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  DICCIONARIO 2 J
 
 
JONÁS:
     I.     La primera comisión de Jonás     1.1—2.10
     A.     La desobediencia al primer llamado     1.1–3
Un bosquejo para el estudio y la enseñanza
     B.     El juicio sobre Jonás     1.4–17
     1.     La gran tormenta     1.4–16
     2.     El gran pez y la gran salvación de Jonás     1.17
     C.     La oración de Jonás     2.1–9
     D.     La liberación de Jonás     2.10
     II.     La segunda comisión de Jonás     3.1—4.11
     A.     La obediencia al segundo llamado     3.1–4
     B.     El arrepentimiento de Nínive     3.5–10
     1.     El gran ayuno     3.5–9
     2.     La gran salvación de Dios en Nínive     3.10
     C.     La oración de Jonás     4.1–3
     D.     Dios reprende a Jonás     4.4–11
Autor Y Fecha
El relato no indica quién sea el autor. Jonás es mencionado siempre en tercera persona. Hoy día es frecuente considerar inválida la teoría que afirma que el mismo profeta mencionado en 2 R 14.25 escribió el libro que lleva su nombre. Se dan para ello las siguientes razones: (1) los arameísmos, (2) las señales de hebreo tardío y (3) el mensaje central del libro. Sin embargo, ninguno de los argumentos es conclusivo. Se reconoce cada vez más que muchos arameísmos ya se estaban introduciendo en el hebreo del norte desde el tiempo de David. Además, hay un énfasis universalista incluso en el siglo VIII a.C. (Is 2.2s).
Muchos eruditos se inclinan por una fecha tardía, en la época posterior al cautiverio (587), probablemente en el transcurso del siglo V a.C. Pero muchos lo fechan antes del cautiverio, ca. 760 a.C.
Marco Histórico
El profeta Jonás probablemente visitó Nínive durante los días gloriosos del Imperio Asirio. Como del 885 al 665 a.C., los asirios dominaron el mundo antiguo. Numerosos pasajes del Antiguo Testamento hablan de hostigamiento de fuerzas asirias contra Judá e Israel durante esos años. Allá por el año 841 a.C., Jehú, rey de Israel, se vio obligado a pagar tributo a Salmanasar III de Asiria. Este tipo de acoso continuó por más de un siglo, hasta que Israel por fin sucumbió ante las fuerzas asirias cerca del año 722 a.C. Jonás no quería ir a Nínive, capital del cruel enemigo asirio, y mucho menos que se arrepintieran y recibieran el perdón de Dios.
Cuando Jonás por fin obedeció, los de Nínive se arrepintieron, tal como lo temía el profeta. Algunos eruditos relacionan la conversión masiva de Nínive con las reformas religiosas de Adad-Nirari III (rey asirio, 811–783).
Aporte a La Teología
La enseñanza del libro de Jonás es una de las más elevadas del Antiguo Testamento. El tema central es la universalidad de la salvación de Dios, su amor y providencia generosa, la cual no es patrimonio exclusivo de ningún pueblo, ni siquiera el israelita. Este designio universal de la salvación divina se opone al exclusivismo en que cayó la comunidad judía. En este sentido, el libro de Jonás se suma a Isaías 19.23–25 y al libro de Rut. La resistencia de Jonás primero y después su tristeza por la conversión de Nínive, que impidió temporalmente el cumplimiento del juicio de Dios, representan claramente la idea del particularismo judío.
Por otra parte, el libro nos enseña que aun los más categóricos vaticinios de Dios contra los pueblos que no son judíos manifiestan la voluntad misericordiosa de Dios. Él solo espera alguna muestra de arrepentimiento para dar su perdón, porque también a los gentiles les es concedida la posibilidad de la conversación. Con Jonás estamos a un paso del evangelio.
Otros Puntos Importantes
Demasiada atención se le ha dado al «gran pez» (1.17) que se tragó a Jonás y lo vomitó después en la costa. No resolvemos nada discutiendo si un pez puede tragarse a un hombre ni si una persona puede permanecer viva tres días en el vientre de tal criatura. El asunto de esta parte de la historia es que Dios obró un milagro para preservar la vida de su profeta de manera que este pudiera lograr que Nínive cumpliera las órdenes de Dios. El pasaje establece que Dios «tenía preparado» específicamente este pez para tal propósito (1.17). Otros milagros que Dios «tenía preparado[s]» para enseñar a Jonás su propósito para la ciudad de Nínive fueron la calabacera (4.6), la enfermedad y sequía de la planta (4.7) y el viento solano que añadió miseria a Jonás.
Algunos lectores de la Biblia insisten en interpretar este libro como una alegoría o una parábola. Sin embargo, esos enfoques pasan por alto la propia interpretación literal de Jesús acerca de Jonás. Hablando de su muerte y resurrección, Jesús declaró: «Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches» (Mt 12.40; también Lc 11.29–32). Por tanto, el libro de Jonás es mucho más que una historia de un pez. Es un recuento maravilloso de la gracia de Dios que eleva nuestra mirada a la más grandiosa historia de amor de todas: la muerte de su Hijo Jesucristo por los pecados del mundo. (→ Jonás.)
Bibliografía:
EBDM, «Jonás». J. Alonso Díaz, Estudios bíblicos, 18, 1959, pp. 357–74. SE VI, pp. 258–67.
JONATÁN (Jehová ha dado). Nombre dado a muchos personajes del Antiguo Testamento, de entre los mismos se destacan los siguientes:
1.Hijo de Gersón, descendiente de Moisés, a quien contrató → Micaías para el sacerdocio dedicado a un ídolo en Efraín. Llegó a ser progenitor de una línea de sacerdotes en la tribu de Dan, la cual continuó «hasta el día del cautiverio de la tierra» (Jue 17; 18.30s).
2.Hijo mayor de → Saúl y uno de los personajes más renombrados y amorosos del Antiguo Testamento. Amó intensamente a → David, rey de Israel después de Saúl (1 S 14.49, 50; 18.1). Su fe y valentía se manifiestan en 1 S 13.3; 14. David elogió el carácter guerrero y la fidelidad de Jonatán (2 S 1.22). Sin embargo, esa fidelidad para con David reñía con la lealtad que debía a su padre Saúl (1 S 18.1–4). Cuando Saúl, movido por los celos, intentó matar a David, Jonatán se presentó como pacificador y expuso su vida para proteger a David (1 S 19.1–7; 20). El relato del último encuentro de los dos amigos pinta uno de los cuadros más elocuentes de fidelidad y amor en medio de la oposición e intriga (1 S 23.16–18). Jonatán pereció con su padre combatiendo a los filisteos en la batalla de → Gilboa (1 S 31.2). Después de la muerte de Jonatán el recién coronado rey de Israel, David, tomó a su cuidado al huérfano → Mefi-boset, hijo de Jonatán (2 S 9). La amistad entre David y Jonatán prefigura la amistad con Cristo en la experiencia del creyente.
3.Tío de David (1 Cr 27.32).
4.Hijo del sumo sacerdote → Abiatar, comprometido en el atentado contra David tramado por Absalón y Adonías (2 S 15.36; 17.15–22; 1 R 1.41–49).
5.Uno de los «poderosos varones de David» (2 S 23.32; 1 Cr 11.34).
6.Sacerdote, hijo de Joiada (Neh 12.11).
7. Hijo de Carea asociado con el asesinato de Gedalías durante la dominación de Jerusalén por Nabucodonosor (Jer 40.8).
8. Escriba en cuya casa estuvo prisionero el profeta Jeremías (Jer 37.20).
JOPE (en hebreo, Yafó, que significa belleza). Puerto situado en el territorio que correspondió a Dan (Jos 19.46), en la costa del Mediterráneo, 45 km al sur de Cesarea y 50 km al noroeste de Jerusalén.
Como durante siglos fue casi el único puerto de Palestina, Jope cobró gran importancia a pesar de su poca profundidad y protección del viento. Aparece mencionado en inscripciones que datan del siglo XV a.C. Durante el período del Antiguo Testamento, aunque estaba en poder de los filisteos o los cananeos, lo utilizaban los israelitas. A Jope llegó la madera del Líbano y de Tiro destinada para la construcción del templo (1 R 5.9; 2 Cr 2.16; Esd 3.7), y desde allí Jonás trató de escapar de la presencia del Señor (Jon 1.3).
Foto de Howard Vos
La moderna Jaffa en la costa mediterránea es la sucesora de la ciudad bíblica de Jope (Hch 10.5–9). Hoy la ciudad es parte del municipio de Tel Aviv.
Al principio del período intertestamentario Jope estaba bajo la administración de Sidón. Quedó libre cuando Artajerjes III (358–338 a.C.) destruyó a Sidón, pero permaneció como parte del Imperio Persa. Alejandro el Grande helenizó el nombre de Yafó y surgió Jope.
Después de pasar por manos de los tolomeos y seléucidas, Simón Macabeo conquistó a Jope en 143 a.C. y le implantó costumbres judías (1 Mac 13.11; 14.5; Josefo, Antigüedades XIII.vi.4).
El control de la ciudad de Jope se disputaba hasta llegar Pompeyo en 66 a.C., y esta la hizo parte de la provincia romana de Siria. Julio César la devolvió a los judíos en 47 a.C. Herodes el Grande la conquistó en 37 (Josefo, Antigüedades XIV.xv.1) y luego construyó el puerto rival de Cesarea.
Pronto el cristianismo llegó a Jope (Hch 9.36–10.23; → Dorcas, Simón No. . La convirtieron en una sede episcopal después del reinado de Constantino, y llegó a ser ciudad muy disputada entre los cristianos y los mahometanos durante las cruzadas. En 1950 Jope se incorporó a la moderna ciudad de Tel Aviv, que en 1970 tenía una población de 384.700 habitantes, la ciudad más grande de la República de Israel.
JORAM (Jehová es exaltado). Nombre de cinco personajes del Antiguo Testamento.
1. Hijo de Toi, rey de Hamat, llamado «Adoram» en 1 Cr 18.10 (2 S 8.10).
2. Uno de los levitas del tiempo de David que tenía a su cargo las cosas consagradas por el rey (1 Cr 26.25–27).
3. Sacerdote en el tiempo de Josafat que, en compañía de otros, recorrió las ciudades de Judá, llevando el libro de la Ley y enseñando al pueblo (2 Cr 17.8, 9).
4. Rey de Israel y segundo hijo de Acab y Jezabel. Sucedió a su hermano Ocozías y reinó ca. 851–842. Aunque quitó las estatuas de Baal es probable que lo adorara en secreto (2 S 3.2, 13a). Siguió el pecado de Jeroboam. El matrimonio de su hermana Atalía con Joram, rey de Judá, hijo de Josafat, estrechó las relaciones entre las dos naciones. Durante su reinado se rebeló Moab que anteriormente lo había conquistado Omri. Joram subió con Josafat y el rey de Edom para pelear contra Mesa, rey de Moab, pero la victoria fue dudosa (2 R 3.4–27).
Más tarde, Joram también peleó contra Ben-adad y Hazael de Siria y, como consecuencia, Ben-adad puso un cruel sitio a Samaria que solo terminó con la intervención de Dios. A su muerte, a Joram le sucedió Jehú, general del ejército. Las narraciones acerca de Eliseo están incluidas en las del reinado de Joram, pero la cronología es incierta (2 R 1.17–9.28).
5. Rey de Judá (ca. 850–843), hijo y sucesor de Josafat. Gobernó bajo la influencia de su esposa Atalía, hija de Acab. Mató a sus seis hermanos e introdujo el culto a Baal (2 R 8.17, 18; 2 Cr 21.6). Durante su reinado hizo «que fornicara Judá y los moradores de Jerusalén». Por tanto, Elías pronunció juicio contra él a través de una carta (2 Cr 21.12–15). Como consecuencia de su desordenado gobierno, Edom y Libna se libraron de su dominio (2 Cr 21.8–10). A Judá la invadieron filisteos y árabes que incluso saquearon la casa del rey y raptaron a todos sus hijos, excepto Joacaz el menor (2 Cr 21.16, 17). Joram murió de una enfermedad repulsiva y no se le rindieron los honores dados a otros reyes (2 Cr 21.18–20).
JORDÁN El río más largo de Palestina, que atraviesa todo el país. Nace cerca de la frontera del norte y desemboca en el mar Muerto.
Foto de Gustav Jeeninga
El río Jordán al sur de Palestina, cerca de Jericó.
Etimología
Algunos opinan que el nombre hebreo Yarden es semítico derivado del verbo yarad (descender), es decir, «el río que desciende rápidamente». Otros, observando que el nombre tiene la misma raíz que los nombres de otros ríos de la cuenca mediterránea, han postulado un origen indoario, de yor (año) y don (río), es decir, «el río perenne».
Descripción
El Jordán nace al sur de la cordillera del Hermón por la confluencia de cuatro riachuelos: el Nahr Banyas al este, que nace en una cueva cerca de la antigua Cesarea de Filipos; el Nahr el-Leddan, que nace al oeste, junto al Tell el-qadi, cerca de la ciudad israelita de Dan, y corre 6 km antes de juntarse con el Nahr Banyas; el Nahr el-Jasbani, que es el más largo de los cuatro, corre 40 km y se junta con los dos anteriores; y el Nahr Bareighit, el más corto, que nace al oeste y desemboca en el Nahr el-Hasbani. Luego el Jordán continúa su curso 12 km hacia el sur, a lo largo de una fértil llanura, y atraviesa lo que antiguamente era un lago pantanoso llamado → Merom (Jos 11.5, 7). El nombre actual del lugar es Hule, pero el lago lo desecaron y lo convirtieron en tierra cultivable que el Jordán aún riega.
Desde Hule, el Jordán avanza hacia el sur unos 4 km de cauce lento y entonces inicia un violento descenso de 11 km por entre rocas basálticas. Se normaliza en una planicie de 1 km formada por sus propios depósitos arenosos y luego desemboca en el mar de → Galilea o lago de Genesaret. La agricultura prospera en la región alrededor de este lago.
La parte más importante del Jordán y la que se menciona más en la Biblia es la que se extiende desde el sur de Galilea hasta el mar Muerto, una recta de 110 km, que debido a sus innumerables meandros, el Jordán alarga hasta casi 320 km. De ahí el río desciende hasta 390 m bajo el nivel del mar y forma así la depresión más baja del mundo. En esta región recoge el agua de unos pocos afluentes perennes del lado oeste. Del lado este hay nueve ríos perennes, de los cuales los más importantes son el Jarmuk y el → Jaboc. En la antigüedad se establecieron ciudades en los deltas fértiles que formaban estos ríos al desembocar en el Jordán.
Esta parte del valle del Jordán, que en algunos lugares se ensancha hasta 20 km, se divide en tres niveles. El más bajo es llamado el Zor y está cubierto de densos matorrales de tamariscos, zarzas, cardos y espinas, y frondosos álamos y sauces. Se inunda cada año en los meses de la siega (Jos 3.15). Jeremías llamó a esta zona «la espesura del Jordán», y en sus tiempos la habitaban leones (Jer 12.5; 49.19).
En el nivel de en medio de cada lado del Zor hay montes áridos por la erosión. Esta zona llamada Qattara, no es cultivable.
En el nivel más alto, llamado el Gor, asciende gradualmente desde el Qattara hasta las regiones montañosas de uno y otro lado. Esta zona, especialmente a lo largo de 40 km al sur del mar de Galilea, es una pradera fértil. En los últimos kilómetros antes de llegar al mar Muerto todo el valle se vuelve desértico.
Vista aérea del torcido río Jordán en la región cerca del mar Muerto. Note la vegetación de aspecto tropical en las riberas del río en este fértil valle.
Importancia Histórica
Al lado oeste del Jordán se han encontrado esqueletos de elefantes y rinocerontes, y flechas y hachas de personas primitivas. En el séptimo milenio a.C. empezó a florecer la agricultura y desde esa época empezaron a sucederse períodos de desarrollo y emigración. Entre los siglos XX y XIV a.C., en un tiempo de emigración de los habitantes locales, vivieron aquí los patriarcas; Lot el sobrino de Abraham escogió vivir en la «llanura del Jordán» (Gn 13.10s).
En lugar de ser vía de comunicación, como otros ríos, el Jordán siempre fue barrera geográfica y cultural. Durante los cuarenta años en el desierto, Moisés esperaba el día en que los israelitas pudieran cruzar el Jordán, el último obstáculo para el cumplimiento de la promesa de Dios de introducirlos en la tierra prometida. Al fin, por una intervención divina, se venció este obstáculo y los israelitas cruzaron mientras las aguas se detenían (Jos 3.16). Sin embargo, el hecho de que las tribus de Rubén y Gad y la media tribu de Manasés colonizaran el lado este del Jordán significó que vivieron separados del resto de Israel (Jos 22.9–34). Esto preocupó a Moisés (Nm 32.1–33) y a Josué (Jos 22.1–8). En campañas militares la barrera geográfica del Jordán servía tanto de obstáculo como de protección (2 S 17.22). La posesión de sus vados aseguraba la victoria (Jue 3.28; 7.24s).
Tres importantes épocas en la historia de Israel se iniciaron alrededor del Jordán:
1.Israel inició su vida como pueblo sedentario y gozó de la «tierra que fluía leche y miel» después de cruzar al lado oeste del río.
2.Elías, en el siglo IX y después de cruzar el Jordán, fue arrebatado al cielo y Eliseo ocupó su lugar como profeta (2 R 2.7s,13s). Estos dos iniciaron el profetismo (→ Profecía, profetas) de Israel. Eliseo ordenó a Naamán, general del ejército sirio, que se lavara siete veces en el Jordán para limpiarse de su lepra (2 R 5.1–14) y más tarde hizo flotar un hacha sobre las aguas del río (2 R 6.1–7).
3.Junto al Jordán, → Juan el Bautista proclamó su mensaje de arrepentimiento, y así preparó el camino para el Mesías (Lc 3.3). Allí inició Jesús su ministerio público después de su bautizo (Mt 3.13–17; Mc 1.9–11; Lc 3.21s).
JORNALERO Desde la época bíblica el jornalero fue un peón u obrero al que se contrataba por jornadas de uno, dos, tres o más días (Job 14.6). Su salario era el «jornal», que se pagaba en monedas de plata o en géneros (Mt 20.2–13). Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento se alude a la formalidad y respeto en los pagos al jornalero (Lv 19.13; Dt 24.14, 15; Lc 10.7; Stg 5.4).
Los profetas proclamaban la certeza del cumplimiento de las sentencias de Dios con la expresión «tiempo de jornalero». El evangelista Juan contrasta al jornalero encargado de cuidar las ovejas con el dueño del rebaño, el pastor (Jn 10.12, 13). El pasaje tiene profundo significado espiritual: el jornalero tiene interés en su salario en tanto que el interés del pastor está en el rebaño mismo.
El profeta Hageo usa la figura del jornalero con «saco roto» para convencer al pueblo de lo infructuoso que son sus caminos cuando se aleja de Dios (Hag 1.5, 6). Con frecuencia en la Biblia los términos «criado» y «asalariado» se usan como sinónimos de «jornalero».
JOSABA Hija del rey Joram de Judá y esposa del sumo sacerdote Joiada. Valiente mujer que rescató su sobrino Joás de la muerte cierta a manos de Atalía, la malvada reina de Judá (2 R 11.1–3. En 2 Cr 22.10–12, Josabet). Josaba era medio hermana de Ocozías. Cuando Ocozías murió en batalla, su madre, Atalía, intentó matar a todos sus nietos y usurpar el trono. Sin embargo, Josaba rescató a un hijo pequeño de Ocozías (2 R 11.2) y lo escondió seis años en el templo hasta que tuvo la suficiente edad para proclamarlo rey.
El valor de la acción de Josaba preservó «la casa y familia de David» (Lc 2.4), de la que Jesús descendió.
JOSAFAT Rey de Judá (ca. 870–848 a.C.), hijo y sucesor de Asa. Durante su reinado se inició una época de amistad entre Israel y Judá que no habían cesado de pelear entre sí desde la muerte de Salomón. Josafat y Acab celebraron una alianza que culminó con el matrimonio de Atalía, hija de Acab, con Joram, hijo de Josafat. Al principio el arreglo pareció muy promisorio, pero el resultado no lo fue. A pesar de la advertencia de Micaías, Josafat salió juntamente con Acab contra Ramot de Galaad. Los cuatrocientos profetas de Josafat habían predicho la victoria, pero Micaías profetizó la muerte de Acab, la cual en efecto sucedió (1 R 22.13–40).
Desde el punto de vista político y religioso, Josafat fue un buen rey. Conquistó Edom, lo cual le proporcionó una fuente de ingresos fruto del comercio con los árabes. Segundo de Crónicas dedica cuatro capítulos (17–20) a su reinado y destaca que fortificó ciudades, colocó tropas en las ciudades efrateas que su padre había conquistado y lo temieron todos sus vecinos. Tanto filisteos como árabes le traían tributos y regalos, y logró formar un gran ejército. Gracias a este ejército, derrotó a una coalición moabita, amonita y edomita, después de lo cual convocó a una asamblea popular para buscar el favor de Dios. Josafat se preocupó porque se instruyera al pueblo en la Ley, y envió levitas y sacerdotes a los campos para impartirla. A él se atribuye también el mejoramiento del sistema de justicia, pues estableció jueces en todas las ciudades fortificadas de Judá y una corte de apelación en Jerusalén (1 R 22.1–50; 2 R 3.1–27).
JOSAFAT, VALLE DE Nombre que Joel dio al lugar del juicio final (Jl 3.2, 12). No hay fundamento para aplicarlo a alguna localidad conocida, aunque el uso del término geográfico «valle», ha dado lugar a alguna especulación al respecto. En los versículos citados de Joel, «Josafat» (Jehová ha juzgado) hace referencia a «juicio» y, por consiguiente, pareciera más probable que tanto «el valle de Josafat» como «el valle de la decisión» (Jl 3.14), sean nombres que simbolizan el juicio. La tradición tanto cristiana como judía y musulmana ha identificado el lugar del juicio final con el valle del Cedrón, entre el monte de los Olivos y Jerusalén.
JOSÉ (Él añade). Nombre de varios hombres en la Biblia.
1.Nombre étnico que designaba las tribus de → Efraín y → Manasés, llamadas también «casa de José» (Jos 17.17), «tribu de José» (Nm 13.11) o «hijos de José» (Nm 1.10, 32). Y ya que Efraín era la más fuerte de las tribus del norte, el pueblo mismo de Israel llevaba este nombre (Ez 37.16, 19) o, en alguna ocasión, todo el pueblo escogido (Abd 18).
2.Tres varones en la genealogía de Jesús (Lc 3.24, 26, 30).
3.El «llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo», uno de los dos que los apóstoles nominaron para ocupar el lugar de Judas Iscariote (Hch 1.21s).
4.Hermano de Jesús (Mc 6.3//).
5.Compañero de Pablo de sobrenombre → Bernabé (Hch 4.36).
6.Miembro de la familia macabea (1 Mac 5.18, 55–62).
7.Otras personas del mismo nombre se mencionan en Nm 13.7; 1 Cr 25.2; Esd 10.42; Neh 12.14.
JOSÉ, HIJO DE JACOB Patriarca israelita, hijo decimoprimero de Jacob y su primero con Raquel. Nació en Padan-aram, lugar de la antigua Mesopotamia, hoy Irak (Gn 29.4; 30.22–24). Niño aún, se trasladó con sus padres y hermanos a Palestina donde vivió hasta los 17 años de edad, dedicado a pastorear los rebaños de su padre, de quien era hijo predilecto (Gn 31.17, 18; 37.2). Más tarde, debido a esta predilección que Jacob sentía por José y al hecho de que este contaba a su padre los malos caminos de sus hermanos mayores, estos le aborrecieron en tal forma que un día lo vendieron como esclavo a unos mercaderes → Madianitas por veinte piezas de plata. Dijeron a su padre que lo había matado algún animal (Gn 37.3–36). Los mercaderes lo llevaron a Egipto donde lo vendieron a → Potifar, capitán de la guardia del faraón.
En Egipto, gracias a su inteligencia y honradez, José fue puesto de mayordomo en la casa de Potifar, su amo (Gn 39.1–4), pero debido a una calumnia de la esposa de este, lo encarcelaron por largo tiempo (Gn 39.1–20). Dios lo bendijo, sin embargo, dándole «gracia en los ojos del jefe de la cárcel», el cual le nombró guardián de todos los presos (Gn 39.21–23).
En la cárcel José tuvo oportunidad de interpretar los sueños de dos oficiales del faraón, también prisioneros, lo que después le proporcionó igual oportunidad de interpretar un sueño misterioso del faraón. Como recompensa, y en bien de la economía del país, a José lo sacaron de la prisión para ocupar el cargo de primer ministro en el gobierno de la nación (Gn 41.1–44). En esta forma llegó a ser el segundo personaje en la nación. El país prosperó extraordinariamente bajo su dirección (Gn 41.49).
Mientras ocupaba tan alta posición, José contrajo matrimonio con → Asenat, joven egipcia de familia distinguida (Gn 41.45, 46). De esta unión nacieron dos hijos: → Manasés, el primogénito, a quien José llamó así «porque dijo: Dios me ha hecho olvidar todo mi trabajo, y toda la casa de mi padre»; al segundo lo llamó → Efraín «porque dijo: Dios me ha hecho fructificar en la tierra de mi aflicción» (Gn 41.51, 52).
Efraín y Manasés fueron adoptados por Jacob como hijos suyos (Gn 48.8–20) y encabezaron dos tribus de Israel. Una vez conquistada la tierra prometida, recibieron porciones al igual que sus tíos (Jos 14.4), privilegio otorgado por herencia de tan ilustre padre.
Es probable que uno de los hicsos (→ Faraón; Egipto) nombrara a José para tan importante puesto, ca. 1720–1570 a.C. Estos semitas infiltraron a Egipto desde Canaán, y observando escrupulosamente todas las costumbres egipcias, llegaron a dominar el país por muchos años. José fue simplemente uno de los muchos esclavos semitas en Egipto durante esa época. Por ejemplo, en una lista recién descubierta de los 79 sirvientes de una casa egipcia de ese período, por lo menos 45 tenían nombres asiáticos, es decir, eran semitas cual José, probablemente esclavos.
En los días en que José gobernaba en Egipto hubo escasez de alimentos en las tierras circunvecinas. Jacob envió a sus hijos para comprar alimentos en el referido país, pues allá había abundancia gracias a la buena administración de José (Gn 42.1ss). Tal era la necesidad en los alrededores, que José adquirió para el faraón casi toda la tierra de Egipto (Gn 41.46–49, 53–57; 47.13–26). Cuando sus hermanos llegaron, José los reconoció, pero para probarlos y saber de sus intenciones «hizo como que no los conoció y les habló ásperamente» (Gn 42.6, 7). Después de una serie de exigencias, entre las que manifestó su deseo de ver a → Benjamín, el menor de la familia que había quedado con el padre, José se despidió de ellos sin haberse dado a conocer. Los surtió de trigo y comida para el camino (Gn 42.25, 26), y les dio testimonio de su fe en Dios (Gn 42.18). Al actuar de esta forma tan severa y fingida, José sentía arder su corazón en amor hacia sus hermanos; por tanto, se retiró de ellos y desahogó su corazón llorando (Gn 42.24).
En una nueva visita de sus hermanos a Egipto en busca de pan, José se reveló a ellos sincera y emocionalmente (Gn 45.1–14). Después de esta entrevista hizo venir a su padre y a sus hermanos, para que residieran en Egipto; destinó para ellos la región más rica del país (Gn 46.1–12).
Cuando Jacob enfermó de muerte, José, junto con sus dos hijos, fue a visitarlo. Y una vez ocurrido el fallecimiento de Jacob, José dispuso un largo viaje de toda la familia hasta la Tierra Santa, para dar a su padre honrosa sepultura en la tierra de sus antepasados. Así José obedeció la disposición testamentaria de su progenitor (Gn 50.1–14).
Después de la muerte de Jacob, los hermanos de José recelaron de que este cambiaría de actitud hacia ellos y los tratara con dureza. Conocedor de este sentimiento, José les dio muestras de su sincero amor hacia ellos (Gn 50.15–23). José murió en Egipto a los ciento diez años de edad, una duración de vida que los egipcios consideraban ideal, y por tanto una señal de la bendición divina. Lo embalsamaron y pusieron en un ataúd que conservaron en Egipto (Gn 50.24–26). Años después, cuando los israelitas ganaron su libertad y partieron rumbo a Palestina, llevaron consigo los huesos de José (Éx 13.19). Tan venerables restos viajaron con los israelitas por el desierto; y una vez conquistada la tierra prometida, los enterraron en la población de → Siquem (Jos 24.32).
La historia de José se encuentra en Gn 30.22–25; 37–50, y es una de las más emocionantes de la Biblia. José se nos presenta como el hijo más amado de su padre, el hermano más odiado por sus hermanos y como el mejor hermano de todos los siglos. Tanto amó a sus hermanos que les perdonó el haberlo vendido como esclavo, les salvó la vida y los colmó de bienes, llorando al verlos, después de larguísima ausencia. José se convirtió en guardián y amigo de todos los prisioneros. Fue distinguido estadista, esposo fiel y padre ejemplar, guiado en todo por el Espíritu de Dios. Mereció mención entre los héroes de la fe en Heb 11.22 por haber previsto el éxodo de Egipto de su pueblo y por haber dado «mandamiento acerca de sus huesos».
JOSÉ DE ARIMATEA Personaje que todos los evangelistas mencionan como el que sepultó el cuerpo de Jesucristo. Era rico, natural de → Arimatea y probablemente miembro del → Sanedrín (Mt 27.57; Mc 15.43). Era israelita «justo y bueno», que esperaba el Reino de Dios, y discípulo secreto de Jesús (Lc 23.50s; Jn 19.38).
Como consejero, José de Arimatea no había votado en la condenatoria de Jesús (Lc 23.51), y la crisis de la crucifixión le dio valor para entrar «osadamente a Pilato» y pedir el cuerpo del Señor (Mc 15.43). Junto con → Nicodemo, su colega en el consejo, bajó el cuerpo de la cruz, lo envolvió en una sábana, lo ungió con especias y lo colocó en un sepulcro nuevo «abierto en una peña» (Mt 27.58–60; Lc 63.53). Juan 19.41s añade que el sepulcro se hallaba en un huerto en el lugar de la crucifixión.
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Tumba tradicional de José en Siquem (Éx 13.19).
Las leyendas sobre las actividades posteriores de José de Arimatea no tienen base histórica, pero fue el instrumento de Dios para cumplir la profecía de Is 53.9.
JOSÉ, MARIDO DE MARÍA Descendiente de David, desposado con → María. Como su → Genealogía se hallaba registrada en Belén, tuvo que viajar hasta allá desde su ciudad, Nazaret, con motivo del empadronamiento ordenado por Augusto César (Mt 1.16; Lc 2.4). Según Mt 1.19, era «justo», lo que señala su piedad y sumisión a la Ley, y a juzgar por Lc 2.24 también era pobre. La amarga experiencia descrita en Mt 1.18s sin duda correspondió al momento en que María regresó de su visita a Elisabet (Lc 1.39–56), José determinó romper el compromiso con ella, pero por compasión quiso hacerlo en secreto, sin tomar las medidas públicas acostumbradas. Sorprendido por una revelación (Mt 1.20s), aceptó con fe la concepción milagrosa del niño y se apercibió para cumplir su importantísimo cometido como guardián del Mesías. Se casó legalmente con María (Mt 1.24), aunque sin unirse todavía con ella (v. 25), de modo que el niño nació como si fuera «hijo de José» (Mt 13.55; Jn 1.45; 6.42).
Junto con María, y por orden del edicto de Augusto César, José fue a Belén muy cerca del tiempo en que habría de nacer el niño (Lc 2.1–7), y al nacer le puso por nombre Jesús (Mt 1.25; Lc 2.21). Después de los acontecimientos descritos en Lc 2.22–39 y Mt 2.1–12, huyó con María y el niño a Egipto (Mt 2.13ss). Volvió a Palestina, aparentemente con la intención de radicar en Judea, después de la muerte de Herodes, pero una nueva revelación divina lo llevó hasta Nazaret (Mt 2.19–23). En este lugar ejerció el oficio de tekton, es decir, obrero de la construcción, carpintero, ebanista (cf. Mc 6.3; donde a Jesús también se le llama tekton).
Después José solo aparece como protector del niño Jesús. Participa de la incomprensión de María frente a la declaración de Jesús respecto a su misión especial (Lc 2.41–52). La interpretación natural de varios textos implica que era padre de varios hijos e hijas con María (Mt 1.25; 13.55; Mc 3.31–35; Jn 7.5; → Hermanos de Jesús). No se le nombra más con María y los hermanos de Jesús, y la entrega que Jesús hace de su madre al cuidado de Juan, al pie de la cruz, hace pensar que José ya había muerto entonces (Jn 19.26, 27).
JOSÍAS Rey de Judá (ca. 639–609 a.C.), coronado por el pueblo a la edad de ocho años, después que su padre, Amón, fue asesinado. Los relatos de los libros de Reyes y Crónicas concuerdan en señalar a Josías como el más recto de los reyes de Judá. Debido sin duda a los serios problemas que Asiria tenía con sus enemigos en el Oriente, Josías pudo conquistar rápidamente las antiguas provincias del reino del norte y librarse en gran parte del tutelaje de los asirios. Josías extendió las fronteras de su reino hasta alcanzar los límites que el reino unido había tenido en tiempos de David, con quien lo comparan sus cronistas.
Paralelamente con sus conquistas territoriales, Josías emprendió una reforma religiosa de grandes alcances e implicaciones políticas notables. Esta reforma tuvo como principal objetivo extirpar del pueblo de Judá las prácticas cananeas y la adoración de las diversas divinidades extranjeras. El hecho de que abarcara también a las provincias del norte, muestra que ya Josías había conquistado dicho territorio.
No obstante lo anterior, el reinado de Josías significó un esplendor efímero para el reino de Judá. Toda su gloria, el resurgimiento de la adoración a Jehová y las conquistas territoriales fueron apenas destellos finales en la historia del reino del sur. Josías había visto desplomarse en pocos años el gran Imperio Asirio y la destrucción de Nínive en el año 612 a.C., y además sabía que aunque los asirios luchaban por sobrevivir, sus días como imperio y como pueblo estaban contados. Esto también lo sabían Sofonías, Jeremías, Nahum y Habacuc. Pero no por ello dejaban de anunciar con insistencia la destrucción de Judá y de Jerusalén.
A cambio de los asirios, empezaba a levantarse el nuevo e inmisericorde Imperio Babilónico, y este hecho aterraba a Josías. Tantos fueron los temores de este, que cuando faraón Necao salió con sus tropas para combatir contra los asirios, aunque el mismo Necao trató de disuadirlo, Josías se le enfrentó en Meguido. Allí hirieron gravemente a Josías y murió. Su muerte echó por tierra las esperanzas, sobre todo de quienes lo habían comenzado a ver como el esperado restaurador del reino davídico (2 R 21.24–23.30; 2 Cr 33.25–35.27). Aparte de la posible defensa de Sofonías (si se le sitúa en su época), hay una crítica muy severa de Jeremías a su reinado. En 3.6–11 expresa que su reforma fue hipócrita y, en su famoso «sermón del templo» (7.25), denuncia la opresión, la injusticia, la inmoralidad y el culto idólatra. Otras condenas en 6.16–21; 7.1–15; 8.4–9.
JOSUÉ (en hebreo, Jehová salva). Nombre de cuatro hombres en el Antiguo Testamento.
1. Hijo de Nun, ayudante y sucesor de Moisés. Cuando joven (Éx 33.11), Moisés lo escogió como su ayudante personal y le dio autoridad para escoger a los que le acompañarían en su contienda con → Amalec (Éx 17). Fue Moisés también el que le llamó Josué, pues antes se llamaba Oseas (Nm 13.16). Josué representó a su tribu en el grupo que nombraron para reconocer la tierra prometida (Nm 13.8). Luego, junto con → Caleb, animó al pueblo y habló en favor de tomar posesión de la tierra (Nm 14).
Mientras Moisés estaba en la presencia de Dios en el monte Sinaí, Josué permaneció en el tabernáculo; allí seguramente aprendió el secreto de la paciencia de Moisés, paciencia que más tarde debía hacer suya (Éx 24.13; 33.11; Nm 11.28). Dios lo seleccionó como sucesor de Moisés y este lo reconoció como tal (Nm 27.18–23; Dt 31). Además, Josué fue el encargado de repartir la tierra juntamente con Eleazar (Nm 34.17).
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Excavación de un lugar alto cananeo, o altar de adoración pagana, en Et Tell, identificada por muchos arqueólogos como la bíblica Hai. La ciudad de Hai fue derrotada en el segundo intento de Josué y los invasores israelitas (Jos 78).
Josué tomó la dirección del pueblo de Dios inmediatamente después de la muerte de Moisés. Como preparativo para su labor, envió espías a → Jericó, quienes le trajeron informes alentadores para invadir la tierra. El primer paso fue atravesar el Jordán, encabezados por los sacerdotes que llevaban el arca del pacto; cuando estos mojaron las plantas de sus pies en la orilla del Jordán, las aguas se detuvieron. Los sacerdotes permanecieron en medio del cauce seco, y todo el pueblo de Israel cruzó antes que el río reanudara su curso normal (Jos 3).
Después de entrar en la tierra de Canaán, Dios ordenó a Josué circuncidar a los hijos de Israel que no se habían circuncidado después de la salida de Egipto (cap. 5). La ciudad de Jericó cayó en manos de Josué y su pueblo (cap. 6). Luego capturaron la ciudad de Hai, donde Josué mostró gran astucia militar, al emboscarse y tomar la ciudad (cap. . Después de conquistar toda la tierra prometida, Josué y Eleazar efectuaron la repartición (caps. 13–21). Para culminar su labor, Josué invitó al pueblo a temer y servir a Dios con integridad y verdad.
La vida de este gran líder del pueblo de Dios no revela falla alguna en las labores que se le encomendaron. En su juventud aprendió a designar responsabilidades como hombre; como ciudadano, buscó lo mejor para su patria; como militar, fue honorable e imparcial. A lo largo de sus días, Josué mostró obediencia al trabajo que Dios le asignó y lo desempeñó orgullosamente. Las palabras «yo y mi casa serviremos a Jehová» expresan el lema de su vida (Jos 24.15).
2.Josué de Bet-semes. Varón a cuyo campo llegó el carro que traía de vuelta a Israel el arca de Jehová (1 S 6.14–18), procedente de la tierra de los filisteos.
3.Sumo sacerdote, que también se llama Jesúa (Esd 3.2), hijo de Josadac. Con su ayuda se restauraron el altar y el culto (Esd 3.1–7). La visión del sumo sacerdote se encuentra en Zac 3, y su simbólica coronación en Zac 6.9–15.
4.Gobernador de Jerusalén en los días de la reforma de → Josías (2 R 23.8).
JOSUÉ, LIBRO DE Libro del Antiguo Testamento que describe vivamente la conquista de la tierra de Canaán por los israelitas, las tácticas usadas y la distribución geográfica de la tierra. Destaca la intervención divina en circunstancias tales como el cruce del río Jordán, la conquista de Jericó y Hai, y la derrota de los amorreos. Narra el período histórico cuando el pueblo de Israel volvió a Jehová, dirigido por Josué, y muestra la fidelidad de Dios en cumplir su promesa a Israel (Gn 15.18; Jos 1.2–6; 21.43–45).
Estructura Del Libro
Josué tiene una fluidez en su estructura que lo hace fácil de leer. En un breve prólogo, presenta al guerrero Josué como el líder capaz que Dios selecciona para conducir a su pueblo a la tierra prometida. Inmediatamente comienza a narrar las victorias militares de los hebreo al arrojar a los cananeos de la tierra que Dios les dio. Atacaron primero por el centro de Canaán y se apoderaron de la ciudad de Jericó y las regiones adyacentes. Después lanzaron ataques rápidos hacia el sur y hacia el norte. Esta estrategia les permitió consolidar posiciones. Después de debilitar a sus enemigos, realizaron diversos ataques de menor envergadura durante varios años.
Tras las crónicas de las campañas militares de Josué, se describe la división del territorio entre las doce tribus de Israel.
El libro termina con la muerte de Josué, después de exhortar este al pueblo a renovar el pacto y permanecer fieles a Dios.
JOSUÉ:
     I.     Israel está preparado para la conquista     1.1—5.15
     A.     Josué reemplaza a Moisés     1.1–18
Un bosquejo para el estudio y la enseñanza
     B.     Josué prepara militarmente a Israel     2.1—5.1
     C.     Josué prepara espiritualmente a Israel     5.2–12
     D.     Aparece el comandante del Señor     5.13–15
     II.     Israel conquista a Canaán     6.1—13.7
Primera parte: La conquista de Canaán (1.113.7)
     A.     Conquista del centro de Canaán     6.1—8.35
     B.     Conquista del sur de Canaán     9.1—10.43
     C.     Conquista del norte de Canaán     11.1–15
     D.     Resumen de la conquista de Canaán     11.16—12.24
     E.     Partes de Canaán que no fueron conquistadas     13.1–7
     I.     La colonización al este del Jordán     13.8–33
Segunda parte: Colonización en Canaán (13.824.33)
     A.     Fronteras geográficas     13.8–13
     B.     Fronteras de las tribus     13.14–33
     II.     La colonización al oeste del Jordán     14.1—19.51
     A.     La primera colonia en Gilgal     14.1—17.18
     B.     La colonia en Silo     18.1—19.51
     III.     El establecimiento de la comunidad religiosa     20.1—21.45
     A.     Seis ciudades de refugio     20.1–9
     B.     Selección de las ciudades levíticas     21.1–42
     C.     Se completa la colonización en Israel     21.43–45
     IV.     Las condiciones para la continua colonización     22.1—24.33
     A.     El altar del testimonio     22.1–34
     B.     Las bendiciones de Dios solo llegan mediante la obediencia     23.1—24.28
     C.     Josué y Eleazar mueren     24.29–33
Autor Y Fecha
El libro es tan específico en su narración que si el autor no fue Josué mismo, él contribuyó en gran manera el contenido total. Esto se puede apreciar en lo siguiente:
1.El envío de los espías (cap. 2).
2.El paso del Jordán (cap. 3).
3.Detalles precisos de la circuncisión (cap. 5).
4.La toma de Jericó y Hai (caps. 6–8).
5.La derrota de los amorreos (cap.10).
Evidentemente el autor debió ser testigo ocular de los acontecimientos del libro.
Ciertas secciones del libro se atribuyen directamente a Josué (18.9; 24.26). De igual manera, hay otras secciones que no pudieron haber sido escritas por él, tales como el relato de su muerte (24.29–31). El libro debe haberse completado poco después de la muerte de Josué (1375 a.C.).
Marco Histórico
El libro de Josué abarca como veinticinco años de uno de los períodos más importantes de la historia de Israel: la conquista y colonización de la tierra que Dios había prometido a Abraham y sus descendientes siglos antes. La conquista debe haberse producido entre 1400 y 1375 a.C.
Aporte a La Teología
Josué contiene elementos de gran importancia para los cristianos. Los principales son la demostración inequívoca de la fidelidad de Dios con su pueblo al darle la tierra prometida, los detalles en cuanto al propósito de Dios con Israel, la obediencia y las bendiciones de Dios para aquellos que le escuchan y obedecen con fidelidad.
Pero lo más importante e interesante es ver el propósito de Dios al preparar el camino para la venida de Cristo por medio de Israel. Las varias referencias hechas a Josué en el Nuevo Testamento demuestran su importancia para los creyentes de la iglesia naciente y desde luego para los creyentes de hoy día (Hch 7.45; Heb 4.8; 11.30; Stg 2.25).
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El valle de Ajalón, en donde el sol se detuvo durante una batalla entre Josué y los reyes amorreos (Jos 10.1–15).
Otros Puntos Importantes
A muchas personas les llama mucho la atención que Dios haya ordenado a Josué destruir a los cananeos. Pero esta orden se debió a que Dios quería arrancar de raíz las idolátricas prácticas religiosas paganas, para que no fueran una tentación para los israelitas. Además, el Señor deseaba castigar su pecado e inmoralidad. Dios utilizó a Josué para enviar castigo a aquellas naciones paganas.
JOTA Y TILDE (en griego, iota). La letra yod era la más pequeña del alfabeto hebreo usado en los tiempos del Nuevo Testamento. En castellano, la figura de Mt 5.18 pierde su sentido puesto que la jota no es la letra más pequeña. En este mismo caso está el ápice o tilde, que es la representación gráfica de cualquiera de los cuernecillos que distinguen una letra hebrea de otra. Jesús aplica en forma figurada estos detalles de la grafía hebrea a la vida espiritual. Aun los mandamientos aparentemente más insignificantes participan de la trascendencia de toda la Ley y deben ser plenamente obedecidos y cumplidos.
JOTAM (Jehová es perfecto). Nombre de dos personajes del Antiguo Testamento.
1. El menor de los setenta hijos legítimos de Gedeón (Jerobaal), y el único que escapó de la matanza que su hermano ilegítimo, Abimelec, en su afán de hacerse rey, llevó a cabo entre todos los descendientes de Gedeón. A este Jotam se atribuye la única narración similar a una fábula moderna que encontramos en el Antiguo Testamento (Jue 9.8–16); en ella la zarza decide reinar sobre los árboles, puesto que el olivo, la higuera y la vid rehusaron hacerlo. El trozo poético termina con una advertencia que finalmente se cumple en el v. 57.
2. Rey de Judá, hijo de Uzías (Azarías) y de Jerusa, hija de Sadoc. Reinó primero como regente de su padre (750–740 a.C.) por estar este imposibilitado, debido a la impureza ritual que le ocasionaba la lepra que padecía; luego asumió el reinado como sucesor legítimo (740–732). Con Jotam continuó la era de prosperidad iniciada por su padre, aunque ya en el norte se advertía de nuevo el presagio fatal de la presencia de los sirios. Se atribuye a Jotam la edificación de algunas obras importantes y el feliz éxito de algunas campañas militares (2 R 15.32–38; 2 Cr 27.1–9).
JOYASDiamantes; Piedras preciosas.
JUAN (regalo de Dios, gracia). Nombre de cuatro personas del Nuevo Testamento.
1. Familiar del sumo sacerdote que estuvo entre los que interrogaron a Pedro y a Juan (Hch 4.6)
2. Precursor de Jesús. (→ Juan el Bautista.)
3. Uno de los doce apóstoles de Jesucristo. (→ Juan, el apóstol.)
4. Juan Marcos, compañero de Pablo y Bernabé en el primer viaje de Pablo. (→ Marcos.)
JUAN, EL APÓSTOL Hijo de → Zebedeo y hermano de Jacobo. Los datos acerca de Juan proceden de cuatro fuentes:
Los Evangelios Sinópticos
Juan, junto con su padre y hermano, era pescador en el mar de Galilea cuando Jesús lo halló (Mc 1.19s), apenas iniciado su ministerio. Si, como opinan muchos, la madre de Juan se llamaba → Salomé y era hermana de María, madre de Jesús, Juan sería primo hermano del Señor. Por una referencia a «los jornaleros» en Mc 1.20, se supone que la familia era acomodada. Tal idea se refuerza también con el dato de que Salomé pertenecía al grupo de mujeres que apoyó a Jesús con sus propios recursos económicos (Mc 15.40–41 y Lc 8.3). Marcos 1.21 sugiere que vivían en Capernaum.
Cuando se nombra a los hijos de Zebedeo, Juan aparece en segundo lugar, por lo que se cree que era menor que Jacobo. Jesús escogió a Juan como uno de los doce (Mc 3.17), y lo admitió en el círculo íntimo que estuvo presente cuando resucitó a la hija de Jairo (Mc 5.37), en la Transfiguración (Mc 9.2) y en la oración agónica en Getsemaní (Mc 14.33). Varios pasajes sugieren que el carácter severo y agresivo de Jacobo y Juan les valió el apodo de → Boanerges que les dio Jesús (Mc 3.17; 9.38; 10.35–41; Lc 9.54s).
Hechos Y Gálatas
Las tres veces que en Hechos se menciona a Juan, este se halla íntimamente relacionado con Pedro. La lista de los once en el aposento alto comienza así: «Pedro, Juan» (Hch 1.13, HA). Según los capítulos 3 y 4, los dos fueron al templo donde, después de un milagro de sanidad y de un sermón, los detuvieron. Tras una noche de prisión y la advertencia que les hicieron las autoridades judías, se les puso en libertad. Más tarde fueron a Samaria como emisarios de la iglesia de Jerusalén para asesorar el ministerio de → Felipe. Después de impartir el don del Espíritu, volvieron a Jerusalén (Hch 8.14–25). En ambas narraciones Pedro es portavoz y adalid, y Juan ocupa un lugar secundario (cf. Lc 22.8, donde los dos hacen preparativos para la última Pascua). Aunque se le menciona como hermano del Jacobo a quien ejecutó Herodes Agripa I (Hch 12.2), esta persecución no afectó directamente a Juan; más bien, Hechos lo supone presente en el concilio citado en el capítulo 15.
Pablo menciona a Juan solamente en su enumeración de las tres «columnas» de la iglesia en Jerusalén con quienes conferenció (Gl 2.9). Una vez más Juan aparece asociado con Pedro, ahora como miembro prominente de la misión cristiana a los judíos más bien que a los gentiles. Así terminan las referencias explícitas a Juan en el Antiguo Testamento.
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Tumba tradicional del apóstol Juan en la Iglesia de San Juan en Éfeso.
La Literatura Juanina
La tradición eclesiástica atribuye al apóstol Juan la paternidad literaria del Evangelio de Juan, de 1, 2 y 3 Juan y de Apocalipsis. Solo el último da el nombre de su autor (aunque no lo identifica como apóstol), y esta anonimia ha dado lugar en los últimos ciento sesenta años a muchas conjeturas respecto a los verdaderos autores o redactores de estos cinco escritos. Sin embargo, las pruebas internas apoyan la teoría tradicional. Sobre todo, si Juan confió a diferentes secretarios o discípulos la redacción final, es probable que haya sido el autor de todos. Si es así, bien merece la designación de «Juan el teólogo» que le otorgó la iglesia de los primeros siglos. Puesto que no era versado en la erudición rabínica en el año ca. 31 (Hch 4.13), el merecer semejante reputación a fines del siglo era algo extraordinario.
El único Juan mencionado en el cuarto Evangelio es el Bautista, pero es probable que «el discípulo a quien Jesús amaba» sea el apóstol. De ahí, pues, tenemos nuevos datos sobre Juan, en este caso autobiográficos. (Los «hijos de Zebedeo» figuran en 21.2, pero en este capítulo se emplea un vocabulario un poco distinto del usado en el resto del Evangelio de Juan, lo cual le resta valor como prueba.)
El discípulo amado solo aparece a partir de la última cena. «Estaba reclinado en el seno de Jesús» y le preguntó, a petición de Pedro, quién era el traidor (Jn 13.23–26). Al pie de la cruz, el discípulo amado oyó las palabras con las que Jesús le encargó el cuidado de María su madre. En seguida Juan la recibió en su casa (19.26s).
En la carrera hacia la tumba vacía, Juan llegó antes que Pedro, y al ver las pruebas fue el primero en comprenderlas (20.2–10). También fue el primero en reconocer al Señor resucitado al verlo en la playa (21.7). De él hablaba Jesús cuando dijo a Pedro: «Si quiero que él quede hasta que yo venga ¿qué a ti?», dicho que causó perplejidad en la iglesia cuando el discípulo amado murió (o estaba para morir) sin que el Señor hubiese venido (21.20–23). En 21.24 se atribuye a este discípulo tanto el testimonio que fundamentaba este Evangelio como su composición literaria.
De 1 Juan no se desprenden datos precisos respecto a su autor, pero las otras dos epístolas hablan de un «anciano» o «presbítero» (2 Jn 1; 3 Jn 1) muy activo en el gobierno y supervisión de iglesias (evidentemente en Asia Menor), pero cuya autoridad era discutida. Apocalipsis también revela un autor interesado en las congregaciones de Asia Menor. Este Juan, que se identifica como «siervo» (1.1) y «profeta» (1.3; 10.11; 22.7, 10, 18s), desterrado en la isla de Patmos por su testimonio cristiano (1.9).
La Tradición Posterior
La tradición que predominaba en la iglesia afirmaba que Juan, después de muchos años de liderazgo en Jerusalén, se trasladó a Éfeso donde permaneció hasta su muerte (por causa natural) a edad avanzada, en la época del emperador romano Trajano (98–117). Otros hilos de tradición no armonizan fácilmente con estos. Por ejemplo, Eusebio afirma que existían dos Juanes: el apóstol, y un anciano de Éfeso que otros habían confundido. Aunque es difícil desenredar estas informaciones, la teoría más aceptable es la que coloca al hijo de Zebedeo en Éfeso a fines del primer siglo y lo supone autor original de los cinco escritos llamados juaninos.
JUAN EL BAUTISTA Precursor de Jesús que recibió el apodo de «Bautista» o «el que bautiza» debido a su ministerio característico (→ Bautismo).
Su Vida
Nació seis meses antes de Jesús (Lc 1.26) y bajo circunstancias sobrenaturales (Lc 1.7, 18–25). Era de linaje sacerdotal y sus padres fueron → Zacarías y → Elisabet. Apareció en la historia como profeta del Señor, cumpliendo las profecías tocantes al precursor del Mesías (Is 40.3–5; Mal 3.1) y las de Gabriel a Zacarías (Lc 1.5–25). Jesús lo comparó con → Elías (Mt 11.14; Mc 9.10–13) y lo destacó como el más grande profeta (Mt 11.7–13; Lc 7.24–36) y como el testigo verdadero del Mesías (Jn 5.30–36).
Según los Evangelios Sinópticos (Mt 14.1–12; Mc 6.14–29; Lc 3.19, 20), Juan el Bautista cayó preso debido a sus denuncias contra el mismo → Herodes Antipas, quien se había casado con su cuñada, Herodías. Instigada por esta, su hija Salomé pidió que Juan el Bautista fuera decapitado. Josefo anota que esto sucedió en la fortaleza de Maqueronte, en Perea (Antigüedades XVIII.v.2), antes de una fiesta, evidentemente la mencionada en Jn 5.1 (cf. 3.24).
Su Ministerio
Apareció a la usanza de los profetas del Antiguo Testamento (Lc 3.1ss), predicando el arrepentimiento para perdón de pecados. La severidad de su mensaje y su apariencia recordaron al pueblo a Elías (Mt 17.11–13; Jn 1.21) tal como el ángel lo había prometido (Lc 1.17). Su vida ascética, como una especie de voto → Nazareo, hace de Juan el Bautista una persona del desierto (Mt 3.4; Mc 1.6; Lc 1.15), y la iglesia primitiva interpretó esto también como el cumplimiento de las profecías (Mt 3.3; Mc 1.3; Lc 3.4–8; Jn 1.23).
Los Evangelios ubican la actividad de Juan el Bautista en una amplia zona despoblada de Samaria y Judea (→ Betania; Enón; Mt 3.1; Mc 1.4; Lc 1.80; 3.2ss). Su ministerio repercutió entre el pueblo y los líderes religiosos, y su autoridad fue tan evidente (Lc 3.10ss) que causó gran preocupación entre los fariseos (Jn 1.19–28).
Después de los descubrimientos de → Qumrán, ha tomado nueva fuerza la teoría de que Juan el Bautista era esenio, y han surgido nuevas tesis que se apoyan en varias similitudes entre él y la comunidad del mar Muerto. Es posible que él supiera de la existencia de dicha comunidad; sin embargo, su ministerio y bautismo tienen una originalidad y creatividad propias.
Restos de la Maqueronte, fortaleza del rey Herodes, en donde Juan el Bautista fue decapitado, según el historiador judío Josefo.
Sus Enseñanzas
Con su mensaje matizado con elementos apocalípticos, Juan el Bautista impulsaba al pueblo a buscar a Dios. Mateo y Lucas nos narran partes de su exhortación radical dirigida a diferentes capas sociales: líderes religiosos, publicanos, soldados y el pueblo en general atienden la voz autoritativa de su ética (Mt 3.7–12; Lc 3.7–20). Advirtió de un juicio inminente valiéndose de las figuras de un fuego inextinguible y de árboles a punto de ser cortados por el hacha; contrastó su propio bautismo en agua con el del Mesías en Espíritu y fuego. Respaldado con su propia vida austera, enseñó la necesidad de orar y ayunar (Lc 5.33; 11.1). Tal fue su influencia que, después de su muerte, Herodes, al saber del ministerio de Jesús, temió que Juan el Bautista hubiese resucitado (Mt 14.1–12; Mc 6.14–29; Lc 9.7–9); y el mismo Jesús defendió su propia autoridad comparando su ministerio con el de su predecesor (Mt 21.25ss; Mc 11.30ss; Lc 20.5ss).
El lavamiento practicado por Juan el Bautista se confirma plenamente cuando él, en el acto culminante de su ministerio, bautiza a Jesús (Mt 3.13–17; Mc 1.9–11; Lc 3.21, 22). Consciente de su indignidad, accede a la petición del Señor a fin de que ambos «cumplan toda justicia».
Según el cuarto Evangelio, el Bautista habló de Jesús como el «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1.29, 35) y profetizó el curso que habría de tomar su ministerio.
Sus Discípulos
Los seguidores de Juan el Bautista, fieles a su maestro, miraban con preocupación la creciente popularidad de Jesús (Jn 3.25, 26). Con impresionante sinceridad, Juan les profetizó que él menguaría mientras Jesús había de surgir en su ministerio (Jn 3.26–30). Dos de ellos sirvieron de mensajeros cuando Juan sintió dudas acerca de Jesús (Mt 11.1–5). Fueron los discípulos los que enterraron los restos de Juan el Bautista (Mc 6.29). Años después, en el transcurso de su misión, los cristianos primitivos encontraron en Asia Menor algunos seguidores de las enseñanzas de Juan el Bautista (Hch 18.25; 19.1–7), a quienes fue necesario enseñarles con exactitud el camino de Cristo.
Bibliografía:
DBH, col. 1025–1027. EBDM IV, col. 658–666. SE, Nuevo Testamento I, pp. 534–543, 564–569, 590–594. J. Schmid, El Evangelio según San Marcos, Herder, Barcelona, 1967, pp. 33–41. M.E. Boissnard Boismard, El prólogo de San Juan, Fax, Madrid, 1970, pp. 183–190. H. Schlier, Problemas exegéticos fundamentales en el Nuevo Testamento, Fax, 1970, pp. 275–283.
JUAN, EPÍSTOLAS DE Tres epístolas que tradicionalmente se atribuyen al apóstol Juan. Son cartas amorosas escritas por un anciano que escribía basado en sus largos años de experiencia con Cristo y su mensaje. Las tres se escribieron para refutar los argumentos de la oposición que había surgido en las iglesias de Asia Menor contra la autoridad y enseñanza del autor. Aunque estas epístolas son pastorales más que polémicas, dejan entrever de qué tipo de oposición se trataba.
Estructura de Las Epístolas
En la primera carta, Juan previene contra quienes pretendían eximirse de los requisitos impuestos por la ética cristiana, en virtud de su conocimiento de Dios y su íntima relación con él (1.6, 8; 2.4, 6; cf. 4.20). Además, estos negaban la verdadera encarnación de Cristo (2.22; 4.2), basándose evidentemente en oráculos procedentes de una falsa «unción» divina (cf. 2.20, 27 y la exhortación a «probar los espíritus», 4.1). Los herejes en cuestión habían sido miembros de la iglesia, pero la habían dejado (2.19) para buscar en el mundo una aceptación que el verdadero evangelio no les ofrecía (4.5).
La segunda carta informa a una iglesia en particular sobre la existencia de un movimiento misionero hereje que negaba la realidad de la encarnación. Exhorta a no animar a tales misioneros ni siquiera con la hospitalidad.
En la tercera carta se alude a la oposición de un tal → Diótrefes, quien rehusaba reconocer la autoridad del apóstol. Se había ganado tanto apoyo entre la congregación de su iglesia que esta ya no quería recibir a los emisarios del apóstol. Es improbable, sin embargo, que Diótrefes tuviera que ver con el partido cismático mencionado en las otras dos cartas. Dicho partido propugnaba una religión entusiasta carente de preocupación moral, la salvación por conocimientos esotéricos y una espiritualidad que menospreciaba todo lo material. Era, pues, una etapa primitiva del movimiento que posteriormente se llamó → Gnosticismo.
Otra herejía naciente que se vislumbra aquí es el docetismo, que negaba la naturaleza humana de Jesús o la consideraba como mero disfraz (1 Jn 5.1). Es difícil precisar si el gnóstico Cerinto (activo en Asia a fines del primer siglo) y sus discípulos son los opositores específicos que Juan combate aquí.
PRIMERA DE JUAN:
     I.     Introducción     1.1–4
     II.     Las condiciones de la comunión     1.5—2.14
     A.     Andad en la luz     1.5–7
     B.     Confesión de pecado     1.8—2.2
Un bosquejo para el estudio y la enseñanza
     C.     Obediencia a Sus mandamientos     2.3–6
     D.     Amaos los unos a los otros     2.7–14
     III.     Las precauciones para con la comunión     2.15–27
Primera parte: La base de la comunión (1.12.27)
     A.     Amor al mundo     2.15–17
     B.     Espíritu del Anticristo     2.18–27
     I.     Características de la comunión     2.28—5.3
Segunda parte: El comportamiento de la comunión (2.285.21)
     A.     Pureza de vida     2.28—3.3
     B.     Práctica de la justicia     3.4–12
     C.     Amor en la obra y la verdad     3.13–24
     D.     Probad los espíritus     4.1–6
     E.     Amen como Cristo amó     4.7—5.3
     II.     Consecuencias de la comunión     5.4–21
     A.     Victoria sobre el mundo     5.4–5
     B.     Certeza de la salvación     5.6–13
     C.     Dirección en la oración     5.14–17
     D.     Libertad del pecado habitual     5.18–21
Autor Y Fecha
Muchos escritos patrísticos del siglo II atribuyen 1 Jn, una carta anónima, al apóstol Juan. Como 2 y 3 de Juan eran más cortas, tardaron más en incluirse en el canon. El autor de ambas no se identifica sino como «el presbítero» (anciano), pero la mayoría de los comentaristas hoy aceptan que las tres cartas son de un mismo autor. Aunque muchos niegan que este haya sido el apóstol, la teoría tradicional (según la cual el hijo de Zebedeo escribió las tres Epístolas y el Evangelio que se llaman juaninos) parece más probable.
El autor explota mucho los contrastes extremos («luz» y «tinieblas», «vida» y «muerte», etc.) sin matices intermedios; lo mismo encontramos también en los → Rollos del mar Muerto. Su manera de tratarlos, no obstante, sugiere no solo una mentalidad formada en el judaísmo palestinense, sino también una familiaridad con los moldes del pensamiento helenista. Esta perspectiva se explicaría si, como afirma la tradición, el apóstol Juan, un galileo, pasó las últimas décadas de su vida en Éfeso y escribió las cartas allí. De hecho, la procedencia efesia de estas epístolas es clara, y se pueden fechar entre 85 y 90 d.C. Con todo, es concebible que el autor haya sido un «anciano» desconocido; en este caso, un discípulo del apóstol Juan.
SEGUNDA DE JUAN:
     I.     Permaneced en los mandamientos de Dios     1–6
     A.     Saludo     1–3
     B.     Andad en la verdad     4
     C.     Andad en amor     5–6
Un bosquejo para el estudio y la enseñanza
     II.     No se queden con los falsos maestros     7–13
     A.     Doctrina de los falsos maestros     7–9
     B.     Eviten los falsos maestros     10–11
     C.     Bendición     12–13
Marco Histórico
Primera de Juan no tiene las características comunes de una epístola (no tiene saludos ni identificación del autor, y no menciona personas, lugares ni acontecimientos), pero su tono cálido y personal sugiere que fue escrita para una audiencia que el autor amaba y conocía bien, quizás de Éfeso.
Las tres tienen el propósito de fortalecer la vida espiritual de las iglesias, a la vez que guardarlas de los falsos maestros. Estos estaban surgiendo en la iglesias, aunque sus enseñanzas sugerían que no eran parte de la iglesia (1 Jn 2.19; 4.4). Juan temía que ese grupo disidente desorientara a los verdaderos creyentes (1 Jn 2.26–27; 3.7; 2 Jn 7). Los llama «anticristos» *(1 Jn 2.18, 22; 4.3; 2 Jn 7) porque negaban que Jesús hubiera venido en carne (1 Jn 4.1–13; 2 Jn 7; también 1 Jn 2.18–25; 4.15). Al hacerlo demostraban que, aunque decían tener el Espíritu de Dios, no eran más que falsos profetas (1 Jn 4.1–6).
TERCERA DE JUAN:
     I.     La recomendación de Gayo     1–8
     A.     Saludo     1
     B.     Consagración de Gayo     2–4
     C.     Generosidad de Gayo     5–8
Un bosquejo para el estudio y la enseñanza
     II.     Condenación de Diótrefes     9–14
     A.     Orgullo de Diótrefes     9–11
     B.     Alabanza por Diótrefes     12
     C.     Bendición     13–14
Aporte a La Teología
Las epístolas de Juan se basan en palabras clave como amor, verdad, pecado, mundo, vida, luz y Paracleto. Enfatizan los conceptos de conocer, creer, caminar y permanecer. Estas son palabras simples al parecer, pero en labios de quien ha conocido el misterio y el significado de la existencia de Cristo en forma de hombre expresan muchas verdades profundas.
Para Juan, lo fundamental del evangelio es que Dios tomó forma de hombre (1 Jn 1.1–4). La → Encarnación es vida (1 Jn 1.2); por consiguiente, «el que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1 Jn 5.12). Jesucristo nos ha llevado de muerte a vida (1 Jn 3.14) al destruir las obras del diablo (1 Jn 3.8), y es nuestro abogado ante el Padre (1 Jn 2.28; 4.17). Jesucristo es la eterna demostración del amor de Dios.
Según Juan, el amor no es un sentimiento ni una actitud hacia los demás. Dios es amor (1 Jn 4.8, 16). Amor es guardar los mandamientos (1 Jn 2.2–5; 5.3). Tenemos que amar a los demás (1 Jn 2.9–11; 3.10). Es hipocresía decir que amamos a Dios mientras odiamos a otra persona (1 Jn 4.20).
La comunión con Dios se logra conociendo a Dios y permaneciendo en Él. Conocer a Dios no es saber de Él, sino ser como Él en cuanto a justicia (1 Jn 2.29), verdad (1 Jn 3.19) y amor (1 Jn 4.7–8). Permanecer en Él es experimentar las características de Dios: luz (1 Jn 2.10), amor (1 Jn 3.17; 4.12) y vida eterna (1 Jn 3.15).
Otros Puntos Importantes
Muchos cristianos se asombran de que 1 Juan diga que todo aquel que permanece en Jesucristo no peca (1 Jn 3.6). Esto no quiere decir que si alguien peca no es cristiano. En la misma epístola se nos dice que Cristo vino a perdonar pecados, y se nos exhorta a confesárselos a Él (1 Jn 1.6–2.2). Lo que Juan quiso decir fue que Cristo nos ha transferido de muerte a vida y nos ha hecho partícipes de la naturaleza de Dios. Consecuentemente, ya no estamos confinados a la oscuridad porque Cristo quebrantó el poder del pecado en nuestra vida (1 Jn 3.8).
Juan dice que los creyentes pueden orar a Dios a favor de otros (1 Jn 5.16–17), si no han cometido pecados que sean «de muerte». El significado de esto es incierto, aunque probablemente se refiera al pecado de rechazar a Cristo como Salvador (1 Jn 2.22; 4.3; 5.12).
JUAN, EVANGELIO DE Cuarto de los Evangelios canónicos, y el último en escribirse. Como el «evangelio espiritual» (Clemente de Alejandría), fue el libro más influyente en la elaboración del dogma cristiano.
Según Jn 20.30s, este Evangelio intenta evangelizar por medio de la presentación de las obras y palabras de Jesús, permitiendo que el lector perciba la naturaleza de su persona.
Estructura Del Libro
El cuarto Evangelio pudiera bien dividirse en dos partes: un libro de «señales» y un libro de «gloria». Las señales revelan la persona de Jesús (caps. 1–12), y la gloria resulta de la pasión del Señor (13–20). Un prólogo (1.1–18) y un epílogo (cap. 21) sirven como introducción y conclusión. Dentro de esta estructura de dos partes, el Evangelio sigue el patrón que se presenta en el prólogo: revelación (1.1–5), rechazo (1.6–11) y recepción (1.12–18). Las correspondientes divisiones del libro son: revelación (1.19–6.71), rechazo (caps. 7–12) y recepción (caps. 13–21).
Autor Y Fecha
El Evangelio de Juan existió en Egipto ca. 135 d.C. (cf. el descubrimiento del Papiro Rylands 457) y se aceptó como autoritativo al lado de los Sinópticos (cf. Papiro Egerton 2, ca.140 d.C.; Diatessaron; → Canon del Nuevo Testamento). Sin embargo, permaneció relativamente desconocido (entre cristianos ortodoxos, pues los gnósticos sí lo usaban) hasta fines del siglo II. Las tradiciones que atribuyeron este Evangelio anónimo a → Juan el apóstol se repiten en Ireneo (ca. 190), el Canón Muratoriano (ca. 195) y Clemente de Alejandría (ca. 200). Lo sitúan en Éfeso. Pero el silencio de Papías y Policarpo al respecto (un «asociado de Juan» que sí cita las Epístolas de Juan) es difícil de explicar. Papías parece distinguir entre el apóstol y un tal «Juan el Anciano». A este último muchos exégetas quieren atribuir el Evangelio; otros abogan por Lázaro de Betania.
Es digna de todo crédito la tradición predominante (hasta el siglo XIX) que tiene por autor del Evangelio de Juan al hijo de Zebedeo. Como fuente originaria de la tradición, Juan pudo (1) haber dictado el Evangelio a un amanuense para luego retocarlo, quizá repetidas veces, o (2) haber dejado memorias a las que un discípulo suyo diera forma definitiva. Las hipótesis de múltiples redactores, no obstante, no son convincentes. La identificación del autor con «el discípulo amado» parece segura (19.35; 21.24; cf. 18.15s).
La fecha más probable de este Evangelio cae a finales del siglo I d.C.
Foto de Howard Vos
Este antiquísimo fragmento de papiro, escrito en el idioma griego, contiene los vv. 1–14 del primer capítulo del Evangelio de Juan. Data del 200 d.C.
Marco Histórico
Es difícil determinar a quién el autor dirigió este Evangelio, pero es bien fácil saber por qué lo escribió: «Estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (20.31). De todos modos, para Juan, Jesucristo va más allá del judaísmo: es para el mundo entero. Por eso es que el Evangelio de Juan ha tocado profundamente la vida de todos los cristianos de todas las edades y en todas partes del mundo.
En cuanto al lugar donde se escribió, Éfeso es el más probable, aunque hay quienes abogan por Alejandría y Antioquía. Hubo un largo período en que el Evangelio de Juan se interpretaba como un libro helenístico, cuyos paralelos más instructivos se hallaban en el judaísmo helenizado, las religiones de misterio y aun en la filosofía griega. Actualmente, sin embargo, se redescubre el fondo esencialmente judaico del Evangelio. No solo es semítico el estilo (→ Arameo; Hebreo), sino también lo es el pensamiento mismo. Aunque cita el Antiguo Testamento solo diecisiete veces, las alusiones a él son un sinnúmero, y las más de las palabras clave (por ejemplo, Verbo, vida, luz, pastor, Espíritu, pan, viña, amor, testigo) proceden de allí. Juan se muestra conocedor de muchos conceptos rabínicos y otras tradiciones palestinenses (→ Qumrán). Si bien utiliza un vocabulario parecido al del → Gnosticismo, no es menos cierto que combate muchas de sus ideas.
JUAN:
     I.     La divinidad de Cristo     1.1–2
     II.     La obra pre-encarnada de Cristo     1.3–5
Un bosquejo para el estudio y la enseñanza
     III.     El precursor de Cristo     1.6–8
     IV.     El rechazo de Cristo     1.9–11
     V.     La aceptación de Cristo     1.12–13
Primera parte: La encarnación del Hijo de Dios (1.1–18)
     VI.     La encarnación de Cristo     1.14–18
     I.     La presentación de Cristo por Juan el Bautista     1.19–34
Segunda parte: La presentación del Hijo de Dios (1.194.54)
     II.     La presentación de Cristo a los discípulos de Juan     1.35–51
     III.     La presentación de Cristo en Galilea     2.1–12
     IV.     La presentación de Cristo en Judea     2.13—3.36
     V.     La presentación de Cristo en Samaria     4.1–42
     VI.     La presentación de Cristo en Galilea     4.43–54
Tercera parte: La oposición al Hijo de Dios (5.112.50)
     I.     La oposición a la Fiesta en Jerusalén     5.1–47
     II.     La oposición durante la Pascua en Galilea     6.1–71
     III.     La oposición en la Fiesta de los Tabernáculos en Jerusalén     7.1—10.21
     IV.     La oposición en la Fiesta de la Dedicación en Jerusalén     10.22–42
     V.     La oposición en Betania     11.1—12.11
     VI.     La oposición en Jerusalén     12.12–50
Cuarta parte: La preparación de los discípulos (13.117.26)
     I.     La preparación en el aposento alto     13.1—14.31
     II.     La preparación en el camino al huerto     15.1—17.26
     I.     El rechazo de Cristo     18.1—19.16
Quinta parte: La crucifixión y la resurrección (18.121.25)
     II.     La crucifixión de Cristo     19.17–37
     III.     La sepultura de Cristo     19.38–42
     IV.     La resurrección de Cristo     20.1–10
     V.     La aparición de Cristo     20.11—21.25
Aporte a La Teología
Está claro que, sin desentenderse por completo de la historia, Juan escribe con un interés más teológico que histórico. Los demás Evangelios se esfuerzan en presentar a Cristo como el cumplimiento de las promesas de salvación veterotestamentarias. Juan comienza con la preexistencia de Jesucristo (1.1). Jesús es divino (1.1), pero también es humano, porque «aquel Verbo fue hecho carne (1.14). Solo así podía ser el que nos revelara al Padre.
En el mismo comienzo, Juan nos presenta a Jesucristo con siete títulos clave: Verbo, Cordero de Dios, Rabí, Mesías, Rey de Israel, Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Solo en Juan encontramos el «Yo soy» que afirma ser el pan de vida (6.35), la luz del mundo (8.12), predecesor de Abraham (8.58), la puerta de las ovejas (10.7), etc. También lo hallamos diciendo: «Yo y el Padre uno somos» (10.30) y «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí» (14.6). En cada una de estas afirmaciones, el «Yo» es enfático. Nos recuerda el nombre de Dios: «YO SOY» (Éx 3.14).
En el Antiguo Testamento las palabras de Dios había que aceptarlas reverentemente. Lo mismo con Jesús. En Juan Él comienza sus mensajes diciendo: «De cierto, de cierto te digo», Así como en el Antiguo Testamento a Dios es al único al que se debe adorar, Jesús es el único en quien se debe creer. Para Juan, la fe que salva es un verbo que expresa acción: la acción de creer en Jesús.
En Juan Jesús no entra en cuestiones de orar, ayunar, matrimonio, riquezas, como lo hace en otros Evangelios. En vez de eso, las relaciones de uno con Dios, los demás y el mundo se resumen en la palabra amor. El amor que Dios siente por su Hijo (3.35; 15.9) pasa a través de su Hijo a los que son suyos (13.1). Como recipientes del amor de Dios, los cristianos deben amar a Dios amándose unos a otros (13.34). Este amor que une a los creyentes es también un testimonio al mundo. Juan 3.16 expresa la verdad teológica básica del evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».
Otros Puntos Importantes
La mayoría de los eruditos opinan que el Evangelio de Juan contiene un relato que probablemente Juan no escribió: el relato de la mujer sorprendida en adulterio (7.53–8.11). Este relato tiene un estilo diferente al del resto de Juan, y no aparece en los más antiguos y mejores manuscritos. Probablemente alguien lo añadió por inspiración divina para expresar una verdad importante sobre Jesús y su actitud hacia el que peca.
Bibliografía:
INT, pp. 211–238. IB II, pp. 556–612. CNSJ IV, 63.1–185. J. Leal, El Evangelio de San Juan, Madrid, 1944. R. Brown, El Evangelio según Juan, 2 tomos, Madrid, 1979. R. Brown, La comunidad del discípulo amado, Salamanca, 1983. D. Carson, The Gospel According to John, Grand Rapids, 1991.
JUANA Esposa de un oficial de la corte de → Herodes, a quien Jesús sanó. Cooperó con otras mujeres en el sostén económico de la compañía itinerante de Jesús (Lc 8.1–3). También fue una de las que anunciaron la resurrección a los discípulos (24.1–10).
JUBAL Descendiente de Caín, llamado el «padre de todos los que tocan arpa y flauta» (Gn 4.21).
JUBILEO, AÑO DEL JUBILEO (Toque de trompeta). Celebración judía que debía efectuarse cada cincuenta años según la legislación sacerdotal (Lv 25.8ss). Se habría de anunciar el día diez del mes séptimo (Tisri, septiembre/octubre), que era el «día de las expiaciones» (antiguo año nuevo), por medio de un toque de trompeta o de cuerno. De aquí probablemente se derivó el nombre de este año, consagrado como fecha de celebración solemne (yobel, que significa carnero o cuerno de carnero).
El año del Jubileo se caracterizaba por lo siguiente:
1. Prohibición de sembrar y cosechar. Solo se comería lo que la tierra produjera espontáneamente (Lv 25, 11, 12).
2. Devolución de las tierras a sus primeros propietarios o a sus herederos (Lv 25.13–17, 23, 23; 27.16–24). Los bienes raíces se consideraban inalienables, y tan solo su usufructo podía cederse durante algún tiempo: el valor de una tierra estaba determinado por el número de años que mediaran entre la venta y el Año del Jubileo, porque al llegar este último, el propietario recobraba sus bienes, sin indemnización.
3. Liberación de todos los esclavos israelitas (Lv 25.39–55), los cuales regresaban «a su familia, y a la posesión de sus padres», con sus mujeres e hijos.
En parte Dios estableció el año del Jubileo para evitar que los israelitas oprimieran a sus hermanos (Lv 25.17). Un efecto de esto sería prevenir la formación de un sistema de clases sociales permanentes. En Año del Jubileo daba a cualquier israelita la oportunidad de reconstruir su vida económica y socialmente.
Fuera de Jeremías 34.8–22 y Nehemías 5.1–13, la Biblia no ofrece ninguna confirmación de la puesta en práctica del año del Jubileo. Según la tradición rabínica, no se observó después del destierro. Tampoco parece haberse observado estrictamente antes del destierro, pues de lo contrario no se explicarían las quejas de los profetas contra los acaparadores.
Bibliografía:
F. Belo, Lectura materialista del Evangelio de Marcos. F.R. Kinsler, The Biblical Jubilee and the Struggle for Life. J.H. Yoder, La política de Jesús. N.K. Gottwald, Las tribus de Jahvé, R.B. Sloan, The Favorable Year of the Lord: A Study of Jubilary Theology in the Gospel of Luke, Schola, Austin, 1977. S.H. Ringe, Jesús, liberación y el jubileo bíblico, SBL y DEI, San José, 1995.
JUDÁ (célebre). Nombre de al menos cinco personajes del Antiguo Testamento.
1.Cuarto hijo de Jacob y Lea (Gn 29.35), patriarca y progenitor de la tribu que lleva su nombre (véase abajo).
2.Levita, antepasado de Cadmiel (Esd 3.9), que ayudó en la reconstrucción del templo.
3.Levita que subió con Zorobabel (Neh 12.8). Quizás fuera el mismo casado con una esposa extranjera (Esd 10.23), y el músico que participó en la dedicación del muro en Jerusalén (Neh 12.36).
4.Benjamita, hijo de Senúa, que fue segundo en Jerusalén en los días de Nehemías (Neh 11.9).
5.Uno de los principales en Judá (tribu) que participó en la dedicación del muro de Jerusalén (Neh 12.34).
El Patriarca
Nació en Padan-aram (Gn 29.35), pero poco se sabe de su vida. Ocupa un honroso lugar en la historia de su hermano José (Gn 37.26, 27; 43.3–10; 44.16–34; 46.28), pero fue causa de deshonra para Tamar, su nuera (Gn 38). La bendición que le otorgó el moribundo Jacob fue un anuncio del poder especial y la prosperidad de su familia, así como de su continuación personal como jefe de la raza judía hasta el tiempo de Cristo (Gn 49.8–12). Habiendo perdido Rubén su primogenitura, Judá llegó a considerarse como el jefe de los hijos de Jacob. Fue progenitor de David y su descendencia real, a la que perteneció el Salvador.
La Tribu
De Judá surgió la tribu hebrea más poderosa. Sin embargo, esta tribu no desempeñó un papel importante en el éxodo de Egipto, ni tampoco en el desierto, donde acampaba al este del tabernáculo. Se puso a la cabeza de la conquista de Canaán (Jue 1.1–19), pero algunos opinan que esta iniciativa independiente causó la derrota de Israel ante Hai, porque la dirigió Acán, de la tribu de Judá.
Fue la tribu más numerosa (Nm 1.26s) y la primera en las marchas (Nm 7.12–17), y en la división de la tierra prometida (Jos 14.6–15; 15.1–63). Caleb, uno de los héroes entre los espías y los que ocuparon a Canaán, pertenecía a esta tribu (Nm 13.6; 34.19). Cuando murió Josué, las tribus de Judá y Simeón ya se encontraban en el sur de Palestina, y fueron las primeras en ocupar el territorio asignado. Jerusalén quedó bajo su dominio por un tiempo durante este período, aunque correspondía propiamente a Benjamín. Su territorio era de los más grandes entre las doce tribus. Medía unos 60 km de este a oeste y 80 km de norte a sur. Si se incluye la región del → Neguev, el largo era de 160 km, aunque es difícil determinar hasta qué punto esta se consideró como parte del territorio de Judá.
El territorio asignado a Judá abarcaba toda la llanura costera del Mediterráneo, pero pronto se posesionaron de él los filisteos, eliminando a los hebreos (Jue 1.19; 3.3; cf. Jos 11.22; 13.2, 3). Judá cedió la mejor parte de su tierra a Simeón, y se supone que lo hizo para que este le sirviera de protección contra los filisteos que habitaban la llanura costera.
Siempre había existido una barrera sicológica entre Judá y las tribus del norte. Lo montañoso de su terreno, la presencia de seis pueblos no judíos entre Judá y las tribus del norte (Jos 9.1s), y el haber perdido su dominio sobre la ciudad de Jerusalén (Jue 1.8, 21), eran factores poderosos que contribuían a esta separación. La tribu de Judá con la de Simeón y la parte sur de la tribu de Benjamín, siempre miraban hacia Hebrón en lugar de ver hacia el santuario del norte como su centro. Por tanto, las tribus del norte no esperaron la ayuda de Judá cuando pelearon contra Sísara (Jue 5). Tampoco Judá acudió a las otras tribus cuando la atacaron los filisteos.
Judá no se menciona en el cántico de Débora. La división entre Judá y las tribus del norte parece haber sido un hecho aceptado, pues aun en el tiempo de Saúl ya se hacía diferencia entre Judá e → Israel (1 S 11.8; 15.4; 17.52; 18.16). Durante el tiempo de los jueces, Otoniel, quien libró a su pueblo y restauró el orden (Jue 3.9–11), era el único que procedía de la tribu de Judá.
El Reino
Saúl, el primer rey una vez establecida la monarquía, era de la tribu de Benjamín (1 S . Pero después de la derrota y muerte de Saúl ante los filisteos, Judá se agrupó en torno a David y lo coronó rey en Hebrón (2 S 2.4), hecho que según el criterio de algunos, perpetuó la división entre Judá y las tribus del norte. Más tarde, David fue nombrado rey sobre todo Israel (2 S 5.1–5), pero Judá siempre mantuvo su identidad aparte. A pesar de que Judá no quiso solidarizarse inicialmente con las otras tribus, David y Salomón, su hijo, lograron unificar a todas las tribus, establecer la dinastía davídica y hacer de los → Hebreos una nación grande.
Cuando murió Salomón la unión se desintegró y la mayor parte de las tribus se separaron de Judá y formaron el reino del norte, o sea, de Israel. El remanente que quedó bajo la dinastía davídica fue llamado el reino de Judá.
En el principio Judá se quedó con las riquezas que Salomón juntó, pero luego Sisac de Egipto se las quitó (925 a.C., 1 R 14.25, 26). En sus luchas contra los amonitas, moabitas y edomitas (2 Cr 20), Judá a veces dominaba a los edomitas y entonces tenía acceso al puerto de Ezión-geber (por ejemplo, Josafat 870–848), pero a veces perdía ese territorio (por ejemplo, Joram, 848–841). También las relaciones con Israel variaban. En el principio hubo guerras; después, por largo tiempo, hubo paz. Hacia el final del siglo VIII Siria amenazaba y más tarde el Imperio Asirio dominó toda el área. Ezequías (716–687) participó en una rebelión contra → Asiria en 701. Jerusalén se salvó, pero el resto de Judá cayó ante → Senaquerib. Durante el reinado de → Manasés, Judá era vasallo de Asiria y el paganismo inundó al pueblo (2 R 21).
Durante el reinado de → Josías, Asiria ya estaba débil y esto le permitió extender su reforma religiosa y su influencia política a los israelitas que quedaban en el norte (2 R 23.19). Josías murió tratando de impedir que Egipto ayudara a Asiria contra Babilonia (609).
Por causa de su infidelidad a Jehová, Judá fue llevada al cautiverio en Babilonia bajo → Nabucodonosor (2 Cr 36.15–17). Con el edicto de → Ciro (538) muchos judíos volvieron a Judá y quedaron bajo el Imperio Persa hasta el tiempo de Alejandro Magno.
JUDAIZANTES Nombre dado a los judíos convertidos al evangelio que querían imponer a los creyentes gentiles la → Circuncisión, la fidelidad a la Ley y otras prácticas judías como medio de salvación (Hch 15.5).
El término no aparece en el Nuevo Testamento, pero los judaizantes constituyeron un verdadero peligro para la naciente iglesia porque estaban dentro de ella misma. Además, constituían una negación del genuino evangelio, que rompe las barreras raciales y es poder de salvación tanto para el judío como para el gentil (Ro 1.16). El problema era delicado por cuanto los primeros cristianos provenían del judaísmo (→ Pentecostés) y no les era fácil un cambio radical de criterios. Para resolverlo se convocó el → Concilio de Jerusalén (Hch 15). El gran defensor del evangelio frente a los judaizantes fue Pablo (cf. 1 y 2 Co, Ro, Flp, y sobre todo Gl), y por tanto constituyeron para él encarnizados enemigos; siempre procurando contrarrestar la obra misionera.
JUDÁS, APÓSTOLTadeo.
JUDAS EL GALILEO Líder que, según Hch 5.37, promovió una rebelión entre los judíos. Según Josefo, nació en Gamala cerca del lago de Tiberias y se alzó en contra de las autoridades romanas durante un censo en 6 d.C. Fue → Cirenio, en ese tiempo procónsul de Siria y de Judea, quien aplacó la rebelión y Judas perdió la vida.
JUDAS ISCARIOTE (posiblemente Iscariote se deriva del hebreo, ish queriyot que significa varón de Queriot).
Su Vida
Judas se distingue del otro discípulo del mismo nombre por la referencia a su origen, Queriot (Jos 15.25; Queriyyot Jesrón, en BJ), ciudad situada 19 km al sur de Hebrón; era, pues, el único apóstol oriundo de Judea. Fue hijo de Simón Iscariote (Jn 6.71), y, al mencionarse en la lista oficial de los apóstoles (Mc 3.16–19//), siempre es el último, no sin algún calificativo como «el que entregó (a Jesús)». Es de suponer que participara en la labor y misiones de los discípulos, ya que se dice que era «uno de los doce» (Mc 14.10–20; Jn 6.71; 12.4), y además el tesoro del grupo, quizás a causa de su capacidad administrativa (Jn 12.6).
El evangelista Juan revela que Jesús distinguía a Judas de los demás discípulos. Estos caían en muchas equivocaciones, pero nunca se cuestionó su amor; en cambio, con referencia a Judas, Jesús comenta: «¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?» (Jn 6.70s).
Para entender la acción de Judas en la víspera de la pasión (véase también «Sus móviles», a continuación) es necesario recordar que el sanedrín había determinado la muerte de Jesús, pero que, por temor de un alboroto de la multitud, buscaba la manera de prenderle secretamente (Mc 14.1s; Lc 22.2; Jn 12.10s,17ss). La costumbre de Jesús de retirarse al monte de los Olivos proporcionó a Judas la oportunidad de hacer a los principales sacerdotes una oferta que estos no rechazarían (Mc 14.10s). En la escena de la unción de Jesús en Betania se revela el hecho de que Judas era ladrón y no podía comprender la devoción de María por Jesús (cf. Jn 12.1–8 con Mc 14.1–9).
Cada evangelista trata de manera diferente el tema del traidor que ensombrecía la cena, excepto Lucas que lo omite. El Señor predice tres veces el hecho en términos generales, pero la entrega del «pan mojado» que Jesús hace a Judas (señal de distinción especial, entendida solo por Juan y posiblemente Pedro), suele interpretarse como una última apelación a la conciencia del traidor (Mt 26.21–25; Mc 14.18–21; Jn 13.21–30). Cuando falla esto, Jesús aconseja rapidez en la ejecución del plan funesto (Jn 13.27). Con gran tropel de gente (cohorte romana, guardia del templo, alguaciles y miembros del sanedrín), Judas va al huerto de Getsemaní y besa a Jesús (Mc 14.43ss//; Jn 18.2–9). Entre los evangelistas, solo Mateo menciona el remordimiento y suicidio de Judas, pero Lucas intercala en el discurso de Pedro una referencia posterior a la tragedia (Hch 1.18s). Según Mateo, Judas devolvió arrepentido las treinta piezas de plata (cf. Zac 11.12) a los sacerdotes, pero estos se lavaron las manos del asunto, aunque determinaron emplear «el precio de sangre» en comprar el campo del alfarero para sepultar allí a los extranjeros. Judas salió y se ahorcó (Mt 27.3–10). La nota parentética de Hch 1.18s atribuye la compra del campo a Judas, y su nombre → Acéldama (campo de sangre) al hecho de que Judas cayó allí y se reventó. Las dos explicaciones armonizan.
Sus Móviles
La sicología y trayectoria de Judas ofrecen uno de los misterios más profundos de la Biblia. No menos difícil de determinar el porqué de su elección como apóstol, los propósitos divinos y la intervención de Satanás, ya que no puede haber una solución simplista. He aquí algunas observaciones al respecto:
1.Es de suponer que Jesús atrajo a Judas y este le confesó con los demás como Mesías.
2. Parece difícil creer que se hubiera rendido personalmente al Señor, ya que Cristo lo llama (instrumento del) → Diablo (Jn 6.70; cf. 17.12; véanse también Lc 22.3; Jn 13.2, 27; Hch 1.25).
3.La participación en el ministerio de los doce corresponde a un acto soberano de Dios (cf. el caso de → Balaam). Judas es el apóstata que profesa la verdad que traiciona deliberadamente, y Jesús no lo ignora (Jn 6.64).
4.El idealismo mesiánico de Judas podía ser real, pero, al ver que el Maestro excitaba el antagonismo de los líderes de la nación, su mente sin regenerar no veía solución. Por fin Judas, satánicamente inspirado, codicia hasta el dinero.
5.Su «arrepentimiento» fue metaméleia, «cambio de parecer», y no metánoia, «cambio de mente (o corazón)», y el remordimiento le mostró que lo había perdido todo sin recompensa alguna. La elección de Judas como instrumento predeterminado en el plan divino (Hch 2.23) no le excusa de su delito, ya que, si se hubiera humillado ante Dios, se habría salvado y Dios habría utilizado otros medios.
JUDAS, HERMANO DEL SEÑORHermanos del Señor.
JUDAS, EPÍSTOLA DE Carta dirigida a un grupo de creyentes judíos cristianos de la diáspora, radicados posiblemente en Siria. Estos creyentes quizás conocían la enseñanza de Pablo y de los apóstoles, pero tenían la tendencia a descuidar la enseñanza de la realidad de los juicios divinos, a causa de un énfasis desmedido sobre la gracia divina.
Estructura de La Epístola
La Epístola de Judas es una carta breve y, como tal, se presenta como una obra unificada y coherente. Su redacción es retórica y consta de tres componentes: una situación crítica, una audiencia que es constreñida a la decisión y la acción, y las obligaciones o demandas que se plantean. Parece un sermón epistolar, una obra cuyo contenido hubiese sido presentado como una homilía si Judas y sus lectores hubiesen podido encontrarse.
Tras una salutación (vv. 1s) y una explicación del móvil de la epístola (vv. 3s), está la primera sección principal (versículos 5–16) en la que se encuentra una amonestación contra la doctrina falsa. La situación crítica es la infiltración repentina y perturbadora (versículo 4) en la iglesia o iglesias de un grupo divergente en doctrina y ética. Este grupo había intentado con algún éxito ganar adeptos (versículos 19, 22–23) para su propio provecho (versículos 11, 16). Judas anuncia el juicio sobre «estos» que provocan desórdenes típicos de los rebeldes que, al igual que los israelitas en el desierto y «los ángeles que no guardaron su dignidad», sobreestiman la seguridad de su salvación. No respetan el juicio de Dios, rechazan autoridades y normas, e invocan sus experiencias con el espíritu para actuar irresponsablemente en lo sensual.
En la segunda sección principal (vv. 17–23) se presenta la manera en que el creyente debe enfrentarse a los falsos maestros. La mejor defensa es recordar las palabras de los apóstoles y luchar por la salvación de los que han caído en semejantes errores.
La epístola concluye con una de las más hermosas alabanzas cristológicas de la Biblia (vv. 24–25).
JUDAS:
     I.     Propósito de Judas     1–4
     II.     Descripción de los falsos maestros     5–16
Un bosquejo para el estudio y la enseñanza
     A.     Juicio pasado de los falsos maestros     5–7
     B.     Características actuales de los falsos maestros     8–13
     C.     Juicio futuro de los falsos maestros     14–16
     III.     Defensa contra los falsos maestros     17–23
     IV.     Doxología de Judas     24–25
Autor Y Fecha
Judas (una forma del nombre Judá) era un nombre muy común entre los judíos del tiempo de Jesús. Por lo menos siete individuos diferentes aparecen con ese nombre en el Nuevo Testamento (véanse Lc 3.30; Mt 13.55 y Mc 6.3; Mc 3.19, 14.10 y Hch 1.16, 25; Lc 6.16 y Hch 1.13; Hch 5.37; Hch 9.11; Hch 15.22–34). El libro afirma haber sido escrito por Judas, el hermano de Jacobo. Pero esto no es de gran ayuda, ya que Jacobo o Santiago era un nombre tan común como el de Judas.
Si el autor se refiere a Jacobo, el hermano de Jesús y cabeza de la iglesia de Jerusalén, esto significaría que se trata del hermano carnal de Jesús (Gl 1.19; 2.9; 1 Co 15.7). En tal caso, uno esperaría que el autor se titulara «hermano de Jesús». Sin embargo, cabe recordar que Santiago en su epístola tampoco hace explícita su condición de hermano de Jesús. De todos modos, Judas parece haber pertenecido al círculo apostólico.
Puesto que, según la tradición, Judas murió antes del año 81 d.C., el tiempo de la redacción de su carta puede fijarse por conjeturas hacia el año 75 d.C.
Marco Histórico
Es probable que Judas no haya fundado las comunidades a las que escribe, pero que sí las haya visitado en sus viajes misioneros. Sea donde fuere que estas iglesias estaban ubicadas, parece evidente que eran predominantemente comunidades judeo-cristianas en un contexto helenista en el Mediterráneo oriental.
El lugar de composición de la carta es desconocido. Se han sugerido diversos lugares, como Alejandría y Jerusalén. Probablemente fue algún lugar en Palestina o Siria.
Aporte a La Teología
Judas escribe como un defensor de la fe (versículo 3). Los impíos no son los paganos fuera de la iglesia, sino los falsos profetas que están dentro (12). El que se relacionen con la fe no quiere decir que vivan en la fe. Los impíos no tienen al Espíritu (versículo 19) como los justos (20). El impío permanecerá eternamente en la oscuridad de las tinieblas (13), pero el justo vivirá eternamente (21). Al describir a sus oponentes, Judas utiliza alegorías hirientes, y exhorta a los creyentes a afirmarse en las enseñanzas de los apóstoles (17) y en el amor de Dios (21), y a luchar por rescatar de una destrucción cierta los que están engañados (22–23).
Otros Puntos Importantes
Las coincidencias con → 2 Pedro (véanse las similitudes entre 3–18 y 2 P 2.1–18) suelen explicarse suponiendo que Judas se escribió primero. Según algunos eruditos, fue precisamente por su inclusión en 2 Pedro que Judas ejerció una influencia fuera de proporción a su tamaño. Es evidente que la epístola ofrece una visión singular dentro de aquellos círculos cristianos originales, quizás palestinos, en los que los propios parientes carnales de Jesús, como Jacobo, eran líderes.
La Epístola de Judas fue aceptada en el canon entre los años 170 y 367 d.C. a pesar de varias objeciones que en parte tenían que ver con dos citas de libros → Apócrifos (el v. 9 alude a La asunción de Moisés y el v. 14 a Enoc). En el siglo XVI, eruditos como Erasmo y Calvino dudaban de su autenticidad. Lutero no la tenía en buena estima, si bien la incluyó en el canon del Nuevo Testamento.
Bibliografía:
José Alonso, SE, Nuevo Testamento III, pp. 559–570. José Salguero, BC VII, pp. 277–292. Barclay, NTC, vol. 15. R.J. Bauckham, Word Biblical Commentary, vol. 50.
JUDEA Parte meridional de Palestina situada entre Samaria al norte y el desierto nabateo-árabe al sur. Corresponde en gran parte a la región que se asignó a la tribu de Judá (Jos 15) y a la del reino de → Judá (922–587 a.C.).
El nombre Judea aparece por primera vez en Esd 5.8 donde se refiere a una provincia persa (en efecto, una pequeña región alrededor de → Jerusalén) poblada por judíos que habían vuelto allí del cautiverio. Bajo los → Macabeos Judea se independizó (ca. 164 a.C.) y terminada la expansión macabea, el reino de Judea incluía Samaria, Galilea, Idumea y Perea. Cuando los romanos pusieron a → Herodes como rey sobre estos territorios, lo nombraron rey de Judea (Lc 1.5, → Arquelao; Gobernador). En aquel entonces, las circunstancias políticas determinaban los límites de Judea, pero, propiamente dicha, esta era un área de solo unos 490 km2, de la que Jerusalén era la ciudad principal. En el tiempo de Jesús Judea era una de las tres divisiones principales de Palestina: Judea, Samaria y Galilea (Jn 4.3s).
Foto de Willem A. VanGemeren
La desolada y escarpada región desértica al sur de Judea.
Judea es principalmente montañosa. Se divide en tres partes: la occidental, cubierta de colinas bajas, que se llama la → Sefela; la central sembrada de altas montañas que alcanzan hasta 1020 m, y la oriental que es tierra desértica. Las vías internacionales de comercio desde antaño han evitado el área montañosa de Judea. Solo los que tenían negocios en Jerusalén o en las aldeas circunvecinas subían los pocos caminos que llevaban al corazón de la provincia (→ Palestina).
Durante toda su historia la vida de Judea ha sido pastoril. El suelo pedregoso y poco profundo solo produce olivas, uvas e higos. Sin embargo, se cultivan algunos granos en los valles de la Sefela.
JUDÍOS, JUDAÍSMO Originalmente, un judío (en hebreo, Yehudı́) era un habitante del reino de → Judá (2 R 16.6) o de la provincia de Judea (Esd 5.8). Luego, gracias a la prominencia del reino del sur, judío fue el nombre dado (especialmente por los extranjeros) a cualquiera que perteneciera al pueblo de Israel.
El pueblo hebreo como tal (reino de Judá o reino de Israel) deja de existir con el cautiverio. El reino del norte va al cautiverio bajo Asiria en 721 a.C., y el del sur en 587 a.C. bajo Babilonia. No resurgiría como pueblo geográfico y políticamente organizado sino hasta 1947, cuando las Naciones Unidas propiciaron este tipo de organización. Es cierto que nunca perdió su identidad como raza y que siempre se aferró a la tierra y a sus tradiciones como su especial herencia, pero más que un pueblo era una comunidad religiosa, pequeña y tradicionalista en medio de una Palestina grande y progresista (→ Dispersión).
Es difícil seguir el paso de lo que sucedió con el reino del norte, el cual fue transportado casi totalmente a las regiones montañosas del norte de Mesopotamia y a Media, al tiempo que su propia tierra la ocupaba gente traída también desde muy lejos. Solo es posible seguir de cerca a los habitantes del reino del sur que → Nabucodonosor transportó a Babilonia. De ellos se sabe que fueron reducidos a la esclavitud durante los cincuenta años que permanecieron en el poder los babilonios o caldeos. Por eso cuando → Ciro el Grande, rey persa, llegó triunfante a Babilonia, los judíos lo recibieron como el Mesías esperado y no simplemente como un libertador (Is 44.28–45.25).
Con la dominación persa, que va del 538 al 330 a.C., se estableció un trato justo y menos despótico, que permitió a cada pueblo conquistado conservar sus tradiciones y creencias y practicar su propia religión. Ciro y sus sucesores permitieron la reconstrucción tanto del templo como de Jerusalén y el regreso de todos los judíos que desearan repoblar sus tierras. La dominación persa, fuera de la intransigencia y hasta crueldad con que exigía el pago de los tributos por medio de los famosos sátrapas, vino a establecer la equidad y la justicia dentro de un clima de libertad y orden.
Hay que reconocer que fueron más bien pocos los judíos que aprovecharon la oportunidad de regresar con Esdras y Nehemías a vivir en su propia tierra. La mayoría estaban ya establecidos en Babilonia, siguiendo el consejo de Jer 29.4–7, y les era muy difícil regresar. Los pocos que regresaron lo hicieron más que todo por sentimientos religiosos, y de ahí que establecieran una comunidad en extremo estricta en la observancia de sus tradiciones y costumbres.
Dirigidos por Esdras y Nehemías, fundaron la Gran Sinagoga, se dieron a la tarea de recopilar y poner en orden toda la Escritura que andaba fragmentada y dispersa (de donde nació la institución de los → Escribas, quienes se encargarían de la conservación de la pureza del texto de las Escrituras), se completó todo lo que a juicio de Esdras hacía falta en la historia y en las leyes del pueblo y se confirmó, con extrema severidad y bajo pena de graves castigos, hasta el más mínimo inciso de la Ley. Apareció la sinagoga como escuela de instrucción popular en las Escrituras, y la observancia del sábado (por mucho tiempo descuidada) cobró una importancia extraordinaria. También en este período aparecen y proliferan las → Sectas que se encuentran en plena actividad en la época novotestamentaria.
El Imperio Persa, que se extendía por el norte desde Tracia en Europa hasta Bactria en el extremo oriental, y por el sur desde lo que es hoy Argelia hasta el extremo oriental del golfo pérsico, no soportó el empuje incontenible de → Alejandro Magno. Este derrotó a Darío III y penetró hasta los lejanos límites orientales del territorio antes conquistado por los persas.
A la muerte de Alejandro, su imperio se dividió entre sus generales. De Egipto y Palestina se apoderó → Tolomeo, y fijó su capital en Alejandría, ciudad fundad por el mismo Alejandro. De Siria y Mesopotamia se apoderó → Seleuco, y fijó dos capitales, una en Antioquía de Siria y la otra en Seleucia en el Tigris. Por más de un siglo (311–198 a.C.) los judíos gozaron de la magnanimidad de los tolomeos; de ahí que las colonias judías de Egipto y Alejandría fueran tan grandes y prósperas.
El bienestar de los judíos nunca agradó a los seléucidas de Siria, quienes intentaron por todos los medios anexar Palestina a su imperio, cosa que por fin consiguió → Antíoco III (223–187 a.C.). Este estableció el régimen de mayor humillación en toda la historia judía, lo que más tarde provocó la revolución encabezada por Judas → Macabeo y sus hijos. Ya para el año 160 a.C. este movimiento había logrado una completa independencia de la tiranía seléucida, pero la falta de preparación para una organización política de tipo civil echó por tierra los logros. Las mismas familias sacerdotales que antes se disputaban la hegemonía religiosa, reñían por el gobierno civil. Se estableció una serie de luchas internas que frustró este corto período de independencia. En medio de este ambiente, apareció Pompeyo, general romano, en el año 60 a.C. y estableció, en nombre de Roma, una dominación que había de durar siglos.
Si bien el gobierno griego fue fugaz, su influencia y cultura, llamadas helenismo, fueron largas y muy provechosas. La actividad literaria de los judíos de la Diáspora fue sorprendente. Las Escrituras se tradujeron al griego y se produjo una gran cantidad de literatura, alguna de ella entró a formar parte de las Escrituras como libros deuterocanónicos o → Apócrifos en el → Canon alejandrino. Se produjo la → Mishnah, que es la codificación de la esencia de la Ley oral del judaísmo, de donde salieron los → Talmudes palestiniano y babilónico. De este tiempo datan también los → Tárgumes o traducciones arameas de las Escrituras.
Muchos esfuerzos se han hecho por revivir los nombres de → Hebreo e → Israelita, pero judío y judaísmo siguen siendo los más apropiados, a pesar de originarse en un epíteto un tanto peyorativo dado por los gentiles para definir la comunidad étnica y religiosa que se encuentra diseminada hoy por todo el mundo.
En el Nuevo Testamento el término judío cobra diferentes matices según el autor. En los Sinópticos solo aparece en la frase «rey de los judíos», en boca de gentiles (Mt 27.11//; cf. v. 42). En Juan, a la par de esta misma acepción (Jn 18.33; cf. 4.9) aparecen dos más: la gente con la que trató Jesús (2.6) y, en sentido peyorativo, los incrédulos de Palestina (y en particular sus líderes) hostiles a Jesús. Para Apocalipsis los verdaderos judíos son la Iglesia de Jesucristo (Ap 2.9; 3.9). Hechos usa, sobre todo en su segunda parte, las tres acepciones juaninas. Pablo prefiere usar la palabra judaísmo en singular y sin artículo; añade a las acepciones vistas un concepto religioso: judío es el que está ligado por la Ley de Moisés (1 Co 9.20; Gl 2.14).
Bibliografía:
John, Riches, The World Of Jesus: First-Century Judaism in Crisis. Cambridge University Press, 1990.
Foto de Ben Chapman
Una menorah, o candelabro de siete brazos, simboliza el judaísmo y al antiguo estado de Israel.
JUECES, LIBRO DE LOS Libro histórico del Antiguo Testamento que abarca los casi trescientos años del caótico período entre la muerte de Josué y el comienzo de la monarquía. Los «jueces» eran caudillos militares que Dios levantaba para librar a Israel de sus enemigos.
Estructura Del Libro
El libro de Jueces puede dividirse en tres partes. La primera nos habla del deterioro de Israel y el error de no completar la conquista de Canaán (1.1–3.6). Presenta un breve relato de dos expediciones de las tribus del sur para ocupar el territorio adjudicado a ellas por sorteo. En estas expediciones, sin embargo, no se logró expulsar por completo a los cananeos de las ciudades y los valles. Se señala particularmente la descomposición religiosa del pueblo, que hizo necesaria la intervención divina, la consecuente miseria como castigo por la apostasía, el arrepentimiento y el levantamiento de jueces como salvadores.
La segunda parte (3.7–16.31) contiene la historia de los jueces. Se describen largamente las hazañas de seis jueces mayores: Otoniel, Aod, Débora-Barac, Gedeón, Jefté y Sansón; y más brevemente las de los restantes seis jueces: Samgar, Tola, Jair, Ibzán, Elón y Abdón. Abimelec no debe considerarse Juez.
La parte final (17–21) describe la depravación de Israel, incluso la instalación de un santuario en Dan (17 y 18) y el hecho abominable de los benjamitas en Gabaa y su castigo (19–21). Se señala la descomposición política de aquel tiempo, con una frase típica: «En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía» (17.6; 18.1; 19.1; 21.25).
JUECES:
Un bosquejo para el estudio y la enseñanza
Primera parte: La deterioración de Israel y el fracaso al conquistar completamente a Canaán (1.13.6)
     I.     Israel fracasa al no completar la conquista     1.1–36
     II.     El juicio de Dios por no completar la conquista     2.1—3.6
     I.     La campaña sureña     3.7–31
     A.     El juez Otoniel     3.7–11
Segunda parte: La liberación de Israel (3.716.31)
     B.     El juez Aod     3.12–30
     C.     El juez Samgar     3.31
     II.     La campaña norteña: Los jueces Débora y Barac     4.1—5.31
     A.     El llamado de Débora y Barac     4.1–10
     B.     La derrota de los cananeos     4.11–24
     C.     Canto de Débora y Barac     5.1–31
     III.     La campaña central     6.1—10.5
     A.     El juez Gedeón     6.1—8.32
     1.     Israel peca     6.1–10
     2.     Llamado de Gedeón     6.11–40
     3.     Derrota de los madianitas     7.1—8.21
     4.     Gedeón juzga     8.22–32
     B.     Abimelec     8.33—9.57
     C.     El juez Tola     10.1–2
     D.     El juez Jair     10.3–5
     IV.     La campaña oriental: El juez Jefté     10.6—12.7
     A.     Israel peca     10.6–18
     B.     Salvación: Jefté     11.1—12.7
     V.     La segunda campaña norteña     12.8–15
     A.     El juez Ibzán     12.8–10
     B.     El juez Elón     12.11–12
     C.     El juez Abdón     12.13–15
     VI.     La campaña occidental: El juez Sansón     13.1—16.31
     A.     Nacimiento milagroso de Sansón     13.1–25
     B.     Matrimonio pecaminoso de Sansón     14.1–20
     C.     Magistratura de Sansón     15.1–20
     D.     Fracaso de Sansón     16.1–31
Tercera parte: La depravación de Israel (17.121.25)
     I.     El fracaso de Israel mediante la idolatría     17.1—18.31
     A.     Ejemplo de idolatría personal     17.1–13
     B.     Ejemplo de la idolatría de las tribus     18.1–31
     II.     El fracaso de Israel mediante la inmoralidad     19.1–30
     A.     Ejemplo de inmoralidad personal     19.1–10
     B.     Ejemplo de inmoralidad de toda una tribu     19.11–30
     III.     El fracaso de Israel en la guerra entre las tribus     20.1—21.25
     A.     Guerra entre Israel y Benjamín     20.1–48
     B.     Fracaso de Israel después de la guerra     21.1–25
Autor Y Fecha
La frase típica que acabamos de citar, que por cierto destaca la bendición que fue el reino, es muy significativa para poder resolver el problema de la fecha en que el libro pudo haber sido escrito. La manifiesta estructura literaria del libro no conduce sino a aceptar la existencia de un solo autor, quien se sirvió de documentos y fuentes provenientes de tiempos anteriores, como se vislumbra en el canto de Débora. Es obvio que este autor no pudo haber sido contemporáneo de los jueces, porque los textos arriba mencionados señalan la prosperidad propia del tiempo de los reyes. Por otra parte, en Jueces 13.1 se establece que el tiempo total de la opresión filistea fueron cuarenta años, lo cual solamente tiene sentido después de la victoria decisiva sobre los filisteos obtenida por Samuel en Mizpa (1 S 7.13). Por consiguiente, el autor del libro debió vivir en los inicios de la monarquía en Israel, pero no después de David y Salomón (cf. Jue 1.21 con 2 S 5.6–9 y Jue 1.19 con 1 R 9.9, 16) entre 1050–970 a.C. El Talmud considera a Samuel como el autor.
Marco Histórico
La entrada de Israel a la tierra prometida bajo el mando de Josué no fue tanto una conquista total como una ocupación. Con el transcurso del tiempo, los israelitas tuvieron que enfrentarse a la posibilidad de caer bajo el yugo de los cananeos que no expulsaron de la tierra que Dios había dado a Israel. Israel se vio en esa situación repetidas veces durante el período de los jueces, desde cerca del 1380 al 1050 a.C.
La amenaza cananea se hacía más intensa dada la poco cohesiva organización tribal de Israel. Los israelitas eran blanco fácil de un enemigo bien organizado como los cananeos. La primera monumental tarea de los jueces que Dios levantaba como libertadores era unir a las tribus para luchar contra el enemigo común.
Aporte a La Teología
Jueces señala el problema de Israel cuando no tenía rey. Pero el establecimiento de un reino no los llevó a un estado de perfección. Solo cuando David ascendió al trono pudo Israel soltarse de sus trágicos ciclos de desesperación y deterioro. David, el escogido de Dios, fue tipo del Rey que un día llegaría: Jesucristo.
Jueces habla también de la necesidad de un libertador o salvador. La liberación que lograban aquellos jueces humanos era siempre temporal, parcial e imperfecta. El libro apunta a Jesucristo, el eterno gran Juez (Sal 110.6), Rey y Salvador de su pueblo.
Otros Puntos Importantes
Muchos lectores se turban al leer sobre el voto del juez Jefté. Este le prometió a Dios que si salía victorioso en batalla, le ofrecería en sacrificio al primero que saliera de su casa a recibirle. El Señor le concedió la victoria. Cuando regresaba, la hija salió a recibirlo, y Jefté se vio obligado a pagar el voto (11.29–40). Este pasaje es tan desconcertante que algunos tratan de suavizarlo diciendo que Jefté no mató a su hija, sino que la hizo permanecer virgen. Se basan en el versículo 11.39 que dice que «ella nunca conoció varón». Pero el pasaje dice bien claro que Jefté «hizo de ella conforme al voto que había hecho» (11.39).
Los sacrificios humanos nunca estuvieron permitidos en Israel. Es más, Dios los condenaba como la iniquidad de las naciones vecinas. La intención del autor de Jueces al relatar lo que hizo Jefté fue la misma que tuvo al contar los pecados terribles de Sansón. El período de los jueces fue un tiempo de tanto caos político y religioso que aun los mejores siervos de Dios hacían cosas terribles.
El canto de victoria de Débora (capítulo 5) y lo que Dios hizo con ella habla de la participación de las mujeres en la obra de Dios a través de todos los tiempos. Y nos dice que Dios merece la alabanza de su pueblo cuando este triunfa en batalla.
JUEGOS Como elemento recreativo el juego es tan antiguo como el hombre, pero la Biblia advierte del peligro de ocuparse en él mientras se descuidan otros deberes (1 Co 10.7), o cuando se lesiona con el juego mismo la dignidad humana (Jue 16.25).
Las Escrituras aplauden el juego, especialmente de los niños. Según Zac 8.5, una de las manifestaciones de la restauración de Jerusalén serían las calles llenas de muchachos y muchachas dedicados a jugar. Jeremías siente tristeza al ver cómo el castigo que vendría sobre la ciudad caería también sobre estos grupos de niños (Jer 6.11; 9.20s).
Cristo también hizo referencia al juego de los niños en las plazas públicas (Mt 11.16s; Lc 7.32). Después de la purificación del templo, un grupo de niños que posiblemente dejaron sus diversiones para acompañar al Señor, repitieron las palabras que habían escuchado a la multitud en la entrada triunfal: «¡Hosanna al Hijo de David!» Esto causó la indignación de los sacerdotes, pero el Señor defendió a los pequeños haciendo referencia al Sal 8.2 (Mt 21.15s).
JUEGOS DEPORTIVOS Los griegos y los romanos eran amantes de los deportes. Por tanto, dondequiera que se extendiera el dominio cultural de los griegos y el control político de los romanos, se levantaban → Estadios y → Gimnasios. De ahí que los autores del Nuevo Testamento empleen figuras del mundo deportivo en sus ilustraciones, sin aprobar en absoluto los aspectos religiosos del gimnasio (cf. 1 Mac 1.15; 2 Mac 4.7–17).
El término griego agon se utiliza para referirse al atletismo en general. Pablo lo empleó a menudo para referirse a la vida cristiana o a un aspecto de ella. Para el apóstol el cristiano libra una lucha, combate o pelea semejante a la del atleta (Flp 1.30; Col 2.1; 1 Ts 2.2). Al menos una vez esta palabra se usa en sentido de «carrera» (Heb 12.1), pero el término corriente traducido «carrera» es dromos (Hch 20.24; 2 Ti 4.7). El corredor no corre a lo loco (1 Co 9.24), ni en vano (Flp 2.16), sino más bien hacia una meta (Flp 3.14). El cristiano debe hacerlo en igual forma pues su meta es Jesús, en quien debe tener fijos los ojos (Heb 12.2).
Pablo afirma que nosotros sostenemos una lucha tenaz con las fuerzas del mal, la que compara con la lucha grecorromana (pale, de donde se origina el vocablo palestra), pero nuestro adversario no es sangre ni carne sino los poderes espirituales (Ef 6.11s).
Para Pablo hay un «boxeo espiritual» (1 Co 9.26). El cristiano no golpea al aire sino su → Cuerpo, pero no el cuerpo físico (Pablo no era masoquista ni → Gnóstico), sino el «cuerpo del pecado» (Ro 6.6) que tiene que ser destruido.
El que ganaba la carrera o la lucha recibía un premio (1 Co 9.24), una → Corona (stefanon) de hojas de olivo, pino o laurel que, aunque era de alta estima, pronto se marchitaba. En cambio la corona del cristiano es incorruptible (1 Co 9.25).
Pablo comparó la disciplina necesaria para el cristiano con aquella a la que debía someterse el buen atleta (1 Co 9.25). El corredor se despojaba de todo peso que pudiera embarazarle y retardar su paso (Heb 12.1), y el atleta tenía que jugar de acuerdo con las reglas establecidas (2 Ti 2.5). Las lecciones espirituales eran obvias.
Los juegos olímpicos se realizaban en un estadio lleno de espectadores, de los cuales algunos eran ilustres. De manera similar, el corredor cristiano corre delante de muchos héroes de la fe (Heb 12.1; cf. 11.1–40). En el estadio había heraldos que llamaban a los atletas a que comparecieran en la pista o en la palestra, y los animaban en la carrera o en la lucha. El cristiano es tanto atleta como heraldo y sufre la vergüenza cuando al llegar su turno pierde la carrera después de haber alentado a otros (1 Co 9.27).
JUEZ Gobernante que en Israel administraba la justicia y tenía autoridad para condenar y castigar al malvado, así como para liberar y vindicar al oprimido.
Siguiendo el consejo de su suegro, Moisés instituyó el oficio de juez cuando ya le resultaba imposible atender todos los casos (Éx 18.13–27; Dt 1.9–18; cf. Éx 2.14). Deuteronomio insiste en que cada ciudad tenga sus propios jueces junto con algunos ayudantes (16.18; cf. Nm 11.16, 17). Además, hace hincapié en la necesidad de una → Justicia estricta que rechace todo soborno y trate por igual a cada hombre (Dt 1.16, 17; 16.19, 20; 24.17, 18; 25.13–16). Los sacerdotes, como guardianes e intérpretes de la Ley, asesoraban a los jueces en su trabajo (Dt 17.8–13).
Durante la época que siguió a la conquista de Canaán (→ Jueces, libro de los), y debido a la opresión que Israel sufría en manos de naciones extranjeras, Dios tuvo que levantar jueces (salvadores, libertadores, caudillos militares) para liberar al pueblo del poder de sus enemigos (Jue 2.16; 3.9, 15, etc.). Algunos de estos jueces probablemente fueron puestos sobre todo el pueblo a la vez que ejercían su oficio sobre las tribus respectivas (→ Cronología).
Durante la época del ministerio de → Samuel, tuvo lugar la transición que culminó con el establecimiento de la monarquía en Israel (1 S 4.18; 7.15–8.11). El rey se convirtió en el juez supremo en esa época (2 S 15.2, 3). No obstante, el oficio del juez continuó bajo los reyes (1 Cr 26.29; 2 Cr 19.5–10), y aun después del cautiverio (Esd 7.25).
En el Nuevo Testamento Jesús se llama «juez» (Jn 8.16; 2 Ti 4.1; Stg 5.9; 1 P 4.5). Pablo enseñó que los cristianos colaborarán con Cristo en el → Juicio final (1 Co 6.2, 3), y que desde ahora es su deber juzgar «las cosas de esta vida» (v. 5; cf. Mt 18.15–17).
JUICIO Ejercicio del entendimiento en virtud del cual se puede discernir la realidad, inclusive el bien y el mal, y así formar una opinión en cuanto a la naturaleza real de alguna cosa o hecho, o el verdadero carácter moral de alguna persona. Por lo general, cuando la Biblia habla de juicio, se da por sentado que el juez es Dios. El juicio de Dios es, desde luego, infalible. Él juzga al mundo en dos dimensiones, la histórica y la escatológica.
Especialmente en el Antiguo Testamento hay varias referencias al juicio de Dios sobre la humanidad en ciertas situaciones históricas. A veces Dios juzga a individuos como Adán y Eva (Gn 3), y Ananías y Safira (Hch 5.1–11). Pero asimismo juzga a las naciones, sobre todo a Israel y las naciones circunvecinas (Os 5.1; Is 16.6, 7). Destruye a los dioses falsos (Sof 2.11).
Foto de Howard Vos
Pintura representando una escena del juicio egipcio. El corazón del muerto se pesa en una balanza del más allá, mientras el dios egipcio Tot anota el veredicto.
La mayor parte de la enseñanza bíblica sobre el juicio, sin embargo, se refiere al futuro, o sea a la dimensión escatológica. «De la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (Heb 9.27). El juicio definitivo es el del gran trono blanco (Ap 20.11), cuando todos aquellos cuyo nombre no esté escrito en el libro de la vida serán lanzados al lago de fuego (Ap 20.15). Este juicio establece la terrible y eterna diferencia entre el cielo y el infierno. Los que pasarán la eternidad en el infierno serán condenados por su propio pecado (Ro 6.23; Ap 20.12). Los que van al cielo no van por sus propias buenas obras (Ef 2.8–9), sino por su → Fe en Cristo, que es la base de la → Salvación y el corazón del → Evangelio (Ro 3.21–24; 1 Co 15.3; 1 Jn 1.7).
De manera que el juicio de Dios se llevó a cabo sobre la cruz de Cristo. En ella Él fue «hecho pecado» (2 Co 5.21). Aunque Cristo nunca pecó, el juicio de todos los pecados del mundo cayó sobre Él (Mt 27.46). Así pues, el juicio final de quienes se identifican con Cristo y tienen fe en su sangre, ya se ha verificado en el Calvario. Como consecuencia, el creyente se considera justo (Ro 5.18), y no tiene ningún temor del juicio final (Ro 8.1).
No obstante, queda todavía un juicio escatológico que se llama «el tribunal de Cristo» (2 Co 5.10). Ya no se trata de la salvación y la condenación eternas, sino de un juicio sobre la eficacia de nuestra vida como hijos de Dios en la tierra. Este juicio será de «fuego» y las obras buenas que el cristiano ha hecho perdurarán (como «oro, plata, piedras preciosas»), pero las malas perecerán (como «madera, heno, hojarasca») (1 Co 3.12–15). Con todo, «en el amor no hay temor» y tenemos «confianza en el día del juicio» (1 Jn 4.17, 18).
Por haberse interpretado superficialmente el texto «No juzguéis, para que no seáis juzgados» (Mt 7.1), se ha creído que el hombre no debe juzgar. Sin embargo, la Biblia enseña que aunque el juicio del hombre es falible, es también importante y debe emplearse en muchos casos.
Por ejemplo, en el Antiguo Testamento Dios llamó a Moisés para juzgar a su pueblo (Éx 18.13), en ciertos casos el pueblo mismo tenía que juzgar (Nm 35.24), y Dios levantó jueces con el mismo fin (Jue 2.16). Asimismo, el Nuevo Testamento enseña que el juicio del creyente debe comenzar consigo mismo (1 Co 11.31). «El espiritual juzga todas las cosas» (1 Co 2.15). Cuando hay pecado en la iglesia, los miembros deben juzgarlo (1 Co 5.1–3), y cuando surgen problemas entre creyentes, los demás miembros de la iglesia deben resolverlos y no los incrédulos (1 Co 6.1–8). Para el buen orden del mundo secular, Dios ha provisto gobernantes que deben juzgar en las esferas sociales seculares (Ro 13.1–5).
JULIO (nombre latino de una famosa familia romana). Centurión de la cohorte de Augusto, a quien → Festo confió la conducción de Pablo y otros prisioneros de Cesarea a Roma (Hch 27.3, 11, 31, 43). Julio tuvo grandes consideraciones para Pablo: le permitió desembarcar en Sidón y visitar a sus amigos; y en Malta, a fin de salvarle la vida, se opuso a la decisión de los soldados de matar a todos los prisioneros.
JUNCO Traducción en la RV de dos palabras hebreas.
1. Gome˓, que es el cyperus papyrus, o papiro; planta de dos a tres metros de alto y diez centímetros de grueso, lisa, cilíndrica y desnuda, terminada en un penacho de espigas y flores muy pequeñas. Es planta tropical que se encuentra desde la Palestina hasta el Sudán, pero que ha desaparecido de las márgenes del Bajo Nilo, donde antiguamente abundaba. Los juncos se entretejían y se usaban para esteras, arquillas (Éx 2.3, 5) y embarcaciones (Is 18.2). De la corteza interior se preparaban los rollos de → Papiro.
2. ˒agmon, nombre derivado de `agam (lago) que designa a cualquier planta acuática del género scirpus sin precisar la especie. Sus tallos flexibles se usan en cestería y para hacer sogas. En Job 41.2 RV se lee «soga», y en Jer 51.32 «baluarte», pero el hebreo reza «junco» en ambos textos (→ Alga; Caña).
JUNIASAndrónico.
JÚPITER Nombre latino del Dios supremo del panteón grecorromano, llamado Zeus por los griegos. Con ocasión del proyecto de helenización que impulsó Antíoco Epífanes, el templo en Jerusalén se dedicó a Júpiter Olímpico (2 Mac 6.2). La erección de la imagen de Júpiter allí puede ser la → Abominación desoladora de la que habla Dn 9.27; 11.31; 12.11.
Júpiter se menciona solamente una vez en el Nuevo Testamento. Cuando Pablo y Bernabé sanaron al paralítico en Listra, la muchedumbre supersticiosa intentó rendirles culto, creyéndolos Júpiter y Mercurio (Hch 14.11–13, → Hermes). En la leyenda de Filemón y Baucis, estos dos dioses andan por la tierra disfrazados de caminantes que les brindan hospitalidad. Los habitantes de Listra no querían perderse estos favores.
En Éfeso, la gente creía que la imagen de → Diana había venido de Júpiter (o «del cielo» según algunas versiones) (Hch 19.35).
JURAMENTO En general, es una forma de → Maldición. La persona que presta juramento en el santuario pide a Dios que la aniquile, si no dice la verdad. La fórmula: «Tan cierto como que Dios vive» (1 S 20.12 heb.) supone una conclusión como esta: «Me castigarán si digo una mentira». No eran palabras vanas. Se sabía que, una vez pronunciado el juramento, si el que juraba lo hacía en vano se desencadenaba sobre él un misterioso y grande poder cuya acción no podía detenerse.
La ley deuterocanónica recomienda jurar por el nombre de Dios (Dt 6.13). Se tomaba a Dios como testigo (Gn 21.23; 2 Co 1.23; Gl 1.20; Flp 1.8), pero a la vez el código sacerdotal condenaba los juramentos en falso (Lv 19.12; Mal 3.5). No eran raros los perjurios, pero los condenaba severamente la Ley (Éx 20.7; Lv 19.12; Dt 5.11) y los profetas (Ez 16.59; 17.13ss). Los → Esenios del tiempo de Jesús condenaban como ilícito el juramento. Los rabinos se preocupaban por los abusos. Y los fariseos se las ingeniaron para mantener sutilmente la validez del juramento.
Jesús declara tajantemente: «No juréis en ninguna manera ... Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no» (5.12). Puesto que el juramento supone mala fe en un persona o falta de confianza en ella, todo lo que se añade a una sencilla afirmación o negación, «viene del Maligno» (Mt 5.37 BJ), que es padre de la mentira y hace embustero al hombre (Jn 8.44). Jesús exige a sus discípulos total sinceridad. Por eso, en una sociedad en que se obedece la voluntad de Jesús, el juramento es superfluo. No obstante, lo que Jesús exige es un fruto del Espíritu que habita por la fe en los creyentes, y no algo que corresponda a la realidad de la vida según la carne. La exigencia de Jesús es una norma, pero no absoluta. Hay circunstancias en que la ley humana puede exigir un juramento. Jesús mismo no rehusó prestar juramento ante el sanedrín (Mt 26.63ss).
JUSTICIA Rectitud de conducta que se ajusta a las condiciones de una relación determinada. Así, la justicia de Dios manifiesta su fidelidad consecuente consigo mismo y con su pacto.
Según Dt 34.2, Dios es justo (tsaddiq) y recto (yashar); todos sus caminos son justos (mishpat), y no hay iniquidad en Él. Es la Roca (Dt 32.4; Sal 92.12–15), y «la justicia (tsedeq) y el derecho (mishpat) son la base de su trono» (Sal 97.2; cf. 36.5s; 71.16s; 89.14). Dios es el autor de toda justicia; es quien autoriza al rey (Sal 72.1–4) y al juez (Sal 82).
Nótese que en el Antiguo Testamento la justicia de Dios se asocia constantemente con su obra salvadora y con su amparo de los pobres, los huérfanos, las viudas y los forasteros (Sal 10.12–18; 31.1s; 36.5–7; 140.12s; 146.7–10; Is 1.17; Jer 22.16; cf. Lc 1.46–56). Tanto el rey como el juez están llamados a rescatar al oprimido y «aplastar al opresor» (Sal 72.1–4; 82.1–18). Por eso tsedeq (tsedeqah) también puede traducirse por «los triunfos de Jehová» (Jue 5.11; cf. Sal 48.10; Is 45.24), «salvación» (Is 54.17) o «hechos de salvación» (1 S 12.7–12), y aparece a menudo en paralelismo con la palabra «salvación» (Sal 40.10; 51.14; 65.5; cf. 22.31; 71.24; Is 46.12s; 51.5–8; 61.10; 62.1), con «vindicación» (Jer 11.20), con «bondad y misericordia» (Sal 145.7; Os 2.19) y con los «hechos poderosos» y «estupendos» de Dios (Sal 145.4–7). «Y no hay más que yo; Dios justo y Salvador» (Is 45.21).
En el Antiguo Testamento la justicia suele tomar una expresión social, como indican los textos citados. Gran parte de la legislación del Pentateuco se dedica a la justicia social, hasta en los detalles más mínimos de la vida económica, política, militar y judicial. Los profetas, especialmente, condenan la flagrante injusticia social de su tiempo, tanto en Israel como en las naciones vecinas (por ejemplo, Am 1 y 2). Llaman al pueblo al arrepentimiento y a la restauración de la justicia para que «corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo» (Am 5.24; Miq 6.8). Reprueban especialmente la hipocresía que racionaliza la injusticia con una piedad ceremonial.
Jehová es el juez de toda la tierra (Sal 9.4, 8; 50.6; 96.13; 98.4; Jer 11.20). Cuando los hombres y los pueblos infringen las condiciones del pacto y de su relación con Dios, la justicia de Dios los condena y castiga. El «Dios de las venganzas» (Sal 94.1), aunque «perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado», no tiene «por inocente al malvado» (Éx 34.7), sino juzga a sus siervos, condena al impío y justifica al justo para darle conforme a su justicia (1 R 8.31s; cf. Jer 50.15; 51.56; Am 1 y 2).
El Antiguo Testamento afirma que ningún nombre es justo ante Dios (Job 25.4; Sal 143.2; Is 57.12; 64.6), pero en algunos pasajes se vislumbra aquella justicia imputada por Dios en virtud de la fe, justicia que habría de revelarse plenamente en el Nuevo Testamento (→ Justificación).
Entre los muchos sentidos que tiene «justo» en el Antiguo Testamento figuran:
1. La perfección de Dios en virtud de la cual Él es fiel a sí mismo y a su pacto (Jn 17.25; Ro 3.26), especialmente como juez (2 Ti 4.8; Ap 16.5) sobre los hombres y las naciones.
2. El término «justo» tiene un sentido mesiánico y escatológico. En algunos pasajes rabínicos y apocalípticos se describe al Mesías como «el Justo» o «el Mesías, nuestra Justicia»; cf. Jer 23.5s; 33.15; Zac 9.9. A Cristo se le llama «el justo» en Hch 3.14; 7.52; 22.14 y el reino escatológico se describe frecuentemente como «justicia» (véase abajo). De igual manera, a los redimidos del reino escatológico, que constituyen el pueblo del Mesías, también se les llama «los justos» (Mt 10.41; 13.43, 49; Heb 12.23; 1 P 4.18).
3. A veces «justicia» significa misericordia, generosidad (2 Co 9.9s) o limosna (Mt 6.1; 23.23; el uso más común de tsedaqah entre los rabinos). En algunos pasajes se emplea el término en su sentido más helenístico de virtud moral («honorable», «respetable»; cf. Flp 4.8; 1 Ti 1.9s; «inocente» en Mt 27.19, 24) o «meritorio» ante los hombres o ante Dios (Lc 1.6; Ro 2.13; «no hay justo», 3.10). En otros pasajes, se alude a la seudojusticia de los fariseos (Mt 9.13; 23.28; Lc 20.20).
4. Generalmente en el Nuevo Testamento la justicia no se concibe como la virtud abstracta del pensamiento griego, sino como una relación personal con Dios, como en el Antiguo Testamento (el «justo» es aquel a quien el rey acepta), e implica fidelidad (Ro 5.1s; 8.1–4; 9.30–10.5; 1 Jn 3.6–10). Este parece ser el sentido de la frecuente asociación entre el «reino de Dios» y «su justicia» (Mt 5.6, 10; 6.33; 13.43; Ro 14.17; 1 Co 6.9; cf. «camino de justicia», Mt 21.32; 2 P 2.21). En muchos pasajes esta justicia equivale al nuevo modo de vivir que nace de la fe en Cristo (Stg 3.18; 1 P 2.24; 1 Jn 2.29), esta «vida cristiana», es verdadera justicia.
5. En muchos pasajes, los mismos términos griegos significan justificación vicaria (Gl 2.21; Flp 4.8; Ro 6.6).
JUSTIFICACIÓN Acto soberano de Dios por el que, por pura gracia y a base de su pacto, declara aceptos ante Él a quienes creen en su Hijo (Ro 4.2–5).
En El Antiguo Testamento
La palabra hebreo tsadag (aparte de algunas pocas veces en que significa «ser → JUSTO» [Gn 38.26; Job 4.17, etc.]) significa comúnmente «declarar (o pronunciar) justo». A veces el contexto es jurídico o forense (hallar inocente, declarar justo), y a veces es personal (declararle a uno aprobado y aceptado ante el soberano). Normalmente se refiere al veredicto del → Juez, quien decide pleitos (Dt 25.1; 2 S 15.4), defiende al pobre (Sal 82.3; pero cf. Lv 19.15), vindica al inocente y condena al culpable (1 R 8.32; Pr 17.15).
Por lo general, la expresión «declarar justo» se usa en voz pasiva: en el sentido más profundo y teológico; el hombre es justificado por Dios (cf. Is 45.25; 53.11). El Antiguo Testamento desaprueba la soberbia de los que pretenden «justificarse» a sí mismos (Job 9.20; 32.2; cf. Is 43.9, 26). Dios, el juez justo por excelencia, «no justificará al impío» (Éx 23.7) ni «de ningún modo absolverá al culpable» (Éx 34.7; cf. Nm 14.18s; Dt 25.1). «El que justifica al impío [pero cf. Ro 4.5] y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación» (Pr 17.15). Medido con la norma de la perfecta justicia de Dios, según el Antiguo Testamento, nadie es justo (Sal 143.2; Is 57.12; 64.6).
Sin embargo, en el Antiguo Testamento la → Justicia de Dios es un concepto característicamente salvífico. Los mismos pasajes, que afirman la inviolable justicia de Dios, proclaman también muchas veces su → Misericordia perdonadora (Éx 34.6–9; Nm 14.18s; Dt 7.9; 32.35s). En algunos pasajes, el → Perdón divino se describe en términos que anticipan el concepto novotestamentario de la justificación. Abraham creyó la promesa de gracia divina, y Dios se lo contó por justicia (Gn 15.6; cf. Dt 24.13). Ante la frecuente pregunta: «¿qué necesita un hombre para ser aceptado ante Dios?» (por ejemplo, Ez 18.5–9), el autor bíblico responde en efecto: la fe. Siglos después, Pablo vería en Gn 15.6 un testimonio de la justificación por la fe, como también en Gn 12.1ss (Gl 3.8, 16) y Gn 17.5–10 (Ro 4.9–18; Gl 3.16), y aun interpretaría la circuncisión como «sello de la justicia de la fe que (Abraham) tuvo estando aún incircunciso» (Ro 4.11).
También algunos salmos anticipan el concepto novotestamentario de la justificación. Según Sal 32.1s, perdonar equivale a no imputar el pecado (cf. Is 50.8; Ro 8.33s), en Sal 130.3s, y 7s se reconoce que nadie puede «mantenerse» como justo ante Dios, pero a la vez afirma su «abundante redención» y «perdón de todos los pecados» (cf. Sal 24.5; 51.1–6).
En los libros proféticos la doctrina de la justificación se desarrolla aun más; sobre todo en Is 40–66. El → Siervo sufriente, como abogado defensor (cf. Is 50.8; Ro 8.33s), «por su conocimiento justificará a muchos, y llevará las iniquidades de ellos» (53.11). La justificación de Israel vendría de Dios (Is 45.21–25; 54.17; cf. 1.18), quien los vestirá de justicia (Is 61.10). Según Jeremías, Jerusalén volvería a ser morada de justicia (Jer 31.23) y se llamará «Jehová, justicia nuestra» (Jer 23.6; 33.16). Se anuncia al Mesías como «el Justo», y a los suyos como «los justos» con la justicia escatológica del reino venidero (Odas de Salomón 25.10; 2 Esdras 8.36).
Según Hab 2.4, «el justo, por su fidelidad vivirá» (BJ). Y el contexto parece señalar que el justo Judá escapará al fin de la muerte, mientras los caldeos perecerán (Hab 1.5–17). La LXX, cuya versión cita el Nuevo Testamento, lo modifica: «Mas mi justo-por-fe vivirá», con lo cual recalca la fe del justo. Más tarde Pablo aplica el texto, entendido a la luz de la LXX y de Qumrán, a la fe personal en Cristo (Ro 1.17; Gl 3.11), mientras Heb 10.38 lo aplica a la paciencia de los santos en medio de la tribulación.
En Los Evangelios Y Hechos
El verbo «justificar» (dikaióo) aparece en varios contextos:
1.Los judíos «justificaban a Dios» cuando Juan los b
Nelson, W. M., & Mayo, J. R. (2000, c1998). Nelson nuevo diccionario ilustrado de la Biblia (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.
JUDIT Una de las dos esposas heteas de Esaú (Gn 24.34). Aunque fue hetea, su nombre es puramente hebreo, el femenino de Judá.
JUDIT, LIBRO DEApócrifos del Antiguo Testamento, Libros.
JUSTO Adjetivo aplicado al que practica la → Justicia (Gn 6.9; 1 S 24.17; Mc 6.20; Lc 23.47, 50; Tit 1.8). A menudo se emplea como sustantivo (Gn 18.23; Sal 1.6; Hch 3.14; Ro 3.10). Entre los romanos se usaba como nombre propio, y era común tanto entre judíos como prosélitos.
1. Sobrenombre de José Barsabás, uno de los candidatos para llenar la vacante de Judas en el apostolado (Hch 1.23).
2. Varón «temeroso de Dios» (→ Prosélito) de Corinto que facilitó su casa a Pablo para la predicación del evangelio (Hch 18.7). Según algunos manuscristos, llevaba también el nombre de Ticio, lo que indicaría que era romano; otros manuscritos rezan «Tito Justo».
3. Sobrenombre de un tal Jesús, colaborador judío de Pablo, que mandó saludos a los colosenses (Col 4.11).
JUTA Ciudad en Judá, reservada para los levitas (Jos 15.55; 21.16). Hoy existe 8 km al sur de Hebrón un pueblo con el nombre de Yuttá.
En el original griego de Lc 1.39, la falta del artículo antes de «Judá» ha provocado conjeturar que el versículo debiera decir: «María fue de prisa ... a la ciudad de Juta». En este caso Juta sería la ciudad natal del Bautista.
Nelson, W. M., & Mayo, J. R. (2000, c1998). Nelson nuevo diccionario ilustrado de la Biblia (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.
 
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