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PRIMOGÉNITO, PRIMOGENITURA La Ley de Israel contenía diversas disposiciones sobre el primogénito. En una sociedad en que se toleraba la poligamia, había que distinguir entre el primogénito del padre (principio de su vigor: Gn 49.3; Dt 21.17) y el primogénito de la madre, es decir, el hijo varón que abría el seno materno (Éx 13.2). En todo caso, la primogenitura representaba una posición privilegiada en relación con otros hermanos reales o posibles.
En ausencia del padre, el primogénito tenía autoridad sobre sus hermanos (por ejemplo, Rubén entre los hijos de Jacob) y hermanas (Gn 24.55, 60). En la familia, ocupaba el lugar más alto después del padre. El derecho de primogenitura era muy apreciado (Gn 25.29–34; 27). En casos de mal comportamiento, este derecho podía cederse a otros hermanos (Gn 49.3, 4; 1 Cr 5.1, 2). En caso de repartición de bienes, el primogénito heredaba el doble de lo que heredaba cada uno de los otros hermanos (cf. 2 R 2.9). Dt 21.15–17 prohíbe despojar al primogénito de su derecho para beneficiar al hijo de la mujer favorita, pero si el primogénito era hijo de una concubina tenía que ceder su derecho si más tarde nacía un hijo de la esposa legítima (Gn 21.9–13; Jue 21.1, 2). Esta costumbre se nota en las leyes de → Hammurabi y en las tablillas de → Nuzi.
En el caso de los reyes, la primogenitura implicaba el derecho de sucesión (2 Cr 21.1–3), pero el favoritismo era a menudo un gran riesgo para la elección del sucesor (1 R 1–2; 2 R 11.12, 13; 1 Cr 26.10). La Escritura muestra cierta predilección hacia el hijo menor, quizá por ser el menos privilegiado (Jacob, Efraín, David). La palabra primogénito, no obstante, evoca siempre un cariño especial. Por eso se dice que Israel es el primogénito de Dios (Éx 4.22; Sal 89.27; Jer 31.9).
La noche de la Pascua, el Señor había perdonado a los primogénitos de Israel. Por eso, al primogénito de la madre se le tenía como santificado (consagrado) para el Señor (Éx 13.2; Nm 3.13). Los primogénitos de la generación contemporánea del éxodo fueron redimidos mediante la consagración de los levitas (Nm 3.40, 41). Posteriormente, cada primogénito era redimido a la edad de un mes, mediante el pago de cinco siclos al sacerdote (Nm 18.16).
Las excavaciones en la Tierra Santa han demostrado que los cananeos acostumbraban sacrificar sus primogénitos y los israelitas lamentablemente imitaron algunas veces (Ez 20.25, 26; Miq 6.7). Los primogénitos machos de los animales puros debían ser sacrificados (Nm 18.17, 18; Dt 12.6, 7), y los de los animales impuros debían ser redimidos (Nm 18.15); en el caso de un asno, había que redimirlo mediante un cordero o quebrarle el cuello (Éx 13.13; 34.20).
Jesús fue el primogénito de su madre (protótokos, Lc 2.7; cf. Mt 1.25 → María), pero nunca se le llama primogénito del padre celestial (Jn 3.16). Sí se nos dice que sus padres hicieron «por él conforme al rito de la Ley» (Lc 2.27).
El concepto de la primogenitura tiene honda repercusión teológica en los escritos bíblicos, principalmente del Nuevo Testamento. Cristo es el primogénito entre muchos hermanos (Ro 8.29), es decir, tiene autoridad sobre todos los hombres, y es el primogénito de entre los muertos (Col 1.18): es el primero en quien se ha cumplido la promesa de resurrección. Él es «el primogénito de toda creación» (Col 1.15 → Principio): tiene autoridad sobre todo lo creado (sin que Él mismo haya sido creado). A los creyentes se les llama también primogénitos (Heb 12.23), porque son los más privilegiados entre los hombres.
PRINCIPADOS (en griego, arjái, que significa principios, gobernantes, autoridades). Una de las categorías de espíritus reconocidas por el judaísmo del siglo I (→ Ángel; Demonios). Para Pablo hay principados cuya acción guarda armonía en el plan de Dios (Ef 3.10; Col 1.16), y los hay opuestos a este plan eterno, pero estos un día serán subyugados por Cristo (Ro 8.38; 1 Co 15.24; Ef 1.21; 6.12; Col 2.10, 15).
PRÍNCIPE, PRINCIPAL En el Antiguo Testamento, se trata de una persona de alto rango o autoridad, colocada en eminencia generalmente por selección divina: rey de una nación (1 R 14.7), cabeza de una tribu (Nm 1.16 VM) o dignatario de un reino (Dn 5.1). En Gn 23.6, se habla de Abraham como de «un príncipe de Dios», y la denominación denota tanto a un «gran príncipe» como a un «representante de Dios».
Siete príncipes de Media y de Persia tenían acceso al rey y ocupaban la más alta posición oficial después del mismo rey (Est 1.14). Posiblemente estos eran sus consejeros (Esd 7.14).
El profeta Isaías habla del «Príncipe de paz» (9.6) refiriéndose al Mesías que había de venir.
En el Nuevo Testamento el príncipe era una persona de mucha influencia entre los judíos; por ejemplo, el «príncipe de la → SINAGOGA» (Mc 5.35–38; Lc 8.49; Hch 18.8), o el que dirigía el culto y designaba el lector o predicador (Lc 13.14; Hch 13.5). Aunque no siempre es fácil precisar el papel de un «príncipe» (por ejemplo, Lc 18.18), a veces se refiere a un miembro del → Sanedrín (Jn 3.1). Los «príncipes → Sacerdotes» del siglo I d.C. ejercían gran poder religioso y político.
A → Satanás a veces se le llama «príncipe de los demonios» (Mc 3.22//) o «príncipe de este mundo» (Jn 12.31; 14.30; 16.11).
PRINCIPIO Traducción más común en el Nuevo Testamento de la palabra griega arjé, palabra que generalmente se usaba con sentido de temporal (Mt 24.8; Mc 1.1; Jn 1.1; Heb 1.10), pero no siempre.
Los autores del Nuevo Testamento y los de otras obras griegas contemporáneas a veces usaban arjé para aludir a una posición más bien que al tiempo, por ejemplo, en Tito 3.1 (gobernante) y en Lucas 12.11 (magistrado). Es importante notar que aun en español «príncipio» (relativo al tiempo) y → «Príncipe» (posición) vienen de la misma raíz latina; cf. también → «Principados».
Josefo (Contra Apión 2.190) afirma que Dios es el arjé de todas las cosas y el Evangelio de Nicodemo (capítulo 23) declara que el diablo es el arjé de la muerte. En estos casos la palabra tampoco se refiere a tiempo sino más bien a origen o causa.
La importancia teológica de todo lo anterior es notable. Apocalipsis 3.14 afirma que Jesucristo es «el principio [arjé] de la creación de Dios». Si esta voz griega solo tuviera sentido de tiempo, entonces los arrianos y los «testigos de Jehová» tendrían aquí una prueba incontrovertible a favor de su cristología antitrinitaria. Pero hemos visto que se usa por lo menos con otros dos sentidos. La frase bien podría interpretarse como que Cristo es el «príncipe de la creación» o el «principiador [originador] de la creación». Y cualquiera de estos conceptos concuerda mejor con el cuadro neotestamentario de Cristo, que el de considerarlo la «primera cosa creada» (→ Mesías; Jesucristo).
Es de notarse también que Apocalipsis 21.6 afirma que el Padre eterno también es «principio y fin», descripción que se aplica por igual al Hijo (22.13; cf. 1.8, 11).
PRISCILAAquila.
PRISIÓNCárcel.
PROCÓNSUL Título del gobernador de una provincia romana subordinada al senado (→ Provincia). El cargo duraba un año, pero incluía toda autoridad civil y militar. El Nuevo Testamento menciona a dos procónsules: → Sergio Paulo (Hch 13.7), procónsul de Chipre cuando Pablo visitó esa isla, ca. 47 d.C.; y → Galión (Hch 18.12), quien inició su régimen en Acaya, en 51 d.C., mientras Pablo estaba en Corinto. Lucas usa correctamente el título de procónsul en relación con la provincia de Asia (Hch 19.38), lo cual es un indicio del conocimiento exacto que tenía de las condiciones políticas fluctuantes de la época.
PROFECÍA, PROFETAS Entendido como «la interpretación de la historia que halla el significado de la misma solo en términos del interés, el propósito y la participación divina» (IDB), puede decirse que el profetismo comienza con Moisés y que se refleja en la mayoría de los escritos bíblicos. Aunque hallamos en otros pueblos ciertos fenómenos emparentados, en ninguno se halla la profundidad e influencia del profetismo bíblico. La razón es evidente: todo el Antiguo Testamento mira hacia el porvenir. Basado en lo que Dios ha hecho y dicho en el pasado, proclama la espera del cumplimiento pleno de esas promesas. El «día de Jehová» anima no solo los libros proféticos sino también los históricos y los poéticos. El mismo Pentateuco, basado en el éxodo y el pacto del Sinaí, entrevé el tiempo en que Israel, libre de toda esclavitud, será la nación santa del Dios santo. El Nuevo Testamento, a su vez, ve en Jesucristo y su iglesia el cumplimiento de aquella promesa y por ello valora altamente la profecía del Antiguo Testamento; se extiende hacia la plena realización del Reino, la parusía del Señor, y afirma así una dimensión profética propia.
Terminología
El término hebreo, nabi, traducido «profeta», probablemente se deriva de una raíz que significa «anunciar» o «proclamar». El Antiguo Testamento lo aplica a una variedad de personas (Gn 20.7; Éx 7.1; 1 R 17–19; Mal 4.5).
Foto de Howard Vos
Esta inscripción en la ciudad de Tiro contiene los nombres de nueve generales griegos que acompañaron a Alejandro Magno cuando destruyó la ciudad aproximadamente en 333 a.C. Más de doscientos años antes, Ezequiel profetizó la destrucción de Tiro (Ez 26.1–5).
Orígenes
Es sumamente discutido el origen del profetismo en Israel y su posible relación con otros fenómenos semejantes. Varios pasajes hablan de «videntes» y 1 Samuel 9.9 sugiere que así se le llamaba originalmente al profeta. Además, había un profetismo «extático» (en trance o posesión) en las religiones cananeas (cf. 1 R 18.20–40), y es posible que hubiera alguna relación entre este fenómeno y algunas manifestaciones en Israel (1 S 19.18–24). Por otra parte, los grandes profetas (Isaías, Amós, Jeremías) tenían experiencias extáticas (extraordinarias tanto para su tiempo como para nosotros), en las que hallaban un acceso especial a la «palabra de Jehová» y esta llevaba en sí misma una singular señal de autenticidad divina. Indudablemente no se trataba de un trance de absorción, sino de una concentración próxima a la oración, en la que la «palabra» recibida era meditada y articulada por el profeta en un mensaje (Is 10.6ss).
También se ha discutido mucho la relación de los profetas con el culto. Aunque había «bandas» proféticas en los lugares de culto (como en los santuarios no jehovistas), los profetas del Antiguo Testamento no parecen pertenecer a ellas y en algunos casos evidentemente repudiaron esta dudosa institución (Jer 29.26–30). Entre estos profetas de santuario, ocupados de los detalles y pequeños problemas políticos, y el profeta bíblico, con su visión de la acción de Dios en la historia, había una enorme diferencia. Sin embargo, es erróneo pensar, basándonos en unos pocos pasajes tomados aisladamente (Am 5.21–24; Is 1.11, 12, 14–17), que los grandes profetas se oponían al culto del templo y al sacerdocio, o a toda religión institucionalizada. Se trataba, más bien, de la crítica a la corrupción del culto, ya fuera por la idolatría o por la injusticia: «No puedo aguantar iniquidad y día solemne» (Is 1.13, VM ofrece la traducción más correcta). Los profetas conocen el culto y a menudo citan su ritual, himnos y oraciones. Algunos (Jeremías, Ezequiel) vienen de un trasfondo sacerdotal y otros (Habacuc, Nahum, Joel) muy probablemente participaban en el culto.
En los libros proféticos de la Biblia tenemos la obra directa de los propios profetas (Is 30.8; Jer 29.1s, entre otros pasajes, muestran que los profetas escribían y no solo anunciaban verbalmente sus oráculos). También hay casos de un testimonio indirecto, como el de Baruc, secretario de Jeremías (Jer 36). Y finalmente, existían escuelas de discípulos de un profetas (por ejemplo, Is 8.16; cf. 50.4) los cuales compilaban sus mensajes.
Foto de Howard Vos
Un almendro completamente florecido en Palestina. El profeta Jeremías tuvo una visión de un almendro florecido, simbolizando el juicio venidero de Dios contra su pueblo en pecado (Jer 1.11–12).
Características E Historia
Aunque el mensaje de la profecía bíblica se halla principalmente en los libros conocidos como «proféticos», no debemos olvidar el profetismo anterior a Amós, ilustrado por figuras como Natán, Elías, Miqueas (1 R 22.8–38) y Eliseo, cuya función fue anunciar el juicio y la voluntad de Dios principalmente a los reyes. El nombre «profeta» se aplica también a Abraham (Gn 20.7), Aarón (Éx 7.1), María y Débora (Éx 15.20; Jue 4.4) y Moisés (Dt 18.18; 34.10). El profeta bíblico reúne algunas características que el NBD resume bien como «un llamado específico y personal de Dios» (Is 6; Jer 1.4–19; Ez 1–3; Os 1.2; Am 7.14, 15, etc.); la conciencia de la acción de Dios en la historia; la valiente confrontación de reyes, sacerdotes o pueblos con las demandas y el juicio divinos; el uso de medios simbólicos de expresión y el ejercicio de una función intercesora o sacerdotal ante Dios.
La función primordial del profeta es la proclamación de la «palabra de Dios» que ha recibido. El propósito es llamar al pueblo al arrepentimiento y la conversión a Jehová y a su pacto. Su mensaje se relaciona constantemente con sucesos y circunstancias presentes, de orden político, social o religioso. Pero como estas circunstancias son vistas como parte de la acción de Dios en la historia, el profeta no puede dejar de referirse al futuro para anunciar lo que Dios hará, para inducir a la acción y para certificar su mensaje. No hay duda alguna de que la predicación es parte esencial de la función profética, y muchos profetas manifiestan dones especiales de clarividencia y percepción del futuro. Pero, por otra parte, también existen falsos profetas, que apelan a los mismos dones y pretenden tener palabra de Dios. Pasajes como Deuteronomio 13; 18.9–22; Jeremías 23.9–40; Ez 12.21–14.11 sugieren algunos criterios de distinción. El problema es complejo y el Nuevo Testamento tampoco lo desconoce.
El Mensaje de Los Profetas
Ubicados en el horizonte de la decadencia de los reinos (a partir del siglo VIII a.C.), en medio de las amenazas políticas de los grandes imperios (Egipto, Asiria, Babilonia, Persia) y mientras acompañan a su pueblo en el cautiverio, los profetas anuncian, de diversas maneras pero con fundamental unidad, el propósito de Dios que se cumple en la convulsionada historia del Medio Oriente. IDB resume el mensaje profético con frases clave de los mismos profetas:
1. «Así dice el Señor». El profeta está consciente de que está al servicio de la palabra de Jehová, que no es un mero anuncio sino la expresión de la voluntad del Dios soberano en acción (Is 55.11; Am 3.8). El profeta no tiene control sobre esta palabra sino que está a su servicio (Jer 20.8b, 9; Am 3.8). Toda su vida, hasta sus gestos y acciones simbólicas, dependen de ella (Is 7 y 8; Os 1).
2. «De Egipto llamé a mi hijo». La misericordiosa y divina elección de Israel para un propósito determinado, y las obligaciones que esa elección impone, están siempre presentes en los profetas. Se expresan con las figuras de padre/hijo (Is 1.2; Os 11); propietario/viña (Is 5.1–7), pastor/rebaño (Is 40.11), alfarero/vasija (Is 29.16; Jer 18) y principalmente esposo/esposa (Is 50.1; 54.5; 62.4, 5; Jer 2.1–7; 3.11–22; Ez 16.23; Os 1–3). La ética social que admiramos en los profetas tiene su raíz en la justicia del pacto.
3. «Se alejaron de mí». La rebelión que denuncian los profetas no es solo de Israel, sino de todas las naciones (Is 10.5ss; Jer 46–51; Ez 25–32; Am 1 y 2). Dios tiene cuidado de todos los pueblos (Is 19.24; Am 9.7), pero Israel tiene un llamado y por tanto una responsabilidad y una culpa especial (Am 3.2). Su rebelión ha sido total muestra de infidelidad (Is 1.4, 5; 2.6–17; 59.1–15; Jer 2.4–13; 5.20–31; Ez 16), y se manifiesta en la corrupción religiosa, en la injusticia social y sobre todo en el vano orgullo y jactancia que conduce a la ruina.
4. «Regresarán a Egipto». Dios ejecutará su juicio, es decir, corregirá el mal castigando al culpable, vindicando al justo y estableciendo justicia. Los profetas de los siglos VIII—VI a.C. ven como juicio divino la catástrofe nacional que se avecina (Is 22.14; 30.12–14; Jer 5.3, 12, 14; Os 4.1; Am 3.1; Miq 6.1ss). No es un acto arbitrario de Jehová, pero Israel es conducido de nuevo al cautiverio (de allí la idea del regreso a Egipto) para restaurar la justa relación con Dios.
5. «¿Cómo te he de abandonar?» Para el profeta, aun el juicio inexorable es expresión de la compasión divina (Am 4.6–11). La misericordia (compasión, piedad, → Gracia) es, más que una calidad del pacto, la naturaleza misma de Dios (Is 54.7, 8, 10; Jer 3.12; 31.3; Os 11.8ss).
6. «Haré regresar sus cautivos». El juicio es instrumental y disciplinario (Is 1.25; Os 2.14–23; 5.15; Am 4.6–11). Más allá de su ejecución, Dios se propone mantener un → REMANENTE fiel que retoñará para cumplir el propósito divino (Is 7.1ss; Ez 27; Am 9.8bss). La segunda parte de Isaías lo anuncia como una segunda creación, un segundo éxodo (51.9–11). Jeremías discierne un nuevo pacto (Jer 31.31–34).
7. «Luz para los gentiles». La restauración no puede limitarse a la historia de Israel. Los profetas miran más allá a una consumación, un Día del Señor que abarcará en juicio y gracia a todos los pueblos (Zac 14.5–9). En esta expectación se inserta el anuncio del «Siervo del Señor», quien inaugurará un nuevo día para las naciones (Is 49.5, 6; 53.4, 5). Esta es la fe final y el mensaje de los profetas (Is 2.2–4; Miq 4.1–3).
La moderna villa de Anata está situada cerca del lugar de la antigua Anatot, hogar del profeta Jeremías (Jer 1.1; 11.21).
Profecías Y Profetas En El Nuevo Testamento
El mensaje de los profetas halla su cumplimiento en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo (Hch 3.24); particularmente en los hechos de la pasión (Lc 24.25–27; Hch 3.18; 1 Co 15.3). La predicación a los judíos partía de esa correlación (Hch 18.28). El Evangelio de Mateo está construido sobre esa base (por ejemplo, 1.22s; 2.5s), pero, más que predicciones en detalle, se trata del propósito redentor de Dios anunciado en los profetas y cumplido en Jesucristo (Jn 6.14; 1 P 2.9s). La promesa del nuevo pacto y del siervo sufriente son los puntos culminantes de esa continuidad.
En el Nuevo Testamento se conoce y tiene en alta estima el don de profecía y la figura del profeta (1 Co 12.10; Ef 4.11; cf. Hch 11.27 y Ef 2.20). Su función parece haber sido anunciar alguna revelación particular recibida de Dios (Hch 19.6; 21.9; 1 Co 11.4s; etc.), edificar o consolar con ese conocimiento de la voluntad de Dios (1 Co 14.1, 3, 5) o predecir un acontecimiento futuro (Mt 11.13; 15.7; 1 P 1.10).
PROFECÍAS DEL MESÍAS EN ZACARÍAS
Pasaje
Profecía
Cumplimiento
2.10–13
El gobernante en el trono
Ap 5.13; 6.9; 21.24; 22.1–5
3.8
Un sacerdocio santo
Jn 2.19–21; Ef 2.20–21; 1 P 2.5
6.12–13
Un sumo sacerdote celestial
Heb 4.4; 8.1–2
9.9–10
El gobernante sobre un pollino
Mt 21.4–5; Jn 12.15
11.12–13
El precio de 30 monedas de plata
Mt 26.14–15
11.13
La plata usada para comprar el campo de un alfarero
Mt 27.9
12.10
Se traspasa el cuerpo del Mesías
Jn 19.34, 37
13.1, 6, 7
Herida del Pastor Salvador y la diseminación de las ovejas
Mt 26.31; Jn 16.32
PROFETISA Título o distinción que en el Antiguo Testamento se confiere a cinco mujeres. María la hermana de Moisés (Éx 15.20) y Débora la juez (Jue 4.4), quienes cantaron las victorias de Jehová. Hulda, la profetisa a quien el rey Josías mandó consultar cuando halló el libro de la Ley y quien profetizó el juicio de Jehová sobre el pueblo (2 R 22.14–20; 2 Cr 34.22–28). Noadías la profetisa que se menciona entre los adversarios de Nehemías (Neh 6.14). Isaías se refiere a su esposa como profetisa (Is 8.3). Además, también se habla de profetisas falsas (Ez 13.17).
En el Nuevo Testamento el término se aplica a Ana (Lc 2.36). Las cuatro hijas de Felipe profetizaban (Hch 21.9). Apocalipsis 2.20 habla de una seudo profetisa, Jezabel.
PRÓJIMO Cualquier ser humano respecto a uno mismo. Se le aplica más particularmente a un semejante, es decir, a quien posee características iguales.
Entre las leyes de santidad y justicia que Dios dio por medio de Moisés figura el amor al prójimo (Lv 19.18; Mt 22.39). La práctica del amor implicaba no oprimirlo, no robarle, no codiciar ninguno de sus bienes, no juzgarle injustamente ni atentar contra su vida, no vengarse de él, ni guardarle rencor, etc. (Éx 20.16ss). Era un mandato estimar al prójimo, considerarlo, protegerlo y satisfacerlo en la misma medida y sentido que uno lo hace con uno mismo (Pr 12.26; Jer 22.13).
Los → Fariseos, en especial, habían circunscrito el significado de «prójimo» a los de su propia nación, a sus amigos y a quienes les favorecieran en alguna forma. Cristo les dio mejor enseñanza. Con la parábola del buen samaritano (Lc 10.25–37), el Maestro explicó la genuina significación del término. El espíritu misericordioso no considera prejuicios ni barreras de ninguna índole para ofrecer ayuda oportuna e incondicional a quien la requiere.
Por excelencia, nuestro protoprójimo es Dios mismo. A pesar de nuestra enemistad, nos socorrió. Ahora nos exhorta a imitarle.
PROMESA La lengua hebrea no conoce ninguna palabra que corresponda al término promesa, o al verbo «prometer». Sin embargo, la noción es común. Ciertos verbos ordinarios, como «deducir» y «hablar», hacen comprender que una palabra pronunciada por Dios tiene el valor de una promesa solemne. La palabra de Dios, una vez pronunciada, es verdad. Y Dios mantiene su palabra. Dos ejemplos clásicos son:
1.El → Pacto de Dios con Abraham (Gn 13.14–17): el anuncio de una posteridad numerosa y el don de la tierra de Canaán.
2.La promesa hecha a David de conservar el reino para sus descendientes (2 S 7.12, 28, 29), y la cual se repite a lo largo de la historia del pueblo de Israel.
El recuerdo de estas promesas permanece vivo en la tradición de Israel: el reinado de Dios será el don perfecto de la promesa hecha a Israel (Jer 32.37, 38; Ez 28.25, 26; 37.25–28). Y el rey eterno que gobernará al pueblo será un nuevo David (Jer 23.5; Ez 34.24; 37.24, 25).
La promesa ocupa un lugar central en el Nuevo Testamento, pues este proclama que las promesas que Dios hizo en otro tiempo a los patriarcas y al pueblo de Israel se cumplen en Jesucristo. «Todas las promesas de Dios son «sí» en Él» (2 Co 1.20). El evangelio consiste en proclamar que las promesas se cumplen en la persona de Jesús (Ro 1.2, 3). En el Nuevo Testamento las promesas apuntan a la dignidad de hijos de Dios (Ro 9.8), a la herencia (Gl 3.18, 29), al Reino (Stg 2.5) y a la vida eterna (Tit 1.2). ¿Quiénes se beneficiarán de la promesa divina? Primeramente el pueblo de Israel (Ro 4.13; 9.4), pero el nuevo pacto no excluye a ninguna persona. La verdadera posteridad de Abraham no son sus descendientes según la carne, sino los que viven la misma fe que él, cualquiera que sea su origen (Ro 4.16).
Dudar del poder de Dios para ejecutar lo que ha prometido es atentar contra su gloria (Ro 4.20–21). Por esto, la herencia está reservada a los que se apropian por la fe de la palabra del evangelio (Heb 4.12). El cumplimiento de la promesa depende solo de Dios y no de los esfuerzos del hombre (Ro 4.16). Todo el que intenta obtener la herencia mediante la observancia de la Ley, anula la promesa, porque se comporta como si la promesa no tuviera valor (Ro 4.13, 14; Gl 3.18).
PROPICIACIÓN Satisfacción de la → Justicia de Dios mediante un → Sacrificio. Dios es santo y su reacción vindicadora (Sal 7.11; → Ira de Dios) solo se aplaca al quitar el pecado que la causó.
En el Nuevo Testamento, la muerte expiatoria de Cristo es la promesa por excelencia (Ro 3.25). Hizo posible que Dios fuera propicio hacia los creyentes y el mundo entero (1 Jn 2.2; cf. Heb 8.12). La promesa destaca la gravedad del pecado, lo grande de la obra redentora de Cristo y la invitación al pecador de apropiarse esa obra perfecta (→ Expiación).
PROPICIATORIO (En hebreo, caporet) término con el que se designa la plancha de oro que sostenía los → Querubines sobre el arca del pacto (Éx 25.17–22). Los dos querubines, que también eran de oro, estaban frente a frente en los extremos del propiciatorio, lo cubrían con sus alas y formaban con él una sola pieza. Encima del propiciatorio y entre los querubines, Jehová hablaba con Moisés comunicándole sus órdenes (Éx 25.22; Nm 7.89; cf. Lv 16.2 «en la nube sobre el propiciatorio»).
El ritual del gran → Día de Expiación prescribía que Aarón pusiera perfume sobre el fuego delante de Jehová; la nube del perfume cubriría el propiciatorio que estaba sobre el testimonio. Esto evitaba que Aarón muriera y probaba la presencia de Dios sobre el propiciatorio. Luego Aarón debía tomar sangre del becerro y rociar siete veces el propiciatorio, para purificar el santuario de las impurezas de Israel (Lv 16.14).
El propiciatorio era prototipo de Cristo. Por eso Pablo declara enfáticamente que Dios ha puesto a Cristo como → Propiciación por medio de la fe en su sangre (Ro 3.25).
PROSÉLITO (en griego, agregado, el que se acerca). Término que llegó a denominar al convertido de una religión a otra. En la Septuaginta se usa en el sentido de «forastero» o → «Extranjero»; aquel que sin ser judío moraba en Israel y merecía un trato bondadoso (por ejemplo, Lv 19.33; Jer 22.3). A pesar de sus muchos privilegios, inclusive religiosos, el forastero no podía celebrar la Pascua sin ser previamente circuncidado (Éx 12.48). Esta legislación representaba los primeros pasos hacia una actitud más abierta con los que no eran israelitas de nacimiento.
Hasta el tiempo del cautiverio y de la → Dispersión, parece que los judíos toleraban a los extranjeros, pero no hacían ningún esfuerzo por incorporarlos al judaísmo. Pero para fines del siglo IV a.C. la actitud había cambiado, quizá porque en su dispersión los judíos convivieron con pueblos gentiles desconformes con su propia religión. Algunos manifestaban el deseo de saber más de la religión hebrea, la cual les parecía superior. Poco a poco los judíos comenzaron a fraternizar con estos interesados y a indicarles cómo seguir las pautas morales y participar en la adoración de Jehová. El término «prosélito» comenzó, entonces, a aplicarse a una persona de otra religión y raza que había adoptado la moral y la fe de los judíos.
No todos los líderes israelitas estaban contentos con la admisión de los gentiles; algunos se burlaban de los prosélitos que se judaizaban por motivos sentimentales, económicos, políticos o supersticiosos. Sin embargo, el proselitismo crecía, aun a veces por la fuerza, como en el caso de Juan Hircano, quien forzó a los idumeos a aceptar la religión hebrea (→ Macabeos).
Antes de la era cristiana había dos clases de prosélitos. Unos eran los «de la puerta» (Éx 20.10), es decir, los simpatizantes que guardaban la moral hebrea y adoraban a Jehová pero sin circuncidarse ni adoptar todo el ritual judío. A esta clase pertenecían probablemente los griegos mencionados en Juan 12.20, Cornelio (Hch 10) y otras personas llamadas «devotas» y «temerosas de Dios» (Hch 13.16; 18.7). La otra clase de prosélitos eran los «de la justicia», o sea, los que aceptaban todo el «yugo» de la religión hebrea y se habían sometido a la → Circuncisión, la inmersión en agua, y luego la presentación de un sacrificio.
Teóricamente, cuando el prosélito cumplía con estos requisitos era considerado como judío de nacimiento, pero en la práctica triunfaba muchas veces el exclusivismo de los «circuncidados al octavo día» (cf. Flp 3.5) que se creían el pueblo escogido por la sola razón de haber nacido israelitas. Por ejemplo, los prosélitos podían asistir a los cultos en el templo, pero no debían entrar más allá de los atrios destinados para ellos.
Jesucristo reprochó el tipo de proselitismo practicado por algunos → Fariseos (Mt 23.15), cuyo afán de hacer adeptos produjo «convertidos» más fanáticos e intolerantes que los mismos judíos. Lejos de ser una misión evangelizadora, esta actividad reclutaba a las personas por medio de la propaganda religiosa. Las palabras de Jesús posiblemente indican que estos prosélitos no eran numerosos.
No obstante, muchos prosélitos menos rigurosos y muchos temerosos de Dios se agregaron al número de la iglesia cristiana gentil, porque los primeros misioneros hallaron en ellos un terreno preparado para el evangelio (Hch 13.16, 43; 16.14s; 17.4; 18.7).
Bibliografía:
EBDM V, col. 1295–1297. A. Wikenhauser, Hechos, Herder, Barcelona, 1967, pp. 76–80.
PROSTITUCIÓN Entrega del cuerpo para fines eróticos por una remuneración o dádiva. Se distingue de la → Fornicación por su carácter comercializado. En la Reina Valera 1960, La palabra aparece como sustantivo tres veces y como verbo, trece ( p. ej., Jue 8.27; 2 R 23.7). Pero la idea y el concepto se aplican figurativamente también a la profanación de valores (Sal 106.39) y a la entrega de uno mismo a otros poderes o dioses, y no a Jehová (Lv 20.5, 6).
En su sentido literal, la prostitución puede referirse a cualquiera de los sexos (cf. Gn 19.1–11), aunque la práctica de la → Ramera dedicada comercialmente al placer de sus amantes masculinos es la forma más ordinaria de la misma (cf. Jos 2.1). Algunos consideran que esta, «la más antigua profesión», comenzó como deber religioso en que la mujer entregaba su cuerpo al sacerdorte en sacrificio. Según el historiador Herodoto, toda mujer babilonia debía trasladarse una vez en su vida al Templo de Venus, allí venerada como Hellita, para entregarse a un extraño.
También existía una forma de prostitución que constituía un gesto máximo de hospitalidad: por una noche se entregaba al huésped la propia esposa, el hijo, la hija o la sirvienta. Probablemente → Lot se basó en dicha costumbre pagana para ofrecer sus hijas a los hombres violentos de su pueblo (Gn 19.8), pueblo que dio nombre a la → Sodomía.
Las tres rameras más famosas de la Biblia son → Rahab, quien defendió la vida de los espías de Israel y se salvó por su fe (Heb 11.31); Gomer, esposa del profeta → Oseas (Os 1.1ss); y, según la creencia común, → Maria Magdalena, abnegada seguidora de Jesús (Mt 27.56). De estas, la segunda es escogida por Dios, por su infidelidad y mala relación con su esposo, para representar simbólicamente la infidelidad y prostitución espiritual del pueblo de Israel para con su Dios. En este drama se subraya la paciencia y misericordia de Dios para con su pueblo electo.
PROVERBIO Breve y sustanciosa declaración sobre la naturaleza humana y la vida. Dice la Biblia que Salomón se destacó por los tres mil proverbios que compuso (1 R 4.32). La palabra hebrea que más se traduce «proverbios» literalmente quiere decir «comparación», «similitud». Cuando Dios declaró que Israel sería «por proverbio... a todos los pueblos», estaba diciendo que el nombre Israel sería sinónimo de desobediencia. Los proverbios se componen de manera que la verdad de Dios sea comprensible a todos los pueblos, para que puedan vivir dentro de su voluntad.
PROVERBIOS, LIBRO DE Uno de los libros sapienciales, que forma parte de la tercera sección de libros de la Biblia hebrea conocidos como Escritos. La palabra hebrea mashal, comúnmente traducida «proverbio», puede también traducirse «comparación», «máxima», «refrán», «dicho», o «parábola». Proverbios contiene sentencias breves de carácter ético; la mayoría de los dísticos que conforman este libro pertenecen al género literario conocido como paralelismo antitético o comparativo, e iluminan verdades nacidas de la experiencia misma.
Estructura Del Libro
El libro de Proverbios tiene el título más largo de todos los libros de la Biblia, pues se extiende por los primeros seis versículos del capítulo uno. Indica que es una compilación cuya unidad debe hallarse en la naturaleza general de su contenido. La declaración que sigue, «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová» (1.7), resume el tema de Proverbios, tema que resalta a través del libro.
Después de los primeros siete versículos, el libro se desarrolla como una típica compilación:
Proverbios para la juventud, 1.8–9.18
El padre señala a su hijo (o el maestro a su discípulo) las ventajas de buscar la sabiduría y evitar la necedad. Elabora sus ideas en poemas o discursos que son extensiones del proverbio. Digna de mención es la personificación de la sabiduría en 1.20–23; 8; 9.1–16.
Proverbios de Salomón, 10.1–22.16
Esta colección recoge dichos sueltos que, por lo general, no abarcan más de un versículo, lo cual caracteriza también a la otra colección atribuida a Salomón (25–29).
Proverbios sobre diferentes asuntos, 22.17–24.34
Esta sección incluye dos colecciones de instrucciones prácticas, en las que son notables los paralelos entre 22.17–23.11 y los proverbios de Amenemope de Egipto. Tales paralelos no son de extrañar, ya que este tipo de literatura circulaba en Egipto, Canaán y Mesopotamia desde el segundo milenio a.C. (→ Sabiduria). Es posible que Israel haya hecho uso del lenguaje y de las expresiones comunes al mundo antiguo. Sin embargo, la singularidad de la fe israelita, aunada a la inspiración divina, evidentemente dio nueva expresión a estas preocupaciones de su ambiente cultural, conforme a un propósito especial.
Otros proverbios de Salomón, 25.1–29.27
Estos proverbios los compilaron los empleados de Ezequías allá por el año 700 a.C. Son semejantes a los de la segunda sección, aunque abundan los proverbios comparativos y es menor el número de los proverbios antitéticos.
Las palabras de Agur, 30.1–33
No hay datos precisos en cuanto a este personaje, ni tampoco acerca de las otras personas mencionadas (→ Ucal). Los proverbios numéricos en los versículos 15–33 pueden constituir otra colección.
Palabras del rey Lemuel, 31.1–9
La frase introductoria de esta breve colección puede traducirse lo mismo «Lemuel, rey de Masa» que «Lemuel, la profecía». Contiene consejos para un rey.
Poema sobre la mujer virtuosa, 31.10–31
Poema acróstico independiente en honor de la ˓eshet jayil, giro insólito que apunta a la mujer, más valiente o decidida que virtuosa.
PROVERBIOS:
     I.     El propósito de Proverbios     1.1–7
     II.     Proverbios para la juventud     1.8—9.18
Un bosquejo para el estudio y la enseñanza
     A.     Obedecer a los padres     1.8–9
     B.     Evitar la mala compañía     1.10–19
     C.     Buscar la sabiduría     1.20—2.22
     D.     Beneficios de la sabiduría     3.1–26
     E.     Ser bondadosos para con otros     3.27–35
     F.     Seguridad en la sabiduría     4.1–13
     G.     Evitar a los malvados     4.14–22
     H.     Guarden su corazón     4.23–27
     I.     No adulterar     5.1–14
     J.     Ser leales a su cónyuge     5.15–23
     K.     Evitar ser fiador     6.1–5
     L.     No ser perezosos     6.6–19
     M.     No cometer adulterio     6.20—7.27
     N.     Alabanza a la sabiduría     8.1—9.12
     O.     Evitar la necedad     9.13–18
     III.     Proverbios de Salomón     10.1—22.16
     A.     Proverbios que contrastan a los consagrados con los malvados     10.1—15.33
     B.     Proverbios que promueven vidas consagradas     16.1—22.16
     IV.     Proverbios sobre diferentes asuntos     22.17—24.34
     V.     Proverbios de Salomón copiados por los hombres de Ezequías     25.1—29.27
     A.     Proverbios que regulan las relaciones con el prójimo     25.1—26.28
     1.     Relaciones con los reyes     25.1–7
     2.     Relaciones con el prójimo     25.8–20
     3.     Relaciones con los enemigos     25.21–24
     4.     Relaciones con uno mismo     25.25–28
     5.     Relaciones con los necios     26.1–12
     6.     Relaciones con los perezosos     26.13–16
     7.     Relaciones con los chismosos     26.17–18
     B.     Proverbios de reglamentos misceláneos     27.1—29.27
     VI.     Las palabras de Agur     30.1–33
     VII.     Las palabras del rey Lemuel     31.1–9
     VIII.     El poema sobre la mujer virtuosa     31.10–31
Autor Y Fecha
El nombre de Salomón como autor aparece en el primer versículo del libro. Sabemos, sin embargo, que hay porciones de Proverbios que se atribuyen claramente a otros escritores como «los sabios» (22.17), Agur (30.1) y el rey Lemuel (31.1).
Indudablemente, la tradición sapiencial se cultivó en Israel durante el reinado de Salomón (1 R 5.12; 10.1–13, 23s) y floreció durante la monarquía. Los estudios comparativos de la literatura hebrea con la literatura del Medio Oriente han permitido establecer que buena parte de los proverbios corresponden a la época de Salomón. Muchos opinan que Salomón escribió lo principal de Proverbios, y que después se añadieron otros escritos de otras fuentes.
Es interesante que la segunda colección de Proverbios que se atribuye a Salomón (capítulos 25–29) no se añadió sino hasta doscientos años después de la muerte del rey, cuando los hombres de Ezequías aparentemente la encontraron (25.1).
Marco Histórico
El libro de Proverbios es un ejemplo clásico del tipo de literatura conocida como sapiencial o de sabiduría. Otros libros del Antiguo Testamento que así se categorizan son Job, Eclesiastés y Cantares. Se les llama así porque expresan conceptos relativos a las cuestiones eternas de la vida. Este tipo de literatura floreció durante el gobierno de Salomón, a quien se considera el más sabio de todos los sabios del mundo antiguo (1 R 4.30, 31).
Foto de Amikam Shoob
El escritor de uno de los Proverbios elogió al damán (Pr 30.26, BJ; conejo en RV-1960) por anidar en lugares que les servía para esconderse de sus enemigos.
Aporte a La Teología
Proverbios ofrece consejos de carácter práctico en cuanto a cómo conducirse sabiamente en la vida diaria. La sabiduría en él expuesta la destilan maestros conocedores de la Ley de Dios que aplican sus principios incluso a los pequeños detalles de la vida, de los que no parecen ocuparse la Ley ni los profetas, pero que, no obstante, merecen la atención de las Escrituras. Todo aspecto de la experiencia humana queda sujeto a la voluntad de Dios. Por eso Proverbios claramente indica que «el principio de la sabiduría es el temor de Jehová» (1.7; 9.10).
Otros Puntos Importantes
En los diferentes capítulos del libro se entrelazan varias colecciones de proverbios (1.1; 10.1; 22.17; 24.23; 25.1; 30.1; 31.1), cuyo orden es diferente en la Septuaginta a partir de 24.22. Es posible que algunas de estas colecciones hayan circulado oralmente antes de que las pusieran por escrito.
El Nuevo Testamento reconoce en Proverbios un libro inspirado, y lo cita en varias ocasiones (Col 2.3; 3.7; Ro 12.16; 13.11, 12 Heb 12.5s; Ap 3.14; 3.19; 3.34; 11.31; Stg 4.6; 1 P 4.18). Cristo mismo es la revelación y la fuente de la sabiduría en la vida cristiana (Mt 12.42; 1 Co 1.24, 30; Col 2.3).
Bibliografía:
Alonso Schökel, L. y Vilchez, J., Proverbios, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1984. Robert Michaud, La literatura sapiencial, Proverbios y Job, Editorial Verbo Divino, Estella Navarra, 1985. Gerhard von Rad, La sabiduría en Israel, Los sapienciales, Lo sapiencial, Ediciones Fax, Madrid, 1973.
PROVINCIA Término político que en ambos Testamentos generalmente se refiere a una gran división territorial perteneciente a un imperio o estado.
En los libros posteriores del Antiguo Testamento, provincia denota las divisiones políticas del Imperio Caldeo (Dn 2.48, etc.), y del Imperio Persa (Esd, Neh y Est). Este último estaba dividido en veinte grandes provincias o → «Satrapías», cuyas subdivisiones también eran llamadas provincias por los judíos (Est 1.1). Bajo Asuero había ciento veintisiete de estas provincias menores, cada una con su gobernador, y este se mantenía en comunicación con el rey por un sistema de correo real (Esd 4 y 5).
En el Nuevo Testamento el término griego que denota la provincia política aparece en Hechos 23.24 (Cilicia) y 25.1 (Judea). El Imperio Romano del primer siglo estaba dividido en más de veinte provincias, las cuales eran de dos clases. Unas eran las provincias senatoriales, generalmente pacificadas y sin necesidad de ejército, y las subordinadas al senado romano. Eran gobernadas por un → Procónsul. Y había también las provincias imperiales, que estaban bajo el control del emperador porque requerían la presencia de fuerza militar. Las principales provincias imperiales (por ejemplo, Siria) eran gobernadas por «legados del emperador» y las de menor importancia como Judea (una subprovincia de Siria), por «procuradores» (→ Gobernador) que los auxiliaban los «consejos» en sus funciones (Hch 25.12).
PRUDENCIADominio propio.
PRUEBATentación.
PTOLOMEOTolomeo.
PUBLICANO Cobrador de impuestos y derechos aduaneros. Primeramente como república y después como imperio, Roma extendía su dominio sobre los estados conquistados, los cuales pasaban a ser gobernados por procuradores romanos, o por medio de dinastías indígenas, imponiendo obligaciones fiscales que debían ser administradas por oficiales designados para tal efecto. Al principio, por tanto, publicano fue un título honroso, aplicado a estos oficiales que atendían el «interés público» al administrar el cobro de impuestos y derechos aduaneros.
Los jefes de los publicanos solían nombrarse entre los caballeros de la sociedad romana, y para el nombramiento el estado vendía a subasta el derecho oficial. Este quedaba obligado a entregar al gobierno de Roma una cantidad estipulada, pero el sistema se prestaba a abusos; el publicano podía obtener más de lo acordado y embolsarse el saldo. Naturalmente, los jefes necesitaban subordinados para poder dividir su región en distritos más pequeños, y a su vez estos subordinados buscaban empleados para la tarea ingrata de sacar el dinero directamente de los súbditos. Autores como Livio y Cicerón señalan que los publicanos habían adquirido mala fama en sus días, a causa de los referidos abusos.
Los subordinados inferiores en la jerarquía de los recaudadores de impuestos solían ser nativos del lugar donde trabajaban y, por tanto, en Palestina la mala fama general de los publicanos fue más aguda. Los judíos que se prestaban para este trabajo tenían que alternar mucho con los gentiles y, lo que era peor, con los conquistadores; por eso se les tenía por inmundos ceremonialmente (Mt 18.17). Estaban excomulgados de las sinagogas y excluidos del trato normal con sus compatriotas; como consecuencia, se veían obligados a buscar la compañía de personas de vida depravada, los «pecadores». Su tendencia a cobrar más de lo debido, y su exclusión de la sociedad religiosa, se destacan en pasajes como Mateo 9.10–13; 21.31; Lucas 3.12s; 15.1.
Sin duda → Zaqueo era «jefe de los publicanos» en el distrito de Jericó, y aun siendo rico participaba de la ignominia de su profesión. Por eso resultaba del todo «revolucionaria» el que Jesús fuera a hospedarse en la casa de aquel (Lc 19.1–10). → Mateo, en cambio, era del rango inferior de publicanos (Lc 5.27ss//) antes de recibir su vocación como apóstol. Quizá fue uno de los modelos para la parábola del publicano arrepentido y el fariseo engreído (Lc 18.9–14) (→ Tributo).
Bibliografía:
EBDM, V, col. 1331s.
PUBLIO «Varón principal de la isla» de Malta, lo cual puede referirse a un funcionario nativo o al principal funcionario romano en la isla (Hch 28.7s). La tradición afirma que se convirtió al evangelio y fue el primer obispo. Los términos con que se describe la enfermedad del padre de Publio, sanado por Pablo, es una de las pruebas de que el autor de Hechos era médico.
PUDENTE Romano creyente que se unió con otros para enviar saludos a su amigo Timoteo (2 Ti 4.21). Inscripciones de la época neotestamentaria revelan que varios varones llevaron este apellido (cognomen), pero no es posible identificar a ciencia cierta a ninguno de ellos con el amigo de Pablo. Según una tradición, era senador.
PUEBLO El concepto bíblico de pueblo se basa tanto en la relación histórica de Dios con la nación hebrea, como también en su pacto con ella (→ Judíos) y la aplicación de este a la comunidad cristiana. Por la selección precisa de sus palabras, los autores del Antiguo Testamento, los traductores de la Septuaginta y los escritores del Nuevo Testamento han procurado distinguir entre la población o las gentes en general, y el pueblo que Dios escogió para hacerlo suyo, su instrumento para la bendición de todos los demás habitantes de la tierra (Gn 12.3; → Elección). El vocablo griego laós se emplea en la Septuaginta para traducir los equivalentes hebreos, y en el Nuevo Testamento se usa con el sentido de pueblo en la mayoría de los casos. Era un término poético antiguo muy poco usado en el griego contemporáneo; sin embargo, los escritores bíblicos lo prefirieron al vocablo más corriente, éthnos, por cuanto este significaba originalmente «vulgo».
Toda la tierra pertenece a Jehová, pero a Él le plugo tomar para sí a los hijos de → Israel (Éx 19.4ss; Dt 4.19, etc.), para hacer de ellos un pueblo santo (Dt 7.6, etc.). De ahí que Dios espera que su pueblo le ame, obedezca y adore (Lv 19.2; Nm 15.14; Dt 7.9; etc.) y lo llama también su esposa (Is 62.4, 5; Os 2.19). Cuando el pueblo no corresponde al amor elector de Dios, lo castiga y hasta lo repudia (Os 1.9), pero sin olvidarse del → Remanente (Ro 9.6s) al cual dará nuevo corazón para que vuelva a ser su auténtico pueblo (Jer 31.31–34).
Aunque en el Antiguo Testamento el pueblo del Señor lo constituye una nación, en el Nuevo Testamento el concepto se traspasa paulatinamente a la comunidad cristiana, o sea la → Iglesia. Ya no es cuestión de nacionalidad, sino de tener fe en Cristo Jesús. Juan el Bautista (Lc 1.17) prevé este nuevo pueblo que aparece más ampliamente con la conversión de → Cornelio (Hch 15.14) y cuya doctrina se desarrolla en las cartas de Pablo (Tit 2.14) y de Pedro (1 P 2.9s). El pueblo cristiano es heredero de las promesas de Israel (Gl 4.28) como también de sus responsabilidades ante los → «Gentiles» o extraños a la fe en Cristo.
Bibliografía:
VTB, pp. 657–664. DTB, col. 861–870. EBDM V, col. 1333–1335. P. Van Imschoot, Teología del Antiguo Testamento, Fax, Madrid, 1969, pp. 319–330.
PUEBLO DE LA TIERRA (en hebreo, am ha˓arez). Término técnico en el Antiguo Testamento que designa una clase social o un grupo político determinado. Aparece por primera vez en la coronación de Joás (2 R 11.18–20). Luego se menciona en 2 Reyes 21.24; 23.30, 35. En los profetas se menciona en Jeremías 1.18; 34.19; 37.2; 44.21; Ezequiel 7.27; 22.25–29. Las opiniones de los especialistas están divididas en cuanto a su identidad social y política, pero parece referirse a los habitantes autóctonos, o también a los campesinos provincianos que respaldaban a la dinastía davídica. En el reino del norte nunca aparece. Siempre interviene en tiempos de crisis dinástica.
En la literatura rabínica posterior se refiere a los ignorantes de la Ley, irreligiosos. Según los evangelios, Jesucristo los recibió. En el Nuevo Testamento el término griego es ojlos: «masa», «multitud», la gente pobre, los «condenados de la tierra».
PUERCO Los antiguos habitantes de Canaán comían carne de puerco y los griegos la usaban en sus sacrificios religiosos. Pero para el judío era comida impura (Lv 11.7; Dt 14.8). Comerla era censurado como una odiosa abominación idólatra (Is 65.4; 66.3, 17). La manada de puercos que fue destruida en → Gadara (Mt 8.32ss) seguramente pertenecía a judíos helénicos que los criaban para vender a los gentiles. La carne de puerco o cerdo simbolizaba suciedad y corrupción para los judíos, lo contrario a lo puro y santo (Pr 11.22; Mt 7.6). Cuidar puercos, pues, era una ocupación degradante e indigna (Lc 15.14–16).
En Salmos 80.13, 14 el puerco connota destrucción y en 2 Pedro 2.22 es figura de suciedad, bajeza e impureza; representa la herejía y la profesión religiosa sin regeneración.
PUERTA Abertura hecha a propósito para entrar y salir. En las fortificaciones, murallas, casas, etc. las puertas eran puntos vitales.
Las ciudades pequeñas solo tenían una puerta (Gn 19.1; 34.20; Rt 4.1; etc.). En Jerusalén había muchas, y conocemos los nombres de algunas (Jer 19.2; 31.38; 38.7; Neh 2–3). A veces eran flanqueadas por poderosas torres. Las puertas ordinarias constaban de dos postes de madera (Pr 8.34) reforzados por piezas metálicas (Sal 107.16; Is 45.2). Se aseguraban con cerrojos de hierro y barras de madera y metal (Dt 3.5; Jue 16.3; Neh 3.3; Sal 147.13). Ante las puertas de la ciudad, fuera del recinto amurallado, se ubicaban los mercados, se proclamaban los edictos y se administraba justicia.
En las viviendas las puertas de madera giraban sobre quicios (1 R 7.50; Pr 26.14). Se solía escribir pasajes de la Ley sobre el dintel (Dt 6.9) para dar un sentido religioso auténtico a la antigua superstición de escribir textos mágicos (→ Poste). Había cierta clase de → Llave para mover el cerrojo.
En sentido metafórico, puerta puede designar una casa, una ciudad, etc. (Éx 20.10; Zac 8.16), un punto vulnerable (Gn 24.60), la inminencia de un acontecimiento o de un peligro (Gn 4.7; Stg 5.9) o el lugar en donde se forman las buenas o las malas tradiciones. Esto último alude a que las puertas de las ciudades eran sitios de mercado, de tertulia y de administración de justicia.
La puerta sugiere en algunos casos la idea de lo terrible e inminente: «las puertas de la muerte» (Sal 107.16, 18; Is 38.10); «las puertas del Hades» ( que significa el terrible poder de la muerte: Mt 16.18), la «puerta del cielo» que para Jacob es un lugar «terrible» (Gn 28.17). La apertura de las puertas (de los cielos, del Eterno, del Lugar Santo) simboliza la generosa difusión de los dones divinos (Sal 78.23; Mal 3.10), y también la entrada del rey en su reino (Sal 24.7–10).
La apertura de las puertas de Jerusalén o del templo simboliza el libre acceso a la gracia de Dios (Is 60.11; 62.10; cf. Ez 43.1–11). La expresión «puerta abierta», empleada frecuentemente en el Nuevo Testamento, designa las posibilidades que se ofrecen a la predicación apostólica (Hch 14.27; 1 Co 16.9; 2 Co 2.12; Col 4.3). Inversamente la «puerta cerrada» indica la ejecución del juicio inapelable de Dios: por ejemplo, la puerta del arca que Jehová cerró inmediatamente antes del diluvio (Gn 7.16), o la puerta de la sala del banquete de bodas, que se cierra una vez que ha entrado el esposo (Mt 25.10).
Sobre este antecedente se comprende el empleo que Jesús hace de la metáfora de la «puerta estrecha» (Mt 7.13) que es la única que da acceso a la justicia. Jesús mismo es la puerta del redil (Jn 10.1–10). Él es «el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre» (Ap 3.7). Al mismo tiempo, y en un expresivo contraste, Jesús es el que está a la puerta y llama, y espera que se le abra (Ap 3.20).
PUERTAS DE JERUSALÉN Y EL TEMPLO A estas puertas se les ha dado diferentes nombres por distintas traducciones. La siguiente lista es según aparece en la Reina Valera 1960.
1. Aguas, de las (Neh 3.26; 8.1, 3, 16; 12.37).
2. Ángulo, del (Zac 14.10).
3. Benjamín, de (Jer 38.7; Zac 14.10).
4. Caballos, de los (2 Cr 23.15; Neh 3.28; Jer 31.40). Una de las puertas de Jerusalén.
5. Cárcel, de la (Neh 12.39).
6. Cimiento, del (2 Cr 23.5).
7. Efraín, de (2 R 14.13; 2 Cr 25.23; Neh 8.16; 12.39).
8. Esquina, de la (2 R 14.13; 2 Cr 25.23; 26.9; Jer 31.38; Zac 14.10).
9. Fuente, de la (Neh 3.15; 12.37).
10. Hermosa, la (Hch 3.10). Puerta del templo donde Pedro y Juan sanaron a un cojo de nacimiento.
11. Josué, de (2 R 23.8).
12. Juicio, del (Neh 3.31).
13. Mayor (23.20; 27.3). Puerta que construyó Jotam de Judá en el templo. En sus tiempos era la más alta de la casa de Dios (2 R 15.35).
14. Medio, de en (Jer 39.3).
15. Muladar, del (Neh 2.13; 3.13; 12.31).
16. Norte, del (1 Cr 26.14).
17. Nueva (Jer 36.10).
18. Occidente, del (1 Cr 26.16).
19. Oriental (1 Cr 26.14; 2 Cr 31.14; Jer 19.2). Puerta del muro de Jerusalén.
20. Ovejas, de las (Neh 3.1, 32; 12.39; Jn 5.2). Esta es una de las puertas de los muros de Jerusalén (Jn 5.2).
21. Pescado, del (2 Cr 33.14; Neh 3.3; 12.39; Sof 1.10). Puerta del lado este del muro de Jerusalén, cerca de Gihón, donde los tirios vendían pescados (Neh 13.16).
22. Rey, del (1 Cr 9.18).
23. Salequet, de (1 Cr 26.16). Puerta oeste del templo de Salomón (1 Cr 26.13–16; 26.16).
24. Sur, del (1 Cr 26.15).
25. Valle, del (2 Cr 26.9; Neh 2.13, 15; 3.13). Se sabe que era una de las puertas del muro de Jerusalén, pero su ubicación es incierta.
26. Vieja (Neh 3.6; 12.39).
PUL Nombre bajo el cual → Tiglat-pileser III, rey de Asiria (745–727 a.C.), gobernó Babilonia (729–727 a.C.) y, según 2 R 15.19 y 1 Cr 5.26, invadió a Israel en tiempos de Manahem, quien tuvo que pagarle un tributo considerable. El significado de este nombre asirio no se menciona en los documentos de dicho imperio; solo aparece en las listas babilónicas de Josefo y el canon tolemaico.
PUREZA, PURIFICACIÓN Término cuyo significado bíblico original fue el de un acto o estado de limpieza ceremonial. Este se obtenía por → Lavamientos o rociamientos acompañados de ceremonias religiosas prescritas por la Ley mosaica. En la enseñanza de los profetas el mero sentido ceremonial se transforma en sentido ético.
El concepto de pureza en el Antiguo Testamento posee en general un sentido figurado y se aplica al pecado, la inmundicia (→ Inmundo), la → Idolatría, etc. Por ejemplo, «limpiar» la idolatría de Judá (2 Cr 34.3, , «ofrecer ofrenda por el pecado» (Sal 51.7, 12), «cubrir, perdonar o expiar» la culpa (Sal 65.3; 79.9; Ez 43.20, 26), «refinar» (Is 1.25), «lavar» o «enjuagar» (Is 4.4).
En el Nuevo Testamento la idea central es «limpieza». En la enseñanza de Jesús, y con la venida del Espíritu Santo, el significado de la pureza se eleva a lo moral y espiritual. Pureza llega a ser el estado del corazón en completa devoción a Dios, sin otros intereses, mezcla de motivos ni hipocresías (Mt 5.8; Mc 7.14–23).
En otro sentido pureza llegó a significar libertad de la contaminación sensual, aunque el Nuevo Testamento hace claro que la conducta sexual correcta no es contaminadora (Heb 13.4). El Nuevo Testamento enseña la → Santidad del cuerpo como templo del Espíritu Santo (1 Co 6.19ss) e inculca el deber del dominio propio. Pureza es, espíritu de renuncia y de obediencia que sujeta todo pensamiento y acción a Jesucristo.
PURIM (asirio que significa, piedras pequeñas, las cuales se usaban para echar suertes). Festividad anual de los judíos, que conmemoraba la providencial liberación de su pueblo en tiempos de la reina → Ester y → Mardoqueo en Persia; durante el reinado de → ASUERO, probablemente Jerjes (486–465). Purim llegó a significar «suertes», y se le llamó así a esta fiesta por razón de que se había echado la suerte (pur) para señalar el día propicio para la matanza de todos los judíos, según el plan perverso de Amán (Est 3.7). Ese día cayó en el mes duodécimo, el mes de Adar, lo cual dio tiempo suficiente para que Mardoqueo y Ester, guiados por Dios, trastornaran el proyecto de Amán, el favorito del rey. Mardoqueo exhortó a la reina Ester inclusive a que expusiera su vida por causa de su pueblo (4.14).
Mardoqueo, por medio de cartas que envió «a todos los judíos que estaban en todas las provincias del rey Asuero», ordenó que se celebrase esta fiesta los días 14 y 15 de Adar, y que fueran días «de banquete y gozo, y para enviar porciones cada uno a su vecino, y dádivas a los pobres» (9.20–24).
En el Nuevo Testamento no se menciona esta fiesta, aunque hay algunos que creen que Juan 5.1 alude a ella. En su celebración moderna, se lee el libro de Ester en la sinagoga, y después la congregación exclama: «Sea maldito Amán, y sea bendito Mardoqueo».
PÚRPURA Tinte que antiguamente los → Fenicios obtenían del marisco murex. Extraían una glándula que al exprimirla segregaba un líquido lechoso, y este, expuesto al aire, adquiría los tintes del púrpura por un proceso de oxidación. Naturalmente, el costo de producción era muy elevado, y esto limitaba el uso de las prendas de púrpura a reyes, magnates y ricos. Tanto era así que «púrpura» llegó a ser sinónimo de realeza o de imperio. «Asumir la púrpura» significaba ocupar el trono del Imperio Romano. Los matices de la púrpura podían variar, según predominara el color rojo o azul, lo cual resultaba en violáceo o morado.
El uso de la púrpura por magnates se señala en las Escrituras en Jueces 8.26 y Ester 8.15, y de este uso derivó la burla de los soldados romanos al vestir de púrpura al «Rey de los judíos» (Mc 15.17, 20; Jn 19.2, 5). Su empleo por los ricos y personas acomodadas se ilustra en Proverbios 31.22 y Lucas 16.19.
Como adorno sagrado se hallaba tanto en el tabernáculo como en el templo (Éx 25.4; 2 Cr 2.14; 3.14, etc.). Su riqueza sugiere la poética descripción del cabello de la esposa en Cantares 7.5. Su valor como mercancía se destaca en Apocalipsis 18.12, y aquí es fácil concluir que Lidia, comerciante de púrpura, era una persona acomodada (Hch 16.14).
La simbólica → «Babilonia» fue vestida de púrpura antes de su destrucción (Ap 18.16). (→ Colores; Grana; Escarlata; Carmesí.)
PUTFut.
PUTEOLI Puerto en la orilla de una pequeña bahía que se extendía hacia el noroeste de la bahía mayor de Nápoles. Antiguamente daba su nombre a toda la bahía, incluyendo a Nápoles. Era un balneario favorito entre los romanos, porque sus manantiales termales proveían la curación de varias enfermedades. Se conocía especialmente por ser el puerto principal de Roma, aunque distaba de ella unos 240 km al sudoeste. Los buques alejandrinos que transportaban granos descargaban allí, y gozaban del privilegio especial de entrar al puerto con todas sus velas izadas. Allí desembarcó Pablo en su viaje a Roma y halló «hermanos» con quienes pasó una semana (Hch 28.13s). Hoy la ciudad se llama Pozzuoli.
Nelson, W. M., & Mayo, J. R. (2000, c1998). Nelson nuevo diccionario ilustrado de la Biblia (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.
 
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