testamento
La doctrina de la elección en el Nuevo Testamento se basa enfáticamente en la del Antiguo Testamento, pero se transforma a base del cumplimiento escatológico en Cristo y la consecuente apertura misionera en la época apostólica. Los electos como el verdadero Israel y el prometido «remanente», son la comunidad de fe unida con el Mesías (1 P 2.4–9). Y mientras el Antiguo Testamento identifica la elección con el acontecimiento histórico del éxodo, el Nuevo Testamento la proyecta hasta «antes de la fundación del mundo» (Ef 1.4), a su fundamentación eterna en la soberana voluntad de Dios. El Nuevo Testamento habla de la elección de Cristo, de los apóstoles, de Israel, de la Iglesia, o de una congregación específica (2 Jn 1, 13), y de los ángeles (1 Ti 5.21).
En Los Evangelios Sinópticos
El término «electos» aparece principalmente en el discurso profético de Jesús y con un sentido netamente escatológico: son los miembros de la comunidad mesiánica del fin de los tiempos (Mt 24.22, 24, 31; cf. 22.14; Mc 13.20, 22, 27; Lc 18.7). Dios dirige todo su programa histórico en torno a la salvación de ellos (Mc 13.20, 27; cf. Ap) y los defiende contra la tentación (cf. Mt 6.13; 26.41), la tribulación (Mc 13.20) y el engaño de falsos mesías (Mc 13.22). Al completarse su número llegará el fin (cf. Lc 21.24) y su reunión de los cuatro vientos (como nuevo «regreso» del remanente; cf. Sal 107.3, etc.) será el acontecimiento cumbre de la historia (Mc 13.27).
Los elegidos son los «benditos de mi Padre» que entrarán en «el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo» (Mt 25.34; cf. 20.23 con 25.41). Así que, aun en los Sinópticos, el lenguaje de la elección se vincula con el de la predestinación (cf. «la voluntad de mi Padre», «este vaso», «nombres escritos») y la perspectiva abarca majestuosamente todo el panorama histórico, desde el misterio inicial de la creación hasta el misterio final de la consumación (cf. Ef 1.3–14).
Sin embargo, esa predestinación no es un fatalismo ni un exclusivismo cerrado. Los elegidos son los llamados y los fieles, discípulos del Mesías mediante una fe obediente. Los falsos «hijos del reino» se quedarán afuera si no siguen a Cristo (Mt 8.10–12; cf. 7.14; 21.28–43; Lc 13.24). «Pocos son los escogidos», porque no basta solo con sentirse atraído hacia el evangelio (Mt 22.14). La elección se realiza en el discipulado que «hace la voluntad del Padre» (21.31) y «produce frutos» (21.43).
San Lucas desarrolla aun más el concepto de la elección y lo aplica a Jesús y a los doce apóstoles. Según Lucas 9.35, la voz celestial de la Transfiguración proclama: «Este es mi Hijo amado; a Él oíd» (cf. Is 42.1; Mt 17.5); al pie de la cruz los gobernantes se burlan de «el Cristo, el escogido de Dios» (Lc 23.35). De igual manera, es Lucas el que aplica el verbo «escoger» a la elección de los apóstoles; Mateo y Marcos la describen con los verbos «llamar», «autorizar» y «establecer». Cristo los escoge, en su libre gracia y no por méritos ni cualidades en ellos. Los escoge para una misión: echar fuera demonios, sanar enfermos, proclamar buenas nuevas. En la teología de Lucas, pues, el Electo con sus elegidos prefiguran la comunidad del Siervo sufriente y del reino escatológico que se proyecta a través de los años hasta el juicio final.
En El Evangelio de Juan
El cuarto Evangelio usa el verbo «elegir» y lo aplica solo a la elección de los doce (6.70; 13.18; 15.16, 19). Igual que los Sinópticos, Juan insiste en que Cristo escogió voluntariamente a → Judas, pero aclara además que Jesús sabía desde el principio que le traicionaría (6.64, 70s; 13.11, 18; cf. 18.4). La presencia de Judas dentro del núcleo prototipo de los «elegidos» reviste un significado profundo. La elección subraya que nuestra salvación es enteramente de gracia, por la soberana voluntad del Señor (13.11, 18s,21, 27; cf. Mt 18.7; 26.24; Lc 22.22; 24.26, 44; Hch 2.24; 4.32). Pero dicha elección es en sí misma una exigencia, un llamado a la fe y a la obediencia. Dista muchísimo de un fatalismo determinista o de una predestinación automática y garantizada. La elección no elimina la respuesta humana, sino precisamente la exige.
En El Libro de Los Hechos
En Hechos 13 Pablo inicia un largo repaso de la historia salvífica (13.16–41) con la elección de los patriarcas. Todas las demás referencias al tema tienen que ver con el apostolado: la elección de los doce (1.2; 10.41), de Matías como sucesor de Judas (1.24, postulado por los hermanos y escogido al echar suertes), de Pedro para predicar a Cornelio (15.7) y de Pablo para la misión gentil (9.15; 22.14). Es Dios (13.17; 15.7; 22.14) o Cristo (1.2, 24; 9.15) el que elige, siempre en una experiencia personal de conocer a Cristo, dar testimonio de Él y de su resurrección, y sufrir como «testigo» por Él (9.15s; cf. 2.23; 5.41; Flp 1.21).
También en Hechos la elección va asociada con la predestinación divina. El mismo Dios, quien en su soberanía geopolítica ordena toda la historia humana (17.26), predestinó la conspiración de Herodes y Pilato (4.27s) y la entrega y muerte de Cristo (2.23; 3.18). Asimismo ha ordenado que el Señor crucificado y resucitado juzgue a todos en el día señalado (10.42; 17.31), y traiga «tiempos de refrigerio» (3.19) y venga a «restaurar todas las cosas» (3.21). Con otro verbo (tasso), Hechos habla de los que están «ordenados» o «dispuestos» (¿por Dios?) a la vida eterna (13.48), que son los que oyen la palabra y creen.
En Las Epístolas de Pablo
San Pablo es el autor novotestamentario que más atención dedica a la elección y la predestinación. En su pensamiento, el tema gira en torno a dos puntos fundamentales: la → Justificación por la gracia, y la misión a los gentiles con el correspondiente problema del aparente rechazo de Israel. El apóstol aplica la terminología de la elección casi exclusivamente a la salvación de los creyentes (excepciones: Jacob, Ro 9.13; Israel, Ro 11.27ss; el remanente, Ro 11.5, 7; y los ángeles escogidos, 1 Ti 5.21). De igual manera, refiere la predestinación a la salvación del creyente (Ro 8.29s; Ef 1.5), pero también a todo el plan redentor (1 Co 2.7).
Pablo se distingue por fundamentar la elección explícitamente en el eterno decreto de Dios, antes de la creación (Ef 1.4; 2 Ti 1.9; cf. Mt 25.34; 1 Co 2.7; 2 Ts 2.13), como también por referirla más frecuente y explícitamente a la salvación personal (dentro del grupo o aparte). La elección de gracia crea el nuevo pueblo de Dios (1 Co 1.26–29; cf. Dt 7.7; 9.6) de lo que no era pueblo sino «nada» (Ro 9.25ss; 1 Co 1.28; cf. Os 1.9s; 2.1, 23; Ef 2.11–22; 1 P 2.10). Este pueblo, bajo Cristo su señor y cabeza, ocupa el pleno centro de lo que Dios va realizando en toda la historia desde antes de la creación y hasta la consumación final (Ro 8.18–25; 1 Co 2.7; 15.25).
La elección es para salvación (1 Co 1.18ss; 2 Ts 2.13; 2 Ti 1.9; 2.10), justificación (Ro 8.29, 33) y gloria eterna (Ro 8.29; 2 Ts 2.13s; 2 Ti 2.10).
En Ef 1.3–14 Pablo resume su concepto de la elección en forma de teología de la historia. El primer anhelo de Dios para sus hijos era unirlos a todos en Cristo, su Hijo (1.4s; cf. Ro 8.29), y su suprema meta en la historia es que «todas las cosas han de reunirse bajo una sola cabeza, Cristo» (Ef 1.10, LA). Dios nos escogió en Cristo para ser santos y sin mancha (1.4); nos predestinó para ser adoptados hijos suyos en el Amado (1.5, 6; cf. Ro 8.29); y para recibir herencia en Él (1.11; cf. Ro 8.17). Es evidente que para Pablo la elección es un elemento integral de su teología de la gracia (Ef 1.6, 7; 2.5, 7,

. Asimismo, Ro 9–11 debe verse como una exposición de la fidelidad de Dios a su elección de gracia (11.5). Antes del pasaje (Ro 8.28–39), y en el centro del pasaje (9.30–10.21), el apóstol expone la justificación para la fe mediante la gracia. Según 1 Co 1.25–29, Dios escoge lo necio del mundo, lo débil, lo vil y despreciado, para formar de ello su pueblo (Dt 7.7; 9.6; Os 1.10; 2.23; Ro 9.25, 29; 1 P 2.10; Tit 2.14; cf. Éx 19.5; 23.32). Precisamente por eso, la elección es un constante motivo de alabanza y acción de gracias (Ef 1.3; 1 Ts 1.2; 2 Ts 2.12; 2 Ti 1.9).
Como toda la Biblia, Pablo en sus escritos contempla la elección en función de un propósito y finalidad: somos elegidos «para algo». Pablo lo describe característicamente en términos de la gloria divina (cf. Is): «para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef 1.6), «para alabanza de su gloria» (1.12, 14; 3.10), para que nadie se gloríe sino en Dios (1 Co 1.29, 31). Esto está en marcado contraste, tal vez consciente, con el temor de orgullo y exclusivismo de la doctrina rabínica y farisaica de la elección, la cual es, a saber, que Israel fue escogido debido a los excelsos méritos de los patriarcas.
Toda la historia se interpreta en Romanos 8 como el proceso de alcanzar «la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Ro 8.21), lograda por la obra justificadora de Cristo (8.1–4, 31–35; cf. Col 1.19–22), anhelada por toda la creación (8.19–23) y anticipada en esperanza y gemidos por la primicia del Espíritu (8.9–16, 23, 26s). Los predestinados se describen como «los que aman a Dios» (respuesta humana, 8.28), que son «los que conforme a su propósito son llamados» (iniciativa divina). Estos «escogidos de Dios» (8.33) son los que son justificados por la fe (8.1–4, 31–35). A estos, Dios «antes conoció»; o sea, los eligió. Esta «presciencia» no consiste en la omnisciencia de Dios, sino en el conocimiento personal de su elección (Ro 11.2; 1 Co 8.3; Gl 4.8s; 2 Ti 2.19; 1 P 1.2; cf. Am 3.2; Os 13.4s; Mt 7.23). Según 8.29, el fin de la predestinación es que mediante el Espíritu de la adopción seamos hijos de Dios en la plena libertad de la salvación (8.2, 14–23), andando conforme al Espíritu (8.4).
Después de la exaltada doxología en Ro 8.35–39, Pablo procede a tratar el problema de la elección de Israel. Muestra que el rechazo de Israel no contradice la fidelidad de Dios (9.6–13) ni su justicia (9.14–29), sino que confirma precisamente la verdad de la justificación por la fe (9.30–10.10) y la unidad de judíos y gentiles en el Cuerpo de Cristo (11.11–24). Termina afirmando que al fin Israel será salvo (11.25–32) y alaba al Señor con una ferviente doxología (11.33–36). En los tres capítulos el apóstol habla de la nación de Israel y su papel histórico en la economía de la salvación.
En el cap. 9 Pablo emplea cuatro analogías para aclarar su argumento: Israel e Ismael (9.6–10), → Jacob y → Esaú (9.11–13), Faraón (9.14–18), y el → Alfarero y los vasos (9.19–24). Además, afirma que «A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí» (9.13), «de quien quiere tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece» (9.18s; cf. 9.15s). En su contexto original, tanto las palabras de 9.12 (Gn 25.23) como las de 9.13 (Mal 1.2s) no se refieren a los individuos Israel y Esaú, sino explícitamente a los dos pueblos, Israel y Edom. El «odio» de 9.13 consiste en la destrucción de Edom por juicio divino. De igual manera, el endurecimiento de Faraón (9.17) concierne a su papel histórico en el relato del éxodo, «para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra» (9.17; cf. Is 45.1; Jer 25.9; 27.6). Su endurecimiento, como el de Israel (11.7–10; cf. Dt 29.4; Is 6.10; 29.10), fue deliberado y voluntario por su parte, tolerado por Dios en su voluntad permisiva (Éx 7.22; 8.15; etc.; 2 Co 4.3s; Ro 10.21; cf. Is 65.2), o acelerado por su juicio sobre tal rebeldía y perversión (Ro 1.24–32).
Es igualmente precario pretender derivar de la analogía de los vasos (9.19–24) conceptos de «doble predestinación» (para la muerte tanto como para la vida) o «predestinación física irresistible», etc. El alfarero hace sus vasijas con diversos propósitos, unos para honra, otros para deshonra (9.21), pero los hace todos porque así lo quiere. Además, «vasos de ira» (9.22), citado de Jer 50.25 (cf. Is 54.16), en su contexto se refiere a Babilonia como el «instrumento del furor» que Jehová emplea para su juicio en la historia (véase arriba).
Romanos 9.22, 23, al contrario de su primera impresión de una doble predestinación, marca tres diferencias muy significativas entre los «vasos de ira» y «los vasos de misericordia»:
(a) El participio «preparados» en 9.22 (de katartizo) no se traduce «preparar» en ningún pasaje, sino significa más bien «vasos de ira aptos (idóneos, listos) para destrucción».
(b) Mientras 9.22 no dice quién acondicionó estos para ira, 9.23 sí afirma claramente que fue Dios el que antes preparó (etoimazein) los vasos de misericordia para gloria (cf. Mt 25.34, 41).
(c) Según 9.22, Dios más bien soportó con mucha paciencia los vasos de ira (cf. Jer 31.3). El paralelo es obvio con los pueblos antiguos (Asiria, Babilonia, Persia), a los cuales Dios usó como «instrumentos de su ira» y luego también los castigó por su maldad. Ellos, sin saberlo ni quererlo, participaron en el plan de redención que Dios llevaba a cabo. Así pues, el argumento de Ro 9–11, y específicamente de 9.11–24, gira en torno a la gracia de Dios (también hacia los gentiles) y su eterna fidelidad (igualmente hacia Israel).
En Hebreos Y Las Epístolas Generales
Aunque Hebreos no habla directamente de la elección, su pensamiento concuerda con muchos de los temas afines: el pacto, el pueblo de Dios, el éxodo, el peregrinaje y el «descanso», y es notable el paralelo de Moisés y Jesús. Santiago, por su parte, dirige su epístola a «las doce tribus que están en la dispersión» (1.1) refiriéndose quizás a los cristianos de origen judío. En un pasaje similar a 1 Co 1.26–28, da una aplicación social a la doctrina de la elección por gracia. En una polémica contra la discriminación socioeconómica (2.1–13), arguye que la elección divina de «los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino» hace imposible todo prejuicio o desprecio contra el pobre. La elección constituye un tema central de 1 Pedro, que se dirige, a «los expatriados de la dispersión ... elegidos según la presciencia de Dios» (1.1s). Dicha elección fructifica en obediencia y santificación (1.12).
Finalmente, 2 P 1.10 recomienda poner toda confianza en las firmes promesas de Dios y su fidelidad, con toda alabanza por las riquezas de su gracia, y «poner el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección. Obrando así, nunca caeréis».
Bibliografía:
P. Van Imschoot, Teología del Antiguo Testamento, 1969, pp. 319–330. M. García-Cordero, Teología de la Biblia, 1970, pp. 117–176. EBDM II, «Elección», pp. 1191–1196. V, «Predestinación», pp. 1175–1181. DTB, «Predestinación», pp. 838–847. M. Meinertz, Teología del Nuevo Testamento, 1963, pp. 52-54,186,333-336. J.M. Bover, Teología de San Pablo, 1961, pp. 197–222. J.M. González Ruiz, «Justicia y misericordia en la elección y reprobación de los hombres», Estudios Bíblicos VIII, 1949, pp. 365–377.
ELHANÁN (Dios ha mostrado su gracia).
1. Uno de los héroes de David que mató al hermano de → Goliat (1 Cr 20.5). A pesar de su discrepancia con el pasaje anterior, 2 S 21.19 se refiere al mismo suceso. Parece que uno de los textos sufrió un cambio en la transmisión.
2. Uno de los treinta valientes de David, hijo de Dodo de Belén (2 S 23.24; 1 Cr 11.26).
ELÍ Padre de Ofni y Finees (1 S 1.3; 2.34) y patrón del joven → Samuel (2.11). Se supone que fue del linaje de Aarón, de la familia de Itamar (1 R 2.27; 1 Cr 28.3). Ejerció el cargo de sumo sacerdote y juez en la ciudad de Silo en la «casa de Jehová» (1 S 1.3, 7, 9). Esta «casa» sería el tabernáculo (Jos 18.1; Jue 18.31) donde se guardaba el arca (1 S 4.3).
Sus dos hijos eran sacerdotes perversos que no tenían conocimiento de Dios (1 S 2.12). Tenían en poco los sacrificios (vv. 13–17, 28, 29) y fornicaban con las feligresas (v. 22). Como resultado de esta conducta, Dios reveló a Samuel que interrumpiría el linaje sacerdotal de Elí (2.27–36) y levantaría otro que lo reemplazara (3.11–14). Esta profecía se cumplió con la muerte de Ofni y Finees (4.11), la muerte de Elí (4.18), la matanza de los sacerdotes de Nob (1 S 22) y la despedida de Abiatar por Salomón (1 R 2.27).
ELIAB (Dios es padre).
1. Hijo de Helón y príncipe de la tribu de Zabulón en el desierto (Nm 1.9; 2.7; 7.24, 29; 10.16).
2. Rubenita, padre de Datán y Abiram (Nm 16.1, 12; 26.9).
3. Levita, antepasado de Samuel (1 Cr 6.27, 28), llamado «Eliel» en 1 Cr 6.34; y «Eliú» en 1 S 1.1.
4. Hermano mayor de David (1 S 16.6, 7; 17.13). Menospreció a David cuando este llegó a la batalla contra los filisteos, 1 S 17.28, 29 («Eliú» en 1 Cr 27.18).
5. Guerrero gadita que se juntó con David en Siclag (1 Cr 12.9).
6. Músico levita en el tiempo de David (1 Cr 15.20).
ELIAQUIM (Dios levanta).
1. Hijo de Hilcías, nombrado mayordomo en sustitución de Sebna, bajo Ezequías (2 R 18.18; Is 22.15–25). Este puesto existía desde el tiempo de Salomón (cf. 1 R 4.6) y llegó a ser el más alto después del de rey. A Eliaquim lo enviaron a tratar con el Rabsaces asirio que sitiaba Jerusalén (2 R 18.18, 26) y después a buscar un mensaje de Dios por medio de Isaías (2 R 19.2; Is 37.2). El lenguaje que emplea Isaías al referirse al papel que habría de desempeñar Eliaquim ha hecho que algunos vean en este un tipo mesiánico (Is 22.20–22; cf. Mt 16.19; Ap 3.7).
2. El hijo de Josías que Faraón Necao puso por rey en Jerusalén (2 R 23.34).
3. Uno de los sacerdotes que oficiaron en la dedicación del muro (Neh 12.41, VM).
4. 5. Dos varones de la genealogía de Jesús (Mt 1.13; Lc 3.30).
ELÍAS (Jehová es Dios). Profeta famoso del siglo IX a.C. en Israel. Por su sobrenombre, → Tisbita, se cree que nació en Tisbe, en las montañas de Galaad, identificado tradicionalmente con un lugar situado al norte del río Jaboc, hoy llamado Zerka. Se desconoce su origen y antecedentes. Su ministerio profético se narra en 1 R 17–19; 21; 2 R 1–2.
Su actividad pública comienza cuando enfrenta a → Acab, rey de Israel, para anunciarle tres años de sequía. Por indicación divina, debió esconderse junto al arroyo de Querit, al este del Jordán, y luego en la casa de una viuda en Sarepta, Fenicia. En ambos lugares fue alimentado milagrosamente: en el primero por cuervos, y en el segundo mediante una milagrosa provisión de harina y aceite durante la sequía. Dios se sirvió de él para resucitar al hijo de la viuda (1 R 17.2–24).
El valle fértil que rodea al monte Carmelo, lugar de la victoria de Elías sobre los profetas de Baal (1 R 18; 19.1–2).
En su segundo encuentro con Acab, concertado por medio de Abdías su mayordomo, Elías propuso la gran concentración de los cuatrocientos cincuenta profetas de → Baal y cuatrocientos cincuenta de → Asera, para demostrar delante de todo el pueblo quién era el verdadero Dios. Los falsos profetas fracasaron al invocar a sus dioses, pero Dios honró a su profeta y contestó su oración enviando fuego del cielo que consumió el holocausto y el altar de Jehová que Elías construyó. Aclaman a Jehová y Elías degüella a los profetas de Baal junto al arroyo de Cisón (1 R 18.1–46) y anuncia a Acab la llegada de la lluvia.
No obstante las manifestaciones divinas, ni el pueblo ni sus gobernantes se arrepienten. La reina → Jezabel trama la muerte de Elías, quien huye al desierto donde, desalentado, desea la muerte. Un ángel alimenta al profeta y le fortalece para caminar durante cuarenta días hasta Horeb, el monte de Dios. Allí contempla la majestad de Dios en un silbo apacible y recibe una triple orden divina: la unción de → Hazael y → Jehú por reyes de Siria e Israel, respectivamente, y la de → Eliseo por sucesor suyo (1 R 19.1–17).
Pasadas las guerras con Siria, e indignado por la traición conjurada por Jezabel contra → Nabot para adueñarse de su viña, Elías vuelve a enfrentarse con Acab y le anuncia la sentencia que Dios decretó (1 R 21.17–24). Esta se cumple para Jezabel en 2 R 9.30–37, pero es detenida por Acab, por haberse arrepentido, hasta el reinado de → Ocozías su hijo (1 R 21.27–29; 2 R 10.10–17). Ocozías, que recibe el anuncio de su muerte enviado por Elías, intenta arrestar al profeta por medio de tres sucesivos grupos de personas armadas. Fuego que desciende del cielo aniquila a los dos primeros y el capitán del tercer grupo pide clemencia. Elías perdona al tercer grupo y es conducido ante Ocozías, delante de quien confirma su mensaje de juicio (2 R 1).
Foto: Servicio fotográfico Levant
Estatua del profeta Elías en el Muhraqah en el monte Carmelo, conmemorando su victoria sobre los adoradores paganos de Baal.
Eliseo, ya ungido como sucesor de Elías, no se aparta de este. A la vista de cincuenta de los hijos de los profetas, Elías divide las aguas del Jordán con su manto y ambos cruzan el río. Eliseo le pide «una doble porción» de su espíritu. Mientras hablan, un carro de fuego los separa; Elías sube al cielo en un torbellino y Eliseo recoge su manto (2 R 2.1–12).
Años después, → Joram, rey de Judá y yerno de Acab, recibe una carta de Elías, escrita antes de su arrebatamiento, prediciéndole su próxima enfermedad y muerte (2 Cr 21.12–15).
El profeta → Malaquías (4.4, 6) afirmó que Elías volvería a aparecer «antes que venga el día de Jehová, grande y terrible». La expectativa por este regreso en el Nuevo Testamento en relación con → Juan el Bautista (Mt 11.14; 17.10–13; Lc 1.17; Jn 1.21–25) y con Jesús.
Elías aparece en el monte de la → Transfiguración con Moisés, junto a Jesús (Lc 9.30–33). Jacobo y Juan lo mencionan en Lc 9.54. Algunos testigos de la crucifixión pensaron que el Señor llamaba a Elías desde la cruz (Mt 27.47–49). Pablo recuerda la escena del monte Carmelo en Romanos 11.2–4, y Santiago (5.17, 18) destaca a Elías como hombre poderoso en oración.
En el Antiguo Testamento se mencionan otros tres Elías. Uno era descendiente de Benjamín (1 Cr 8.27) y los otros dos pertenecían al grupo de los hijos de los sacerdotes que se unieron con mujeres extranjeras (Esd 10.21, 26).
ELIASIB (a quien Dios restituye).
1. Descendiente de David (1 Cr 3.24).
2. Sacerdote durante el reinado de David (1 Cr 24.12).
3. Tres israelitas que se casaron con mujeres extranjeras (Esd 10.24, 27, 36).
4. El sumo sacerdote en tiempo de Nehemías (Neh 3.1, 20, 21). Según Josefo (Antigüedades XI.v.5), el padre de Eliasib fue sumo sacerdote en tiempos de Esdras, y el hijo de este en tiempos de Nehemías. Eliasib ayudó en la construcción de las murallas, pero después se emparentó con Tobías y profanó el templo haciendo para aquel una cámara en los atrios (Neh 13.4–7).
ELIEZER (mi Dios es ayuda). Nombre de once personas en el Antiguo Testamento:
1. Mayordomo y siervo de la casa de Abraham, a quien el patriarca pensaba que tendría que nombrar heredero antes del nacimiento de Ismael e Isaac (Gn 15.1–3; cf. 24.2). Más tarde fue comisionado para ir a Mesopotamia a buscarle esposa a Isaac (Gn 24).
2. Segundo hijo de Moisés, nacido durante el destierro en → Madián, cuyo nombre fue recuerdo de la emancipación de Faraón (Éx 18.1–4). Eiezer tuvo un hijo, Rehabías, y una numerosa posteridad (1 Cr 23.17; 26.25).
3. Hijo de Béquer, nieto de Benjamín y jefe de una familia de personas valientes (1 Cr 7.8s).
4. Uno de los sacerdotes a los que correspondía tocar la trompeta al llevar el arca de la casa de → Obed-edom a Jerusalén, durante el reinado de David (1 Cr 15.24).
5. Jefe de la tribu de Rubén durante el reinado de David (1 Cr 27.16).
6. Profeta que profetizó contra → Josafat por la alianza de este con Ocozías (2 Cr 20.37).
7. Jefe judío al que → Esdras mandó a Iddo para persuadir a los otros judíos y netineos a regresar a Jerusalén (Esd 8.16ss).
8. 9. 10. Sacerdote, levita y judío, respectivamente, que se divorciaron de sus esposas gentiles después del cautiverio (Esd 10.18, 23, 31).
11. Hijo de Josim, antepasado de Jesucristo, según la genealogía de Lucas (3.29).
ELIFAZ (Dios es victorioso).
1. Primogénito de Esaú y de Ada, su primera esposa. Los descendientes de Elifaz, incluyendo a Temán, se mencionan en 1 Cr 1.35.
2. «El temanita», amigo de → Job que vino con otros dos a consolarlo. Procedía de Edom, fue el más sabio e inició el diálogo. Tal vez fue descendiente del primero (Job 2.11; 4.1; 15.1; 22.1).
ELIM (árboles grandes). Nombre del segundo campamento de los israelitas después de haber atravesado el mar Rojo (Éx 15.27; Nm 33.9), y el primer lugar donde encontraron agua dulce. De las doce fuentes de este oasis, a la sombra de setenta palmeras, los israelitas tomaron agua con gratitud; pero murmuraron contra Moisés (Éx 16.2) cuando este los volvió a llevar al desierto. El sitio se identifica comúnmente con el Wadi Ghurundel, al lado occidental de la península de Sinaí, unos 65 km al sudeste de Suez.
ELIMAS Falso profeta y mago judío, que también se llamaba «Barjesús», miembro de la comitiva del procónsul Sergio Paulo en Salamina, Chipre (Hch 13.6–12). Elimas trató de evitar que Sergio Paulo oyera el evangelio, quizás previendo perder su influencia, y como castigo Pablo le reprendió y Elimas quedó ciego «por algún tiempo».
ELISABET (en hebreo, Dios es plenitud, perfección). Esposa del sacerdote Zacarías (Lc 1.5), madre de Juan el Bautista (1.57–66) y parienta de María, madre de Jesús (1.36). Elisabet y su marido descendían de Aarón. Elisabet llevaba el mismo nombre de la esposa de su ilustre antepasado (Éx 6.23). Sus palabras inspiradas (Lc 1.42–45) alentaron a María, madre de Jesús.
ELISEO (Dios es mi salvación). Profeta del siglo IX a.C. en Israel, ungido por → Elías. Hijo de Safat y natural de Abel-mehola, en el valle del Jordán; posiblemente pertenecía a una familia pudiente (1 R 19.19). Sirvió a Elías como criado durante ocho años.
Su ministerio, si se considera desde su llamado, abarca el final del reinado de → Acab y los reinados de → Joram, → Jehú, → Joacaz y → Joás, reyes de Israel. Su ministerio profético comienza después del arrebatamiento de Elías, a quien previamente pidió «una doble porción» de su espíritu (2 R 2.9), frase que recuerda el lenguaje y pensamiento de Dt 21.17.
Foto de Howard Vos
Restos de una casa excavados en la cuidad de Dotán, en donde Eliseo oró que el ejército sirio quedara ciego (2 R 6.8–23).
La vida de Eliseo se relata en 1 R 19.19–21; 2 R 2.1–8.15; 9.1–13; 13.14–21, aunque no es posible establecer con exactitud el orden cronológico de los sucesos. Su influencia es notoria en la vida política de Israel, pues predice la victoria milagrosa sobre Moab (2 R 3.4–25), descubre el lugar secreto del campamento de Siria (2 R 6.8–12), predice el final del sitio y hambre de Samaria (2 R 7.1), los siete años de hambre en la tierra de Canaán (2 R 8.1), la muerte de → Ben-adad rey de Siria y el reinado, en su lugar, de → Hazael (2 R 8.7–15). Encarga la unción de → Jehú como rey de Israel a uno de los hijos de los profetas, sobre quienes parece ejercer cierta autoridad (2 R 9.1–6), y predice también la victoria de Israel sobre Siria (2 R 13.14–19).
Sus → Milagros superan en número a los que Elías realizó: separa las aguas del Jordán (2 R 2.14), purifica las aguas de Jericó (2 R 2.19–22), hace llenar de aceite las vasijas vacías en la casa de una viuda (2 R 4.1–7), resucita al hijo de la sunamita (2 R 4.18–37), neutraliza el veneno de un potaje (2 R 4.38–41), multiplica el pan para alimentar a cien varones (2 R 4.42–44), cura la lepra de Naamán, general del ejército sirio (2 R 5.20–27), hace flotar un hacha perdida en las aguas del Jordán (2 R 6.1–7), ora y consigue que su siervo vea los ejércitos celestiales dispuestos a su favor (2 R 6.15–17), hiere con ceguera temporal al ejército de Siria (2 R 6.18–20) y, por último, se coloca un muerto en la misma tumba de Eliseo y resucita al solo contacto con los huesos del profeta (2 R 13.21).
Eliseo completa la obra de Elías destruyendo en esa época el culto a Baal. Muere durante el reinado de Joás, lamentado por el pueblo y el rey (2 R 13.14–20). En el Nuevo Testamento solo se menciona una vez (Lc 4.27).
ELIÚ Nombre de varios personajes bíblicos: un antepasado de Samuel (1 S 1.1); un jefe manaseíta (1 Cr 12.20); un portero coraíta (1 Cr 26.7); un hermano de David (1 Cr 27.18); y el famoso amigo de → Job que intervino en el diálogo cuando los otros se callaron (Job 32–37).
El hecho de que este último fuera buzita (Gn 22.21; Jer 25.23), de la familia de Ram (Rt 4.19; 1 Cr 2.9, 10), lo coloca en la misma región de Job y sus tres amigos. Eliú combatió a Job sobre bases más teológicas, aludiendo a los designios divinos, pero sin añadir nada nuevo a lo que los otros ya habían dicho.
ELUL Mes hebreo, el duodécimo del año civil y el sexto del año litúrgico. En este mes se terminó la reconstrucción del muro de Jerusalén durante el tiempo de Nehemías (Neh 6.15). Corresponde a los meses de agosto y septiembre. Durante esta época del año se cosechaban los dátiles y los higos de verano. (→ Mes; Año.)
EMANUEL (Dios con nosotros). Nombre propio de simbolismo mesiánico, aplicado a Jesús en su nacimiento (Mt 1.23).
Según Isaías 7, Acaz, rey de Judá (ca. 735 a.C.), se hallaba en serios aprietos con motivo de la amenaza de guerra con Rezín, rey de Siria, y Remalías, rey de Israel, quienes se habían aliado para tomar a Jerusalén. Acaz se mostraba sumamente temeroso, por lo que Dios envió a Isaías para confortarlo. El profeta dijo al rey que pidiera una señal, pero este no lo hizo. Fue entonces cuando el profeta le anunció que Dios mismo le daría señal: «He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel» (Is 7.14; cf. 8.8, 10). Dios prometió liberar a Acaz dentro de un tiempo breve, el que necesitaría ese niño para alcanzar la edad de discernimiento entre lo malo y lo bueno. El rey, sin embargo, debía confiar en la palabra de Jehová.
El término hebreo alma, de Isaías 7.14, traducido al castellano por → Virgen, se ha interpretado de diversas maneras. Significa, propiamente, «mujer no casada». La señal consistía, pues, en que ese niño nacería de una virgen y su nacimiento significaría la presencia de Dios para dar libertad. Es evidente que la promesa involucrada en la señal no tuvo cumplimiento inmediato y literal, pues, por haber el rey Acaz buscado la ayuda del rey de Asiria, Judá cayó (2 Cr 28.16, 19–21). La promesa quedó para el remanente de Emanuel, en quien hallarían su esperanza y salvación. Ningún otro sino nuestro Señor Jesucristo habría de ser Emanuel.
EMAÚS (fuentes tibias). Aldea donde Jesús se reveló a dos de sus discípulos la tarde del día de su resurrección. Lucas afirma que estaba situada a sesenta → Estadios (algunos manuscritos rezan ciento sesenta) de Jerusalén (Lc 24.13), pero no especifica en qué dirección. Se desconoce el sitio exacto, pero el más probable es el-Qubeiba unos once o doce km al noroeste de Jerusalén, aunque ya no existen las fuentes tibias sugeridas por el nombre Emaús.
EMBAJADOR Persona enviada a una nación extranjera como emisario especial de su tierra para solicitar favores (Nm 20.14–17; 21.21s; 2 R 16.7), hacer alianzas (Jos 9.3–6), felicitar (2 S 5.11; 1 R 5.1), protestar (Jue 11.12), o amenazar (2 R 19.9ss). Aunque no era representante permanente, casi siempre era un hombre distinguido y muy respetado. Ultrajarlo era provocar una guerra (2 S 10.1–7). Pablo aplica este título a los ministros de Cristo, representantes del Rey de reyes encargados de anunciar el evangelio (2 Co 5.20; Ef 6.20).
EMBALSAMAMIENTO Uso de especias aromáticas para conservar los cadáveres y postergar su descomposición.
Entre los egipcios la técnica del embalsamamiento era la momificación, muy costosa y por tanto reservada para líderes y personas ricas y de especial relevancia. Se extraían el cerebro y las partes blandas de la cavidad abdominal, y se desecaba el resto del cuerpo mediante empaques de sal. Después se vendaba el cuerpo con lienzos impregnados de natrón, y finalmente con lienzos secos. Incluyendo el período de duelo, el proceso duraba comúnmente setenta días; el día setenta y uno tenía lugar el entierro. Los cuarenta días mencionados en el caso de Jacob (Gn 50.3) describen, pues, el embalsamamiento propiamente dicho. La mención en el caso de José de un ataúd (Gn 50.25s) recuerda los sarcófagos que la arqueología moderna ha descubierto. La costumbre de momificar atestigua una vaga fe en la resurrección al estilo de Osiris (legendario dios-rey de Egipto), pero para los autores bíblicos la fe en el Dios vivo se expresa mejor en el entierro de Jacob y José en la tierra de promisión (Gn 50.4–26; Éx 13.19; Jos 24.32).
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Momia de un faraón egipcio que demuestra la sorprendente manera en que se preservaban los cuerpos embalsamados.
En los días de Jesús el embalsamamiento era mucho más sencillo, sobre todo para los pobres. El cadáver se lavaba (Hch 9.37), se ungía (Mc 16.1) y se vestía de lino, intercalando las especias → Mirra y → áloes en los pliegues (Jn 19.40). Finalmente, se vendaban los miembros del cuerpo y se cubría el rostro con un sudario (Jn 11.44; 20.5–7). De Hechos 5.6 se infiere que en la primera iglesia hubo un gremio de jóvenes que se dedicaban a embalsamar.
EMBRIAGUEZ Turbación de las facultades mentales como resultado de ingerir alcohol en exceso.
Mientras el vino en sí es apreciado en el Antiguo Testamento (Dt 14.26; Jue 9.13; Sal 104.15), el abuso al tomarlo se condena como pecado grave (Jer 13.12–14; Hab 2.15). Las historias de Noé (Gn 9.20–27), Lot (Gn 19.31–36) y David (2 S 11.13) ilustran los resultados abominables de la embriaguez. En Proverbios se nos exhorta a rehuir la embriaguez (20.1; 21.17; 23.20, 21). Isaías la reprueba severamente (5.11, 12), lo mismo que otros autores inspirados.
El Nuevo Testamento tampoco prohíbe tomar vino, pero condena la embriaguez como obra de la carne (Ro 13.13; Gl 5.21) y característica de la vida de los incrédulos (1 P 4.3). Especialmente los oficiales de la iglesia deben evitar la embriaguez (1 Ti 3.3, 8, 11; Tit 1.7; 2.3).
EMITAS Nombre moabita para los refaítas, primitivos habitantes de Moab (Dt 2.9–11; cf. Gn 14.5). Son desconocidos fuera de la Biblia, en donde se describen como pueblo de → Gigantes y se comparan a los hijos de Anac.
EMPADRONAMIENTO → Censo; Cirenio.
ENCANTADOR Término que traduce varias palabras hebreas y a veces se refiere a los que domesticaban → Serpientes (Sal 58.4, 5; Ec 10.11), como en el caso de los sabios de Egipto (Éx 7.11, 12; → Janes y Jambres), o a aquel que practica la nigromancia, o sea, la comunicación con los espíritus de los muertos. (→ Adivinación.)
Las Escrituras prohíben expresamente toda práctica de magia (Lv 19.31; Dt 18.11). Isaías exhorta a los judíos a no consultar a los muertos por los vivos. Es abominación a Dios preguntar a los encantadores en lugar de venir delante de Él, quien dio profetas para este propósito (Is 8.18, 19; cf. Dt 18.10–14). (→ Magos.)
ENCARNACIÓN (del latín in carne). Acto de humillación por el cual Jesucristo siendo Dios se hizo hombre de → Carne y hueso (Jn 1.14).
La mitología pagana está repleta de apariciones explicadas como la encarnación de una u otra deidad. Sin embargo, el cristianismo es único en cuanto a su anuncio de cómo Dios se revistió de carne humana (mediante la concepción virginal, el nacimiento y el desarrollo del niño Jesús). Cristo se identifica plenamente con el género humano (Ro 8.3; Heb 4.15) y conserva su perfecta divinidad durante su permanencia en el mundo (Col 2.9; cf. 1.19).
La palabra encarnación no aparece en la Biblia, pero el equivalente griego en sarki (en carne) se encuentra en algunos pasajes importantes relativos a la persona y obra de Jesucristo (1 Ti 3.16; 1 Jn 4.2; 2 Jn 7; cf. Ro 8.3; Ef 2.15; Col 1.22; 1 P 3.18; 4.1). En el pensamiento hebreo «carne» tiene un significado básicamente fisiológico, pero se identifica igualmente con la psyjé (alma) humana (Sal 63.1) y denota el carácter derivado y dependiente de la vida humana. Tal es «la condición de hombre» (Flp 2.8) que asumió Jesús en su encarnación. Por lo general, la Biblia se refiere a los días de su encarnación en tiempo pasado, pero el Señor resucitado y ascendido sigue siendo eternamente el Dios-Hombre (Heb 7.24; cf. 2.14, 17).
Los escritores apostólicos recalcan la realidad de la encarnación. Especialmente el evangelista Juan combate los inicios de una cristología docética (Jesucristo solo aparentaba ser humano) destacando las experiencias humanas del Redentor encarnado: cansancio (Jn 4.6), sed (4.7; 19.28) y lágrimas (11.33ss). Compárense también las referencias de Juan a la sangre y por ende a la muerte física de Cristo (1 Jn 5.6; cf. 4.1–3).
Es evidente que Jesucristo nunca dejó de ser Dios. Desde su bautismo, cuando el padre declaró: «Tú eres mi Hijo amado» (Mc 1.11), en ningún momento el Señor perdió conciencia de su dignidad como el Enviado del Padre. Lo afirmaba a amigos (Jn 14.6–11) y a enemigos (Mc 14.62). Sin embargo, la maravilla de la encarnación es que Dios, el Hijo, también fue plenamente hombre. Su encarnación fue total. Se despojó de su gloria y de la forma de Dios (Flp 2.6–8). El Omnipresente se limitó al cuerpo del carpintero de Nazaret. El Omnisciente tuvo que aprender la Ley en la escuela de la sinagoga e ignoraba lo que el Padre no le había revelado (Mc 13.32). El Omnipotente sufrió fatiga, hambre y sed, y finalmente flagelación y crucifixión. El Santo de Israel «fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Heb 4.15).
La kenosis (despojamiento o humillación) de Cristo Jesús fue posible porque estuvo acompañada de una plérosis (plenitud, llenamiento) del → Espíritu Santo. Todo lo que a Él le faltó durante su encarnación lo suplió la presencia constante y fortalecedora de la tercera persona de la Deidad. Lucas relata que después de su → Bautismo y → Tentación «Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra alrededor» (4.14). En la sinagoga de Nazaret Jesús aplicó las palabras de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas ... sanar ... pregonar libertad» (Lc 4.17–21). Por el poder del Espíritu Santo, Cristo realizó los milagros y las buenas obras (Hch 10.38; cf. 2.22) de su ministerio.
Cuatro puntos resumen la importancia de la encarnación de Jesucristo:
1. La encarnación es el medio supremo de revelación divina. Cristo es el → Verbo, la Palabra viva del Padre (Jn 1.1–14). Quien le ha visto a Él ha visto al Padre (Jn 14.9). La manifestación de Dios por medio de la flaqueza humana encierra el mismo procedimiento que entrevemos en la → Inspiración de los autores de las Sagradas Escrituras, y en la evangelización del mundo por medio de la → Iglesia, el → Cuerpo de Cristo.
2. La encarnación es esencial al cumplimiento del → Pacto de Dios con los hombres. Jesucristo encarnado asumió el papel del «segundo → Adán» representante del género humano (Ro 5.15–19; 1 Co 15.21–22, 47ss). Solo en calidad de Dios-Hombre pudo mediar entre Dios y los hombres (1 Ti 2.5), y únicamente mediante su encarnación podía morir por los pecados del mundo.
3. Por su encarnación el Salvador experimentó y comprendió nuestra humanidad, y así estuvo apto para ser nuestro Abogado y Sumo Sacerdote a la diestra de Dios (Heb 4.14–16).
4. Solamente por la encarnación el Señor experimentó la muerte física como el castigo que merecían nuestros pecados, y también resucitó de entre los muertos por el poder del Espíritu Santo (Ro 8.11). El apóstol Pablo presenta la → Resurrección corporal de Cristo como la primicia de nuestra resurrección, dándonos una esperanza segura (1 Co 15.12ss, especialmente v. 20; cf. Job 19.26). El cristiano en el que mora el Espíritu Santo, participa del poder moral y de la autoridad que caracterizaban a Cristo en su encarnación (Jn 14.12). (→ Jesucristo, Hijo de Dios.)
ENCINA Palabra usada para traducir varios términos hebreos que generalmente se refieren a árboles grandes y frondosos, sin determinación de especie. Dos de estos términos, sin embargo, con frecuencia se pueden identificar con árboles determinados: Allon (Gn 35.8; Is 2.13; 6.13; 44.14; Éx 27.6; Os 4.13; Am 2.9; Zac 11.2) es la encina propiamente dicha: el quercus calliprinos, siempre verde, de más de quince metros de altura, corriente en la zona mediterránea de Palestina.
El otro término, ela (Gn 35.4; Jue 6.11, 19; 2 S 18.9, 10, 14; 1 R 13.14; 1 Cr 10.12; Is 1.30; Ez 6.13; Os 4.13) se refiere al terebinto: la pistacia palaestina o pistacia atlántica, árbol de más de diez metros de alto que crece en zonas semidesérticas. En Isaías 6.13, RV traduce el hebreo ela como «roble» y en Os 4.13 como «olmo», pues en estos versículos ya ha vertido encina para el hebreo allon.
La traducción «desgaja las encinas» en Sal 29.9 (RV) es resultado de una enmienda textual. Según el texto masorético (→ Texto del Antiguo Testamento) debiera rezar «hace parir las ciervas» y así es en la RV-1909. Es lamentable, pero la RV en Jue 4.11 traduce ela como «valle» y en Jue 9.6, como «llanura», aunque dice «encina» en otros pasajes similares (Gn 13.18; 14.13; Jue 9.37; 1 S 10.3).
ENDECHA → Duelo.
ENDOR (manantial de la casa). Ciudad asignada a Manasés, pero nunca conquistada por los israelitas (Jos 17.11, 12). Quedaba a 7 km al sur del monte Tabor, cerca de Naín. Aquí el rey Saúl, antes de su última batalla, consultó a la pitonisa (1 S 28.7). Es probable que esta era mujer cananea porque entre los hebreos se había tratado de eliminar tales costumbres. En el mismo lugar existe hoy un pueblo llamado Ein Dor, construido sobre muchas ruinas. (→ Adivinación.)
ENEBRO Arbusto de muchas ramas (la retama raetam o genista monosperma, de uno o dos metros de alto, muy parecida a la retama de escobas). Abunda en el desierto del sur de Palestina y Sinaí (1 R 19.4, 5; Job 30.4; Sal 120.4). Sus raíces y follaje se usan como combustible.
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Las largas raíces del enebro le permiten alcanzar el agua subterránea en los meses más secos (1 R 19.4).
ENFERMEDADES Desde el punto de vista estrictamente médico, no son muy numerosas las citas sobre enfermedades en la Biblia. Para encontrar datos sobre las mismas tenemos que buscarlos, además de los casos concretos, en las prescripciones religiosas de su codificación sanitaria y algunas veces descubrirlas en la poesía y en la metáfora.
Entre los antiguos israelitas, la enfermedad se consideraba como un problema teológico y religioso más que un proceso natural. Las enfermedades se debían, casi en su totalidad, a transgresiones legales y al castigo divino por la desobediencia y el pecado. Podían causarlas Dios directamente (Lv 20.16; Dt 28.22–35), su ángel (2 S 24.15, 16; 2 R 19.35) o Satanás (Job 2.7; Lc 13.10–16). Son también un medio que Dios utilizó para probar a las personas, como en el caso de Job.
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Ruinas del hospital que usó Hipócrates, médico griego del siglo V a.C., en Cos.
Si las enfermedades dependían de Dios, igualmente la curación dependía de su voluntad y poder, tal se desprende de la admonición de Moisés contenida en su canto antes de morir, contemplando la tierra prometida: «Ved ahora que yo, yo soy, y no hay dioses conmigo; yo hago morir, y yo hago vivir; yo hiero, y yo sano; y no hay quien pueda librar de mi mano» (Dt 32.39).
Entre otras, se citan enfermedades obstétricas (Gn 35.16–18), ginecológicas (Lv 15.19–33), infecciosas (1 S 6.2–5), parasitarias (Job 2.7,

, neurológicas (Mt 8.6), mentales (1 S 16.14; Dn 4.33), etc. En el Nuevo Testamento, Jesucristo, durante su ministerio, le asignó un papel preponderante a la curación de enfermedades: su mano sanó a ciegos, sordos, mudos, paralíticos y endemoniados.
La prevención de enfermedades mediante la legislación sanitaria revistió gran importancia para el pueblo judío. Se destacan las indicaciones sobre la lepra (Lv 13.2–59), el contagio sexual (Lv 15.1–16, 19–24), y la ingestión de determinados alimentos, tales como la sangre (Lv 17.10–14) o grasas (Lv 7.22–24), cuya prohibición, si bien tiene un origen religioso, es posible que esté relacionada con observaciones médico-dietéticas. El descanso sabático, como problema de higiene laboral, tiene idéntico significado (Éx 20.9, 10; 23.12; 34.21).
EN-GADI (fuente del cabrito). Manantial y oasis ubicado en el desierto de Judá (Jos 15.62), por la ribera occidental del mar Muerto, 55 km al sudeste de Jerusalén. Como su clima es caluroso, florece una vegetación tropical.
En tiempos bíblicos, En-gadi se conocía por sus excelentes dátiles, uvas y bálsamo (Cnt 1.14). Los montes que se elevan detrás del oasis son muy áridos y están llenos de cuevas. El manantial está situado a ciento veinticinco metros sobre el nivel del oasis en un rincón hermoso. Fue el terreno escabroso cerca de En-gadi donde David buscó refugio cuando huía de Saúl (1 S 23.29). En-gadi prosperó durante el tiempo de Nehemías y de nuevo durante el tiempo de los romanos.
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Manantial en En-gadi, donde David se escondió del rey Saúl (1 S 24.1).
ENOC (dedicado, consagrado). En la Biblia, nombre de dos hombres y una ciudad.
1. Primera ciudad del mundo, fundada por Caín (Gn 4.17).
2. Primer nieto del mundo, hijo de Caín y padre de Irad (Gn 4.17s).
3. Padre de → Matusalén e hijo de Jared, sexto en la genealogía de Lucas desde Adán (Gn 5.18, 21; Lc 3.37). Tenía sesenta y siete años cuando nació Matusalén y después habitó en la tierra trescientos años más, andando con Dios y viviendo santamente. «Tuvo testimonio de haber agradado a Dios», por lo que Dios lo llevó a su presencia sin que gustase la muerte (Heb 11.5).
Por ser Enoc ejemplo tan claro de una vida santa, los judíos identificaron su nombre con uno de los mejores libros de la literatura intertestamentaria: el → Libro de Enoc. (→ Apócrifos.)
ENOC, LIBROS DE Escritos apócrifos de carácter apocalíptico. En 1 Enoc (libro etíope de Enoc) hay cinco divisiones principales: la primera trata de los ángeles caídos; la segunda (Parábolas de Enoc) es importante para el estudio del tema → Hijo del Hombre; la tercera es un tratado de astronomía; la cuarta relata dos visiones, y la quinta es una miscelánea de exhortaciones que incluye el Apocalipsis de las semanas.
Probablemente la obra básica se escribió en hebreo o arameo (siglo II a.C.). Fragmentos del texto hebreo se han encontrado en las cuevas de → Qumrán. Se conoce principalmente en las traducciones etiópica y griega. Judas 14–15 cita dos pasajes del libro.
En 2 Enoc (libro eslavo de Enoc o de los secretos de Enoc) se narran las visiones que Enoc tuvo en su viaje a los siete cielos. En conjunto el contenido es igual al de 1 Enoc, pero habrá sufrido retoques cristianos.
El 3 Enoc (libro hebreo de Enoc) narra el viaje celestial de un rabino que reconoce en Enoc a un intermediario ante Dios. Data del siglo II d.C. y es independiente de los libros anteriores.
ENOJO → Ira.
ENÓN (en hebreo, manantiales). Sitio donde Juan el Bautista acostumbraba bautizar «porque había allí muchas aguas» (Jn 3.23, 26). Su ubicación es difícil de establecer, pero Juan afirma que se hallaba «junto a → Salim». Este último lugar también es difícil de ubicar, pero tal vez se hallaba entre Galilea y Samaria.
EN-SEMES (fuente de sol). Nombre del manantial que se encontraba en la línea fronteriza entre los territorios de Judá y Benjamín, y apenas al En-semes de Betania (Jos 15.7; 18.17).
ENSEÑANZA → Doctrina.
ENTRAÑAS En sentido literal, vísceras u órganos internos. Así se halla en algunas citas en el Antiguo Testamento (2 S 7.12; 20.10; Job 20.14) y una vez en el Nuevo Testamento (Hch 1.18).
En sentido figurado, en el pensamiento hebreo tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, las entrañas representan el centro de la afectividad y los sentimientos. En un sentido semejante se utiliza a veces «riñones». Expresiones como «amor entrañable» y «entrañable misericordia» han pasado a nuestro idioma actual (Lc 1.78; Col 3.12).
En RV se reemplaza frecuentemente la palabra que en el original es entrañas por «corazón», que en nuestro lenguaje moderno representa el centro de la afectividad (Flm 7, 20; 1 Jn 3.17). Pero el → Corazón en la Biblia no es solo eso, sino de toda la personalidad: intelecto, voluntad, conciencia sicológica.
EPAFRAS (abreviatura de → Epafrodito). Discípulo de Pablo, evangelista en Colosas, Laodicea y Hierápolis (Col 1.7; 4.12s). Dirigía las iglesias establecidas y participó en los viajes y la prisión de Pablo (Flm 23s). Mediante una carta Pablo robusteció la autoridad de Epafras en su lucha contra los filósofos de Colosas.
EPAFRODITO (en griego, apetecible; derivado de la diosa Afrodita). Cristiano macedonio, enviado especial de la iglesia en Filipos para ayudar a Pablo en su proceso en Roma (Flp 2.25) y para llevarle las donaciones filipenses (4.18). Enfermó durante esta misión (2.26s) y regresó con recomendaciones de Pablo y la carta de agradecimiento a los filipenses. Pablo le elogia con expresiones poco comunes (2.25–30).
Aunque → Epafras es la forma familiar de Epafrodito, no deben confundirse a estos personajes bíblicos, puesto que se trata de un nombre común.
EPICÚREOS Nombre de los adeptos del filósofo Epicuro (341–271 a.C.), quien fundó una de las escuelas más importantes de la filosofía griega. El principal interés de los epicúreos era la ética. Defendían la tesis hedonista: la búsqueda del placer como fin supremo de la vida. Su ideal era la paz del alma (ataraxia) en la que radicaba la felicidad, mediante la sabia ponderación del goce y el prudente dominio de sí mismo. Esta doctrina les condujo a un radical individualismo, pues el sabio debía mantenerse lejos de las luchas políticas y sociales, preferentemente sin formar familia. También les preocupaba liberar al hombre de todo temor, sobre todo al temor a los dioses y a la muerte.
Los epicúreos eran materialistas y negaban la supervivencia del alma más allá de la muerte. El alma humana (material), afirmaban, está constituida por átomos que se separan al cesar la vida y así el alma se desintegra. Por otra parte, sin ser ateos, rechazaban toda relación de Dios con el mundo (providencia). En los lugares celestes ciertamente existen los dioses, pero estos no se interesan por el hombre, ni participan en el gobierno del mundo. Por eso no hay que temerles.
La escuela epicúrea contó con numerosos discípulos sobre todo en el mundo helenístico, pero fue menos popular en Roma donde el → Estoicismo tuvo más amplia acogida. En la época del Nuevo Testamento los epicúreos eran bastante conocidos (Hch 17.18–34). Por supuesto, sus doctrinas metafísicas y sus ideales éticos estaban muy lejos del espíritu del evangelio y les chocaba el mensaje de Pablo que destacaba la resurrección y el juicio.
EPÍSTOLA Al principio «epístola» y «carta» eran sinónimos, pero con la publicación (siglo IV a.C.) de colecciones de las cartas de Isócrates y Platón, comenzaron a surgir un estilo y una forma epistolares. La epístola llegó a ser el escrito extenso destinado a muchas personas, con valor didáctico y duradero. Como en tiempos antiguos no se conocía el papel, solían usarse tablas de arcilla y otros materiales (→ Escritura).
Casi todas las cartas mencionadas en el Antiguo Testamento son portadoras de malas noticias como la de David a Joab (2 S 11.14s), la de Jezabel acerca de Nabot (1 R 21.8–10) y la de Senaquerib a Ezequías (Is 37.10–14). La única carta semejante a una epístola es la del profeta Elías (2 Cr 21.12ss). La mayoría de las cartas se encuentran en Esdras, Nehemías y Ester.
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Una epístola, o carta, en el idioma griego del tercer siglo d.C., escrita a una persona llamada Afrodita.
Desde el descubrimiento de las cartas de la biblioteca de Mari, esta clase de literatura extrabíblica ha apoyado e iluminado los datos bíblicos. Las trescientas veinte tabletas de → El Amarna en Egipto reflejan las condiciones de Palestina en tiempos de la conquista. Los ostracones de → Laquis revelan el asombro y la angustia que causaron las invasiones asirias. Y desde Elefantina (400 a.C.), los papiros han permitido comprender mejor los tiempos pérsicos, griegos y romanos.
En el Nuevo Testamento la epístola llega a su apogeo como vehículo de revelación e incluso viene a ser un nuevo género literario. Veintiuno de los libros del Nuevo Testamento son Epístolas Generales o Católicas, atribuidas a distintos apóstoles.
Foto: Pacific School of Religion
El reverso de la carta a Afrodita, mostrando cómo dos piezas de papiro se juntaban de forma cruzada para crear material para la escritura.
Las epístolas ocupan un lugar en el canon porque han comprobado su poder inspirador en las iglesias. Cada una responde a necesidades concretas. Se leían en los cultos y casi desde su composición se aceptaron como Palabra de Dios (1 Ts 2.13; 1 P 1.12; 2 P 3.15ss).
Muchas epístolas se escribieron con la colaboración de secretarios o amanuenses, cuya intervención en la elaboración era a menudo considerable. En la providencia de Dios, algunas epístolas se han perdido, por ejemplo, dos de las cuatro que Pablo escribió a los → Corintios (1 Co 5.9; 2 Co 7.8) y la enviada a los laodiceos (Col 4.16).
EPÍSTOLAS PASTORALES Último grupo de los escritos de Pablo, formado por 1 y 2 Timoteo y Tito. Su nombre obedece a que gran parte de su contenido trata del trabajo pastoral en la iglesia y de los deberes del ministerio cristiano.
Autor Y Fechas
Durante los últimos cien años, la paternidad paulina de las Epístolas Pastorales ha sido gran motivo de discusión. Algunos críticos las han atribuido a un autor desconocido del siglo II, pero esta opinión ya se desechó. Los críticos más prominentes en el Nuevo Testamento, aunque reconocen dificultades, afirman la paternidad paulina.
Cuando escribió 1 Timoteo y Tito, → Pablo no estaba preso; pero al escribir 2 Timoteo, no solo lo estaba, sino que presentía el final de su vida. De 1 Timoteo 1.3 se deduce que Pablo había estado cerca de Éfeso. Tito 1.5 indica que visitó Creta. Segunda de Timoteo 1.16s parece indicar una defensa preliminar y por 4.13 se sabe que estuvo en Troas (4.20). Todos estos hechos no caben en la narración dada en Hechos y, por tanto, no hay otra alternativa que presumir que a Pablo lo liberaron de su prisión en Roma y que desarrolló un corto período de actividad en el Oriente. Entre 63–67 d.C. sí es posible colocar los acontecimientos narrados en las Epístolas Pastorales. La crítica basada en las epístolas mismas recomienda una fecha de composición entre estos cinco años.
Los argumentos más importantes a favor de la autenticidad de las Epístolas Pastorales son:
1. Hay citas de las Epístolas Pastorales en Clemente de Roma, Ignacio, Policarpo, Pastor de Hermas, todos del siglo II.
2. El libro de Hechos, la tradición que fecha la muerte de Pablo en el 67 y la alusión de Clemente a un viaje de Pablo a España dan pie para suponer que Pablo sobrevivió a su primera prisión.
3. Primera de Timoteo 3.1–7 (cf. 5.17) y Tito 1.5–9 demuestran decididamente que las Epístolas Pastorales se escribieron cuando los obispos, ancianos y diáconos no formaban una jerarquía. La separación de estos cargos ocurrió en el siglo II, según Ignacio (ca. 110 d.C.).
4. La diferencia de tono entre el cristianismo de las Epístolas Pastorales y el del resto de las epístolas paulinas se explica porque aquellas se dirigen contra movimientos heréticos intracristianos y por su énfasis eminentemente práctico.
Características
La homogeneidad del grupo es mucho más marcada que en las otras epístolas paulinas; los críticos concuerdan en considerarlas como un todo. Su interés es precisar la organización de las iglesias y no tanto el mensaje cristiano.
Orientaciones Teológicas
La verdadera doctrina se reconoce por su origen apostólico y por la piedad que la acompaña; no hay mucho interés en las manifestaciones pentecostales. Se mantiene la expectación escatológica, pero la tensión por la Segunda Venida de Cristo no es tan aguda. Surgen en el ambiente doctrinas heréticas (aunque estas no forman un movimiento como en Gálatas) cuyo carácter es difícil determinar. Subsisten las tesis fundamentales de la teología paulina, pero no hay exposiciones propiamente teológicas.
Estilo Y Vocabulario
El lenguaje es menos original; las fórmulas propiamente cristianas se reemplazan por términos literarios. Faltan la deducción y la demostración; las afirmaciones sustituyen a la argumentación dialéctica.
Análisis Y Contenido
De 1 Timoteo
Pablo escribió a Timoteo para animarle en la fe (1.18, 19) y para que supiera cómo debía comportarse en la iglesia (3.15). Le da instrucciones sobre la oración pública, la elección de los líderes, el cuidado de las viudas, etc.; recalca la necesidad de una doctrina unida a una vida santa y lo alerta en contra de los falsos maestros.
1. Encabezamiento y saludo: 1.1, 2
2. Lucha contra los falsos maestros: 1.3–20
3. Gobierno de la iglesia: 2.1–3.16
4. Polémica contra los herejes: 4.1–11; 6.3–10
5. Timoteo y el ministerio: 4.12–5.25
6. Conclusión: 6.20, 21
De Tito
Por lo que podemos deducir, la visita de Pablo a Creta fue corta y por eso dejó a Tito para consolidar y extender la obra (1.5). El propósito de esta carta, escrita poco tiempo después de la partida de Pablo, fue autorizar e instruir a Tito para la reorganización de la iglesia en Creta. Aunque la mayor parte de la carta se dedica a los asuntos prácticos del ministerio, hay tres pasajes doctrinales importantes: 1.1–13; 2.11–14; 3.3–7.
1. Encabezamiento: 1.1–4
2. Circunstancias de la carta: 1.5–16
3. Exhortaciones y consejos: 2.1–3.14
4. Saludos: 3.15
De 2 Timoteo
Pablo se hallaba otra vez preso en Roma, esperando el final, cuando escribió esta epístola (4.6–8). Ruega a Timoteo que venga a verle trayéndole ciertos libros y su capa, pues se aproximaba el invierno (4.9–13). Toda la epístola es un llamado ferviente a la fidelidad a Cristo y a su evangelio, con nuevas advertencias sobre el peligro de índole moral y doctrinal. Por el tono emocional que embarga toda la carta, puede considerarse como el testamento de Pablo.
1. Encabezamiento y saludo: 1.1, 2
2. Acción de gracias y entrada en el tema: 1.3–5
3. Exhortaciones a Timoteo: 1.6–2.13
4. Polémica contra los herejes: 2.14–3.17
5. Despedida de Pablo: 4.1–8
6. Conclusión: 4.9–22
Bibliografía:
J. Collantes, La Sagrada Escritura, B.A.C., Madrid, 1965. NT II, pp. 954–1096. G.T. Manley, (ed.), Nuevo auxiliar bíblico, Editorial Caribe, San José, 1958. IB II, pp. 471–484. BC VI, pp. 676–715. INT.
ERASTO (en griego, amado). Compañero de Pablo al que este, estando en Éfeso, envió con Timoteo a Macedonia (Hch 19.22). Tal vez sea el mismo
Nelson, W. M., & Mayo, J. R. (2000, c1998). Nelson nuevo diccionario ilustrado de la Biblia (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.